4. Terapia familiar

Cuarto y último capítulo de "Sole y el marchitar de las rosas", que narra acontecimientos justamente posteriores a "Las rosas de Abril".

3/26/20248 min read

Lara y Lola volvieron a la suite una media hora después. Mi hermana vio su deseo concedido y la directora del hotel, encantada de atender a una deportista de élite tan cotizada, les hizo un tour por las instalaciones y contestó todo lo que quisieron saber. Lola venía alucinada con ciertos detalles, tanto del espacio como del funcionamiento de aquel lujoso alojamiento.

Para pasar el sábado, no teníamos más objetivo que relajarnos en la terraza y hablar de todo, lo esencial y lo banal. Fue lo que hicimos después del brunch: acomodarnos cada una en una tumbona y disfrutar del sol y de la compañía. Lara ya no quiso rehuir más el momento de hablar de su ruptura, pues ella misma sabía que le vendría bien desahogarse.

—Fui torpe. Torpe, así es como me siento. Pasé semanas temiendo que el vínculo que estaba estrechando con Hanna acabara en algo más. ¿Y qué hice? Pues sepultar mis miedos machacándome en las pistas y el gimnasio, y pasar de todo. Fue una profecía autocumplida —se lamentó mi prima.

—Diste prioridad a unas bolas en lugar de a otras, nada más —espeté.

Las chicas estallaron en carcajadas por el chiste. Las risas siempre quitan hierro y son terapia.

—Te acusas a ti misma de torpe. No es la perspectiva que más te conviene tener de todo esto, Lara —declaró Sofía.

—¡Es que fue así! Ella, prácticamente, no tuvo que hacer nada. ¡Me faltó empujarlo a sus brazos! Era YO quien lo tenía fácil, yo, que estaba con él. ¡Él quería estar conmigo! O eso me decía… Con haberle dicho que me retiraría en unos años y viviríamos juntos en Londres hubiera sido suficiente.

—¿Era eso lo que querías? ¿Por qué no se lo dijiste? —pregunté.

—Tsss… No lo sé. Creo que he interiorizado tanto eso de ir partido a partido que ahora ni siquiera puedo mirar al futuro. Me bloqueo cuando lo hago. No veo nada.

—Pues él debería haber hecho el esfuerzo de entender eso, Lara, tener paciencia y ayudarte a superar ese supuesto bloqueo —dijo Sofi. —Se fijó en ti porque te admiraba, ¿no? Lo enamoró tu capacidad de superación y de sacrificio, entre otras cualidades. Pues lo que le hubiera pegado era respetarte y esperarte, ni más ni menos.

—Ya. Igual esa fue su intención. Luego vino Hanna, redescubrió unas cualidades que ya lo enamoraron antes y pensó que con ella todo sería más fácil.

—Pues ya está, que sean felices. Estoy con Sofi —dijo Lola. —La persona que te quiera por lo que eres y por cómo eres querrá estar contigo de modo incondicional. Decidirá quedarse contigo. O, al menos, no te dejará tan mal como lo hizo él, sola y llorando, sin darte siquiera un abrazo de despedida.

Agradecí interiormente que Lara no despellejara a Harry por haberse ido con otra. Es más, yo, que tiendo a ser mal pensada, creo que le puso los cuernos con Hanna. Si ella le gustaba y la química resurgió, hasta el punto de decidir dejar a su novia, ¿quién podía creerse que no había pasado nada en esas horas infinitas entre rodajes? Pero mi prima hizo un acto de fe y decidió creer la versión de Harry: terminó con ella antes de que pasara algo más con Hanna. En caso de no haberlo creído, parte de la conversación de aquella tarde hubiera ido sobre lo cerdo y lo cabrón que fue, lo que a mí, como persona infiel, me hubiera dejado en muy mal lugar.

No me sentí juzgada en ningún momento, todo lo contrario.

—Solito, una mala decisión no te define. Un desliz, por el que ya has pedido perdón, no borra tus cualidades —dijo Lara.

