¡Ay, sácamela más adentro!

Isaac es el último ligue de Tinder de Mery, pero, antes de quedar, le aclara que es demisexual: siente atracción sexual solo si hay conexión emocional con la otra persona. El concepto queda claro, pero, entonces, ¿qué es ese calor que se le concentra en la entrepierna en la primerísima cita?

6/17/20257 min read

“Deslizar, deslizar, deslizar. ¡Uh! Esta parece interesante. A ver, le gustan los animales, viajar, leer… ¿Vegana? No, gracias. Esta no, esta tampoco. A ver esta… ¿Demisexual? ¿Qué coño es eso ahora? Bueno, si son gustos sexuales raros, me vale. ¡Vaya! ¡Es un match! Le voy a escribir”.

—Hola, guapa, ¿qué tal tu día?

—Hola. Bien, sin más. Sin sorpresas, pero sin contratiempos, que no es poco.

—Igual por aquí. Oye, ¿puedo hacerte una pregunta sobre algo que he visto en tu perfil?

—Adelante.

—¿Qué es demisexual?

—Demisexual es una persona que solo siente atracción sexual si tiene un vínculo afectivo. Si no lo hay, no tiene relaciones sexuales con otra persona o personas.

—¡Ahamm! Vale, lo veo razonable, pero muy abierto. ¿Vínculo afectivo es pasarte una noche entera hablando conmigo y conectar? ¿O que te lleve a casa a conocer a mis padres?

–-¡Jejeje! Pues algo intermedio. Lo pongo, sobre todo, para espantar a la gente que está en Tinder solo para echar un polvo. No tengo interés en el sexo espontáneo y “si te he visto no me acuerdo”, la verdad.

—Sí, claro, lo entiendo perfectamente.

Mery consideró que había base suficiente como para aceptar la propuesta de Isaac para salir a cenar y tomar algo, varios días después de empezar a chatear.

Él estaba en la barra del restaurante vistiendo camiseta negra y vaqueros claros, tal y como le había comunicado por el chat cuando ella estaba de camino. Ocupaba un banco alto y estaba de medio lado, orientado hacia la puerta del local para no perderse su entrada. A unos metros, Isaac levantó su cerveza para indicarle su posición nada más verla entrar, confirmando su identidad, lo que ella agradeció. Entrar sola, despistada y sin rumbo fijo, mientras las miradas de los parroquianos se clavan en una, no es algo que le resulte agradable. “Es atento”, pensó.

Isaac era mucho más que atento. Era locuaz, divertido y atractivo, con esa barba tan bien perfilada y un degradado coronado con flequillo perfectamente colocado. Solo al masticar dejaba de sonreír. Y valía la pena verlo perder por momentos la sonrisa si la compensación era oírlo musitar sus “¡Mmm! Qué rico está” y similares mientras saboreaba la comida que habían pedido.

Mery sentía un calor extraño a la favorecedora luz tenue de la sala del restaurante, esa que suaviza rasgos y promueve las ternuras inusitadas que el vino termina de desatar. Le entró un calor que la obligó a recomponer la postura en su asiento cuando Isaac hizo un juego de palabras que le pareció divertido. ¿Qué era aquello? ¿Excitación? No podía ser, siendo ella demisexual. Todavía era muy pronto para haber creado un vínculo con aquel hombre.

Concluida la cena, ambos acordaron la visita a algún local que estuviera tranquilo en la zona de moda. Un acuerdo que confirmó una compenetración palpable y que ninguno de los dos quiso desaprovechar. Isaac había aparcado en una zona muy poco transitada a unos minutos del restaurante. Antes de arrancar, como si el cerrar de la puerta hubiera puesto el mundo en pausa, tomó consciencia del momento: estaba a solas con Mery. A él casi lo espantó su esnobismo al explicarle las nuevas etiquetas, al principio de sus chats. Pero se quedó por ese lado naif que mostró en conversaciones posteriores, y ahora, confirmado su carácter afable y tímido durante la cena, se muere de ganas de besarla.

