3. El viaje
Tercer capítulo de "Sole y el marchitar de las rosas", que narra acontecimientos justamente posteriores a "Las rosas de Abril".
3/19/20247 min read
—¡Madre mía! ¡Qué belleza! ¿Has visto qué originales las hendiduras de la pared? Y esas columnas de acero, qué toque industrial tan chulo le dan al conjunto. ¡Mira, mira los uniformes de los recepcionistas! ¡Con las ganas que yo tengo de cambiar los nuestros! ¿Y lo cómodos que parecen los sofás? Dios, esto es… ¡es el minimalismo hecho lujo! ¡Qué envidia!
—Lola, en serio, relájate. ¿Has venido de vacaciones o a espiar a la competencia?
—Ya quisiera yo poder competir con un sitio así.
Lara era tan disciplinada y trabajadora que le costaba animarse a saraos impredecibles en mitad de temporada, pero, cuando se ponía, se ponía. Nuestras altas expectativas acabaron por contagiarla y, al final, quiso tirar la casa por la ventana y aprovechar al máximo el “finde” de primas. Pidió a Marisa que reservara una suite en uno de los hoteles más lujosos de Madrid, muy cerca de la Puerta del Sol.
Lola y yo acabábamos de llegar desde Sevilla, poco después lo haría Lara y, presuntamente, Sofi ya nos esperaba en la suite. Lo comprobaría en cuanto pudiera hacer a mi hermana avanzar para hacer check-in y subir, aunque ella se quedaba absorta en cualquier detalle de aquel edificio. Lo cierto es que era una pasada.
Tras pasar por recepción, subimos a la suite. Marisa había conseguido que, junto a la cama “king size” que ya había, instalaran otra un poco más pequeña. Justo sobre esa encontramos a Sofi al entrar, mirando el móvil.
—¡Cabronaaaa! —saludé, efusiva.
—Bien, por fin llegáis.
Me abalancé sobre mi prima, pero su abrazo me supo a poco.
—¿Dónde está lo que falta de Sofi? —pregunté, refiriéndome a su clara pérdida de peso.
—He estado tan ocupada que he comido poco.
—Pues, como sigas sin alimentarte, tú misma servirás de alimento a los bichos del cementerio.
Mi prima iba a protestar, seguramente para decirme que no hiciera comentarios sobre cuerpos ajenos. Pero un grito de sorpresa de mi hermana, que había dado con la terraza, la interrumpió. Salimos las tres. Era un solarium con cuatro tumbonas en las que se disfrutaba del sol suave de la incipiente primavera. Tenía buena luz, pese a que a pocos metros había un imponente edificio que, según Sofi, tenía fachada de estilo neobarroco y neoclásico.
Nos acomodamos en las tumbonas para que Sofi nos hablara de sus clases, su piso, sus compañeros y, en general, su estancia en Madrid. En aquella cháchara nos encontró Lara, que llegó media hora después con un estilo muy “athleisure”.
—Bueno, ¿qué? ¿Os gusta el sitio? —preguntó, en cuanto soltó la maleta y la dejamos respirar de besos y achuchones.
—¿Estás de coña? ¡Estoy flipando! ¡Ganas me dan de llamar a la persona encargada, que me lo enseñe todo y freírla a preguntas! —contestó Lola.
—¡De eso nada! ¡Hemos venido a disfrutar, no a trabajar! —protesté.
Se me pasó volando el par de horas siguientes, entre conversaciones de viajes, trabajos y familias. Me tomé como un regalazo compartir tiempo con Lola, Lara y Sofi. Al verlas intercambiar opiniones sobre los modelitos que lucirían por la noche, gastarse bromas, reír y bailar al son de la música que sonaba desde mi móvil, me trasladé a los inicios de mi adolescencia. Un tiempo en el que ni las obligaciones ni las decepciones nos habían privado aún de disfrutar juntas.
Marisa, la eficiente representante y secretaria personal de Lara, había reservado en el restaurante favorito de mi prima en Madrid. Cogimos un taxi en la puerta del hotel que nos llevó hasta allí. Durante la cena, Lara me preguntó:
—¿Qué tal lo llevas, Solito?
—Bueno, ahí voy. Mal, no te voy a engañar. He ido cagada tras cagada y… me siento fatal.
—Poco a poco, no te fustigues.
—Ya. El viaje me está sentando muy bien. Me he dado cuenta hace un ratito que, desde que llegué, no he pensado en él. Eso era imposible ayer mismo —confesé.
—Yo también me alegro mucho de haber venido. De verdad —dijo Lara.
—¿Cómo estás tú? —le preguntó Sofi.
—Pues igual, ahí voy. Pero si es posible, esta noche no quiero hablar de él. Me quiero dar, al menos, unas horas de tregua.
—¡Genial! ¡Un brindis por las almas en pena! —exclamé, irónica, alzando mi copa de vino.
Temí quedarme con hambre en aquel sitio tan fino al que Lara nos llevó. Mucho plato y poca sustancia encima. Pero mi prima pidió menús degustación, y al décimo dejé de contar. Salí casi rodando de allí, pensando que no me entraría ni un solo cubata. Pero sí, me entraron unos cuantos.
A pocos minutos en taxi estaba la discoteca donde teníamos reservado. Tanto Lara como Sofi habían estado allí, y me prometieron música variada y mucho ambiente. El sitio, por supuesto, me encantó. La zona de reservados era una pasada. Había sillones amplios con cubículos iluminados que hacían de mesa, y el personal estuvo toda la noche acercándose para ver si necesitábamos algo. Ventajas de salir con una famosa.
Lola, Sofi y yo nos vinimos arriba con el ron con cola. Lara, pese a nuestra insistencia, solo se tomó una copa, pero entró en la noche tanto como nosotras. Estábamos eufóricas entre bailes, risas y conversaciones banales.