—Ya, pero es que no es solo culpa. Es que lo echo mucho de menos, ya se lo dije a él.

Conté a Lara el episodio de hacía un par de domingos en Sevilla Este.

—Os tengo que confesar algo por lo que sé que mi hermana va a decir “¿Lo ves? ¿Lo ves?”. Vosotras sabéis que yo disfruto mucho el sexo y me voy con muchos tíos. Pero, alguna vez, sentí que todos me buscan para lo mismo y ninguno que mereciera la pena querría tener algo más conmigo. Pero llegó Arturo, que me ha querido muchísimo, me ha tratado increíblemente bien y me ha enseñado un montón de cosas. Y mirad cómo le he pagado.

—Sole, te sigues mereciendo que te quieran —dijo mi hermana. —Has vivido las relaciones con los chicos como has querido, aunque yo no siempre lo haya entendido. Te pido perdón por haberte juzgado y presionado para que te comportaras de otra manera. No era quién para hacerlo, a los hechos me remito. Mírame, tanto esfuerzo por tener una vida modélica y ya veis cómo he terminado.

Me sorprendieron aquellas disculpas. Me levanté y abracé a mi hermana sobre su tumbona, aunque no éramos muy dadas a aquellos gestos cariñosos. Aquella tarde, sin duda, era especial.

—Nunca es tarde para trabajar las relaciones de otro modo si quieres cambiar los resultados, Solito —dijo Lara.

—Bueno, ya veremos. En cuanto termine de recuperarme, vuelve la Sole Pájara, lo tengo claro.

Las chicas rieron.

Nuestro mal de amores contrastaba mucho con la situación que vivía mi hermana en aquel momento. Unos cuatro meses después de mudarse a su nuevo piso y romper todo contacto con David, Lola se sentía en su mejor momento.

—Estoy muy bien, de verdad —explicó. —No era consciente de hasta qué punto me empequeñecía mi relación. Es que algo tan tóxico se refleja en todo, ¡en todo!

—Sí, es cierto —apuntó Lara.

—Decidí que iba a hacer una transformación total y en ello estoy. Tengo mis rutinas, me cuido y me lleno de una energía que luego se nota en todo: en el trabajo, en la forma en que me relaciono con los demás… Es que miro atrás y me veo tan diferente a cómo era hace unos meses que no entiendo cómo aquella Lola pudo soportar tanto. ¡Tiré demasiados años a la basura!

—Esos años forman parte de ti, de tus vivencias —dijo Lara. —Si no los hubieras vivido, a lo mejor ahora no tendrías tan claro lo que buscas en una persona y en una relación, ¿no?

—Eso es cierto. Aún estaría pensando en que se me pasa el arroz y tengo que casarme y formar una familia cuanto antes.

—Como dicen por ahí, se pasa el arroz, pero el conejo no —dije.

Todas rieron de nuevo.

—¿Lo usas o no? El conejo, digo —preguntó Lara a Lola, socarrona.

—Aún no he tenido relaciones con nadie. No sé, me veo un poquito cortada para eso.

—Bueno, un par de findes con Sole “la Pájara” y la cosa cambiará —dijo Lara.

—Casi estoy segura de que el otro día me estuvo tirando la caña el comercial de una tienda de muebles —confesó Lola, haciendo que las demás solicitáramos detalles de inmediato. —Me estaba enseñando sofás nuevos para la nueva sala de estar del hotel. Le pregunté por el color exacto de uno que, en las fotos, parecía verde esmeralda. Y me dijo: “Más o menos como el color de la blusa que llevas puesta. Que, por cierto, resalta tu color de ojos, y los tienes muy bonitos”. No sé si esas cosas proceden, la verdad. Me pareció poco profesional, y creo que hasta me puse colorada.

—¡Hija, el chaval tenía que intentarlo! —medié.

Hasta el momento, la única que no se había convertido en tema de conversación era Sofi. Mi prima comentaba, preguntaba y daba su opinión, pero no compartió nada de su propia intimidad. Nada más allá de las clases o la rutina en Madrid. Como estábamos en un ambiente familiar de plena confianza, me atreví y le pregunté:

—Bueno, ¿y tú qué? ¿Nos vas a contar ya qué te pasa?