—Me gustas, ¿sabes?

La sensación electrizante de los dedos de Isaac colocándole el pelo detrás de la oreja anestesian los sentidos de Mery. No ve venir ese beso que, aun en la incomodidad de los asientos separados, es muy dulce. Pero, si le gusta, ¿por qué se aparta?

—Lo siento, pensé que te estaba gustando.

—Emmm… Bueno, sí, pero…

—¿Sí? Si te gusta, puedo repetirlo.

Y Mery tampoco ve venir el segundo beso, aunque Isaac se toma tiempo previo para recolocarse sobre el asiento y conseguir una orientación con la que llegar mejor a su boca, enmarcar su cara con las manos y, al tiempo que la besa, acariciar los lóbulos de su oreja. La sensación que ella había ignorado en el restaurante, por considerarla imposible, se hizo entonces intensa hasta lo innegable. Así que Mery no solo abre la boca para recibir la lengua de Isaac, cálida y rítmica, sino que toma la iniciativa para marcar su propio baile.

Mery está absorta en las texturas de la boca de Isaac, en su aroma y en la visión intermitente de su rostro, que aparece y desaparece a medida que ella cierra los ojos. Apenas es consciente de los dos movimientos que hace él casi al mismo tiempo: uno, mover hacia atrás el asiento del copiloto; dos, bajar el respaldo. Mery se encuentra de repente tumbada y con la dulce amenaza del cuerpo de Isaac aproximándose y colocándose sobre ella.

—No, no. No creo que sea buena idea.

Isaac vuelve a su asiento cuando ya había pasado una pierna hasta el hueco del copiloto. La mira sin decir nada, mojándose los labios con la lengua para retener el sabor de la boca de Mery, ese gusto exquisito que ella ahora le está negando.

—¿Prefieres que nos vayamos?

—No. Pero quiero ir más despacio. Túmbate a mi lado, si quieres, pero no encima.

Isaac considera que supone el mismo grado de acercamiento estar sobre ella que junto a ella, solo las posturas cambian. Pero acepta la invitación de Mery, que se ha colocado de lado casi en una contorsión en aquel espacio minúsculo que es el asiento del coche, en el que le hace hueco.

Mery no se opone a besos tan intensos que están concentrando demasiada energía reprimida en la entrepierna de Isaac. Buscando la liberación, él se atreve a bajar la mano desde la cintura de Mery, hasta su trasero. Al tacto ella se revuelve ligeramente en el asiento e intensifica los besos, un ímpetu inusitado que, casi de forma involuntaria, desliza la mano de Isaac hasta la cara interior de los muslos de ella, muy despacio. Mery despega su cara de la del chico y lo mira.

—¿Puedo? —pregunta él.

Ella asiente. Él mueve sus dedos por donde lo hacía unos instantes, pero ahora por debajo de la falda, una primera barrera superada. Pasa las yemas sobre el algodón que aún cubre su trasero y por el encaje de los filos de la braguita, un tacto que le resulta agradable. Sobre la tela, ejerce una fricción leve, pero insistente, a la altura de ese botón de placer que se muere por tener entre sus labios.

—¿Te gusta? —susurra.

La respuesta de ella es una recomposición de postura. Se ha movido y lo ha empujado con el hombro para decirle sin hablar que, ahora sí, puede colocarse sobre ella.

Hay una cómica renegociación de los espacios disponibles en aquel sitio minúsculo, pero Isaac intenta moverse con agilidad para mantener el erotismo de la atmósfera. Pierna aquí, torso acá, ha logrado colocar las rodillas en el asiento para quitarse la camiseta. Mery lo observa de frente, indómito y seguro, y anticipa su siguiente movimiento. En efecto, él se suelta el botón y baja la cremallera de su vaquero para liberar a su miembro de tanta presión.