En algún momento, Lara anunció que iba al baño y yo me presté a acompañarla. Fuimos al del área VIP, en el que, en aquel momento, solo había dos chicas. Una de ellas se estaba mirando al espejo cuando, a través del reflejo, vio venir a la flamante número 1 del tenis mundial.
—Joder, ¡joder! Raquel, tía, no te vas a creer quién acaba de entrar. ¡Es Lara Martín! —dijo la chica.
—¿Cómo? ¿Qué dices, tía? —respondió su amiga desde el interior de uno de los aseos.
—¡Lara Martín, tía, Lara Martín! —repitió su amiga, excitada.
—Shhh… Anda, guapa, no grites, que no queremos que venga toda la discoteca y se tenga que poner aquí en plan bolo a echarse fotos, como si fuera una concursante de Gran Hermano —dije.
—Vale, vale, lo siento —se excusó la chica.
Su amiga salió del baño con mucha prisa, se lavó las manos y se dirigió a mi prima.
—Joder, Lara, tía, no me lo creo —dijo, y le dio un abrazo espontáneo ante el que tuvo que sonreír.
—Eres una diosa, nuestra ídola absoluta —dijo su amiga.
—Sí, tía, te adoramos. Y entendemos por lo que estás pasando, es una cerdada lo que te ha hecho Harry. ¿Dejarte a ti para volver con su ex? Lo creía con más estilo, pero es como todos.
—A él también lo veíamos como un dios, pero tú vales más, Lara. ¡Vamos, de aquí a Lima! Ni se te ocurra llamarlo, ¿eh?
Mi prima solía pasar por alto aquellos excesos de confianza pero las chicas, achispadas por sus licores, le estaban hablando como si la conocieran de toda la vida, y a las dos nos hizo gracia.
—No lo llamará, tranquila, ya me encargo yo —dije.
—¿Verdad que no? Mira, ven, vamos a hacer una promesa de amigas de baño —pidió la tal Raquel.
La chica sacó un pañuelo de papel y, con el lápiz de ojos que también extrajo del bolso, escribió: “Harry Cross”. Después le pidió a mi prima que lo arrojara al váter y, a continuación, tirara de la cadena.
—Nos despedimos de ti como nos despedimos de la mierda, Harry Cross —dijo la chica para poner fin a su pequeño ritual.
Acto seguido, alzó la mano de Lara para escribir en su antebrazo “No le llames!!!”, con un leísmo que luego Sofi catalogó como “horrible”.
—Tatúatelo. Que lo veas bien cada vez que des uno de esos golpes tuyos.
Resultó que las chicas venían con otras dos amigas, cuatro que se habían juntado para pasar la noche de viernes, como nosotras. Lara las invitó a nuestro reservado. Le gustaba compartir tiempo con sus fans y saber de sus vidas, lo que, según ella, la ayudaba a tomar perspectiva. Le encantaba conocer las historias de los demás, lo que quisieran contarle, algo que la ayudaba a recordar que no todo en la vida era tenis.
Lo pasamos muy bien, pero Sofi especialmente. Estuvo hablando con una de las chicas, que resultó ser periodista, como ella. Tras 20 minutos de conversación, noté cómo mi prima sacaba la artillería de miraditas y toquecitos suaves, como quien no quiere la cosa, para intentar llevarse a la chavala al huerto.
Casi eran las 5 h cuando decidimos que era hora de volver al hotel y, aunque las chicas insistieron en que las acompañáramos a pillar unos trozos de pizza, Lara prefirió retirarse. Alguna ya empezó a ponerse pesada con las fotos y las preguntas personales, así que era hora de abrirse.
—Si me quedo atrás, perdeos, ¿eh? No me esperéis —me pidió Sofi entre dientes, en el camino hacia el exterior.
Al salir, chispeaba. Entre eso y que Lara no quería que los transeúntes de la noche madrileña la reconocieran, prácticamente corrimos hasta el hotel, que estaba a siete u ocho minutos andando. Dejamos atrás a Sofi, tal y como ella deseaba.
Acabábamos de meternos en la cama, tras desmaquillarnos y colocarnos los pijamas, cuando mi prima apareció por la puerta.
—¿Qué pasa, pájara? Ha sido rapidito, ¿no?
—Sí. Solo quería rollo —dijo mi prima.
—Bueno. ¿Le has pedido el teléfono? A lo mejor puedes verla otro día —sugirió Lola.
—No. Tengo una regla con cualquier tía con la que me líe, sea solo rollo o lleguemos al folleteo.
—¿Qué regla? —pregunté, curiosa.
—Que solo será una vez.
Lola, Lara y yo nos miramos. Sofi se percató, pero no añadió nada más. Se puso el pijama y, sin rutina de noche alguna en el baño, se metió en mi cama.
Abrí un ojo a la mañana siguiente para mirar el móvil, con la habitación medio a oscuras. Comprobé que eran ya las 12 h y, cuando alcé la cabeza, comprobé que Lara y Lola no estaban allí. Sofi, en cambio, seguía durmiendo a mi lado. Abracé a mi prima, estilo cucharita, y ella emitió un gruñido.
—¿Cuándo vas a volver a Sevilla? Te echo de menos, canija —pregunté.
Creía que estaba dormida, pero, alto y claro, ella contestó:
—Cuando los ángeles caigan de un cielo al que yo no podré ir nunca.
No entendí aquella respuesta, así que no añadí nada más, pero me entristecí. Mi prima estaba de espaldas a mí, pero me conocía bien y algo debió de notar, porque reformuló:
—Volveré pronto, fea.
Sonreí.