—Naaaaaada, pesaaaaada —contestó Sofía.

—Sofi, no tienes que contarlo si no quieres. Pero estamos preocupadas. Tu hermano, para quedarse como encargado este “finde”, puso la condición de que nos ocupáramos también de ti.

Sofi suspiró, posponiendo su respuesta. Yo, para terminar de pincharla y que estallara de una vez, dije:

—Venga, anda, dilo. ¿Alguna “bollerita” de la Alameda te ha roto el corazón a ti también?

Mi prima enmudeció. Oculta tras las gafas de sol que llevaba puestas, no pudimos ver su rostro al completo, pero sí que apretó la mandíbula y volvió a suspirar.

—Solo me… Me enamoré de quien no debía.

Casi estaba segura de haber visto una lágrima deslizarse hasta la sien de Sofía, que permanecía tumbada al sol, como las demás. Mi prima no añadió nada más y, como se hizo un largo silencio que comenzó a ser incómodo, Lara propuso que comenzáramos a vestirnos para salir a cenar. De soslayo, vi cómo Sofía se limpiaba los ojos cuando pensó que nadie la miraba.

No hicimos grandes destrozos aquella noche, solo la cena y un par de copas en un pub cercano al restaurante. Al día siguiente, Lara volvería a Marbella tras salir del hotel para aprovechar la tarde de entrenamiento. Nos despedimos de ella en el hall de entrada.

—Solito, ¿por qué no te vienes conmigo a Doha? Nos va a venir seguir con la terapia conjunta —me propuso Lara.

Se me iluminó la cara al instante.

—¿Me lo dices en serio? —pregunté, expectante.

—Claro.

—¿De verdad que no te estás quedando conmigo?

—¡Qué no, tonta! ¿Acaso no se han venido ya Lola y Sofi?

Había ido a ver partidos de Lara muchas veces a lo largo de su carrera, casi siempre para las fases finales de los torneos. Pero, de las tres, era la única que nunca había viajado sola con ella, sin más familiares, como una componentes más de su equipo. Lola y Sofi sí lo habían hecho. Mi hermana más de una vez, la última cuando lo dejó con David. Sofi lo hizo en tercero de carrera, cuando pensaba que su futuro estaba en el periodismo deportivo y quería tomar nota.

—Bueno, aunque antes habrá que pedirle permiso a la jefa —dijo Lara, mirando a mi hermana.

—Eres tan jefa como yo, o más. Estás en tu derecho a reclamar efectivos. Aunque, Sole, hay cosas que podrás hacer en remoto —dijo Lola, quedándose a medio camino entre hermana y jefa.

Acordamos que prepararíamos los detalles en los días siguientes, y yo botaba de la alegría solo de pensarlo. Me vendría bien poner aún más tierra de por medio y terminar de aceptar todo lo que había pasado con Arturo.

Comimos con Sofi por la zona de Cortes y, después, Lola y yo pusimos rumbo a Atocha para tomar el AVE de vuelta a Sevilla. Mi prima estaba taciturna y no quisimos agobiarla más.

—Cuídate mucho, canija. Y, por favor, cualquier cosa, me llamas, ¿vale? Lo que sea. En un par de horas estoy aquí.

No respondió. Me dio un abrazo y, en medio del apretón, deslizó un “Te quiero” en un susurro casi imperceptible. La agarré por los hombros, la miré a los ojos y le respondí: “Y yo a ti”.

En el taxi hasta Atocha, me hicieron sonreír los recuerdos del fin de semana: las disculpas de Lola, la invitación de Lara, el “Te quiero” de Sofi… Mi prima tenía razón: una mala decisión no me define. Tenía cosas bonitas que aportar a mis seres queridos, y ellos me aceptaban y me valoraban. Era hora de empezar a hacerlo yo misma, perdonarme y pasar página.