Capítulo 1: Antimanual
Primer capítulo de la novela corta "Sole y el marchitar de las rosas", que narra acontecimientos justamente posteriores a "Las rosas de Abril".
3/5/20241 min read
En los días posteriores a mi ruptura con Arturo, Lara me explicó que, a veces, la culpa es funcional: te ayuda a darte cuenta de lo que haces mal, te permite resarcirte, mejorar y reforzar tus principios. Forma parte del desarrollo personal. Pero también existen sesgos que nos hacen tener una interpretación errónea de unos hechos, o ponen el foco solo en lo malo y olvidan lo bueno.
No es funcional la culpa que siento cuando me voy de la oficina a las dos en punto, porque es cuando termina mi jornada laboral, aunque haya mucho trabajo por hacer. Ni tampoco la que sentí aquella vez en el instituto, en 3º de la ESO, cuando le pegué una patada en los huevos a un niño de mi clase, que lo dejó tirado en el suelo. Llevaba tres días tocándome el culo cada vez que pasaba a mi lado, y no fue suficiente con pedirle varias veces, por las buenas, que dejara de hacerlo.
Pero lo que sentí después de aquellos malditos cuernos sí era culpa funcional. Me lo merecía. Y me daba igual que mi entorno tratara de animarme diciendo que todo el mundo tiene derecho a equivocarse y enmendar errores. Yo quería regodearme en mi propia mierda porque era lo que me merecía. Solo de Arturo hubiera aceptado una cuerda por la que trepar hasta el exterior del pozo. Solo él podía darme la absolución, y no de cualquier manera, sino volviendo conmigo.
—Es que encima, encima, fueron unos cuernos tela de cutres, ¡joder! Podría habérselos puesto con cualquier cachas de mi gimnasio, allí, dejándome empotrar en un vestuario y corriéndome viva del morbo. ¡No! Fueron con Nando, tía. Con el imbécil de Nando. En mi puta casa, de la que él tenía llaves. Y ni follé, ¡es que ni follé!
Era la enésima vez que le repetía lo mismo a Sofi por teléfono, mientras mi prima se encontraba en Madrid.
—Sole, en serio, deja ya la cantinela. Pasa página, de verdad. Es cuestión de proponértelo —pidió mi prima.
—¡Pues cuéntame tú algo! ¿Se liga mucho por allí?
—No estoy en esas ahora mismo, la verdad.
—¿Me vas a decir ya qué te pasó para huir de esa forma?
—Yo no huí. Vine a hacer un máster, ya te lo dije.
—Ya, pero el día antes de que te fueras, me…
—Sole, por favor. No insistas, joder. Respeta mis límites.
No me convenía calentar a Sofi, que estaba aún más irascible que yo. Ya tensaba bastante la cuerda de la paciencia de mis amigas, especialmente, la de Patri. De todo mi grupo, con ella era con quien menos conectaba. Últimamente, ninguna de las dos se callaba nada, discutíamos por cualquier cosa y Lola, Sara y Ro ya se estaban cansando de mediar. Así que, como veis, no seguía ninguno de los consejos que me daba mi entorno para superar la ruptura. ¿Dejar de martirizarme con la culpa y aprender del error? No. ¿Controlar la ira? N-O.
Algo que tampoco hice fue dejar en paz a Arturo. Yo había tomado una decisión, la de serle infiel, y él había tomado la suya, que fue la de alejarse de mí. Él aceptó lo que hice, pero yo no acepté su reacción. Así que le escribí más de una vez. Mi hermana me amenazó con quitarme el teléfono y borrar su número, pero de poco iba a servir, porque lo tenía guardado en un cajón cerrado con llave.
Le preguntaba que cómo estaba, como si fuera una ex ejemplar interesada únicamente en su estado emocional. Él me decía que bien, pero nunca contestaba lo que yo, en realidad, quería saber: si me echaba de menos, si saldría el próximo fin de semana, adónde o si había posibilidades de que flaqueara, se dejase llevar y terminásemos en mi cama. No podía ser tan explícita en las preguntas, pero sí intenté tratarlo como a un amigo.
—Bueno, ¿qué? ¿Sales este fin de semana? —le escribí un viernes por la mañana, de un modo informal forzado y sin preámbulos.
Quería saber si era posible jugar la carta de la amistad, pero él fue tajante.
—No lo sé. Pero, Sole, no estoy preparado para tener estas conversaciones contigo.
Estaba en un bucle infinito: le escribía porque lo echaba de menos y sentía culpa, lo agobiaba y, por lo tanto, más culpa sentía y más lo echaba de menos. Mi gestión de la ruptura se podría poner en cualquier antimanual, porque hice todo lo que no hay que hacer.