—Espera, espera —pide ella.

Él se detiene y la mira. Se quedan así, estudiando sus gestos. Él deseando que ella dé luz verde. Ella esperando, en el fondo, que no necesite su permiso para continuar.

—Vale, bueno, podemos dejarlo, si quieres —dice él al cabo de unos segundos, amagando de nuevo con volver al asiento del conductor.

—No, no. Pero ve despacio, por favor.

Como a cámara superlenta, sin dejar de mirarla para vislumbrar cualquier atisbo de incomodidad en su rostro, Isaac le sube la falda vaporosa de verano. La afirmación de ella está implícita en un gesto sencillo: sube el trasero para facilitar el deslizar de las bragas hasta la mitad del muslo.

Isaac besa con delicadeza el pubis de Mery. El cuerpo de ella devuelve un espasmo como respuesta al estímulo y él se detiene unos instantes, pero sigue avanzando. Está aspirando su esencia a modo de prolegómeno y casi intuye su sabor.

—Con la mano, por favor —lo interrumpe.

Isaac se queda sin su recena cuando ya tenía la miel en los labios, pero hace lo que le pide. No tiene el mejor ángulo para brindarle una experiencia sublime, pero a ella no parece importarle. Tumbada sobre el asiento, arquea la espalda y gime con cada caricia de él. Sobre el pubis, sobre el clítoris, en los labios y en el húmedo interior de ella. Los labios y la lengua de Isaac envidian sus dedos, que sí pueden tocarla, y apenas se sacian cuando él, deseoso de probarla, se chupa el índice.

—Qué rica estás —musita.

Poco más tiene que insistir Isaac con el juego de dedos sobre la acuosa vulva de Mery. Por fin, ella gime a la par que busca el aire mientras su sexo se deshace en las contracciones del orgasmo.

Para cuando abre los ojos, Isaac ya tiene el pantalón y el calzoncillo a medio muslo. Espera una señal o, como mínimo, la ausencia de una negativa. Ella lo mira, él se atreve. Busca un preservativo en la guantera casi sin dejar de hacer contacto visual, para no salir de escena. Mery se recoloca sobre el asiento para dejarle espacio y, sobre todo, para abrirse a recibirlo.

—Despacio —repite.

Isaac ignora la presión de su deseo para aplacar el instinto, y avanza dentro de ella todo lo lento que puede ir. Mery cierra los ojos con la respiración de nuevo agitada.

—No, sácamela más adentro.

Mery sigue con los ojos cerrados y no hay nada en su gesto que aclare la petición, así que él se detiene a mitad de camino y pregunta, confuso:

—¿Cómo dices?

—No, sácamela más adentro.

Sin más información que la de sus jadeos y los ojos cerrados, Isaac opta por continuar. Encuentra la manera de moverse sobre ella en aquella angostura, siempre lento, siempre suave, alternando con la caricia de sus labios sobre el cuello y la comisura de su boca.

—Mery, me gustas tanto… Mery…

Escuchar su propio nombre convertido en un susurro casi involuntario ha hecho que ella coloque las manos sobre el trasero desnudo de Isaac, que presiona. Él la percibe y aumenta el ritmo. Ella no tiene suficiente con las manos y lo envuelve también con las piernas. Es su manera de decirle cuánto le gusta sentirlo.

—Mery… —repite él, ya de manera casi inaudible en mitad de la explosión del orgasmo.

El torso de Isaac se desploma breves instantes sobre el cuerpo de ella, mientras vuelve a tomar conciencia de dónde está. Al abrir los ojos, sonríe y la besa.

—No entiendo cómo ha podido pasar. No es lo habitual. Ya sabes, yo soy demisexual.

—¿Y si te olvidas de etiquetas y te das permiso para disfrutar?

Es el preludio a un segundo asalto en el que ella, liberada, lleva la iniciativa.