Cuando todo el mundo pensaba que ya no podía cagarla más con Arturo, superé sus expectativas. Era un domingo por la tarde. Patri, con quien ya digo que andaba tirante aquellas semanas, propuso ir a un pub de Sevilla Este a escuchar el concierto de un grupo que versionaba clásicos del pop en inglés. Ella, que no sabía ni quiénes eran los Beatles. Supe después que tenía interés sexo-afectivo en que el plan saliera, pero, en cuanto leí “Sevilla Este”, la apoyé con entusiasmo. Sabía que Arturo frecuentaba la zona en la que se encontraba aquel pub, así que, tal vez, lo vería aquella tarde.
El antro estaba a rebosar cuando llegamos, porque, aunque salimos con tiempo, pasamos un buen rato buscando aparcamiento. Entramos a pedir unas copas, pero Sara y yo volvimos enseguida a la terraza. Quería fumar y me ofrecí a acompañarla.
Junto a aquel local había otro, una cafetería más tranquila y familiar con los veladores a rebosar de gente. Estaba distraída mirando las mesas mientras Sara buscaba el tabaco y el mechero dentro del bolso-saco que llevaba aquella tarde. De repente, lo vi. En una de aquellas mesas estaba Arturo y, para mi estupor, no estaba solo. Apenas me dio tiempo a reaccionar porque él, sintiéndose observado, miró en mi dirección y me vio. Movió una mano en el aire, esbozó una leve sonrisa y, en cuanto le devolví algo parecido a un saludo, fijó de nuevo la mirada en la chica que lo acompañaba.
Sara, aún sumida en su búsqueda, ni se había coscado. En cuanto pudo sacar la cabeza de su maldito saco, ya con su droga en la mano, le dije:
—Tía, me cago en mi puta vida. Está ahí Arturo y está con otra. Sara, por Dios, ¡me voy a morirrrrrr!
—¿Qué dices? Madre mía. ¿Dónde?
—¡En la otra puta terraza!
Sara miró en la dirección que le indicaba y constató que, efectivamente, allí estaba Arturo con otra chica.
—Vale, Sole, ponte de espaldas a ellos. Me fumo esto y entramos. Ignóralos.
—¡Y una mierda! Ponte de espaldas tú, que yo mire bien. Quiero saber quién es.
—Sole, en serio…
Mi amiga emitió alguna queja que ni oí, pero se resignó a moverse en cuanto hice una suave presión sobre sus hombros.
—¡Dios! ¡Esa es la tía que estaba con él en Blue Elephant la noche que él y yo empezamos! ¿Te acuerdas? Cuando me dio el ataquito de celos aquel. ¡Qué zorra!
—Vale, bueno. Quien sea. Hazte el favor de ignorarla, Sole.
Sara quiso darme conversación para distraerme, pero yo ya estaba estudiando el modo de acercarme. Sentí que los astros se alineaban cuando, justo en el momento en el que la chica se levantó y dejó solo a Arturo, Patri y Ro salieron del local. Mis amigas comenzaron a charlar entre las tres y yo me escabullí para ir a saludar a mi ex. Tecleaba algo en el móvil cuando llegué a su altura.
—¿Así es como saludas a las viejas amigas? ¿De lejos? —dije.
—No hubiera podido ir a saludarte aunque quisiera porque, como has visto, estoy con alguien ahora mismo —contestó Arturo, en tono tranquilo.
—¿Quieres decir que estás con ella aquí, en este bar? ¿O que ESTÁS con ella?
Me miró con un gesto reprobatorio, como los que Lola me llevaba echando toda la vida. Quise quitarle hierro, así que reí y continué:
—Vale, vale. No es asunto mío. Solo quiero saber cómo te va la vida, ya está.
—Me va bien.
—¿Sigues ahorrando para independizarte?
—Sí. Pero, oye, Sole, ahora mismo no creo que…
Su acompañante volvió a la mesa antes de que él pudiera agregar nada más.
—Hola —saludó.
—Hola —repliqué, cortante.
Se hizo un silencio incómodo entre los tres, mientras yo me aseguraba de trasladar todo mi desprecio en la mirada intensa que le estaba dedicando a la chica.
—Ya veo que vuelves a la carga. A recoger las sobras, ¿no?
Tanto ella como Arturo me miraron sin dar crédito. Me dirigí a él:
—¿No es esta la chica que andaba detrás de ti el día que tú y yo nos liamos en Blue Elephant? ¿Cuando empezamos?
—Sole, en serio... —comenzó un sobrepasado Arturo.
—Te eligió a ti, sí. Y no le fue muy bien, que digamos —soltó la chica.
—Eso lo tendrá que decir él, porque tú no sabes una puta mierda —repliqué, airada.
Ambas miramos de soslayo a Arturo, que negaba con la cabeza y balbuceaba algo que no entendí.
—Yo que tú me hacía mirar esa necesidad de quedar por encima de gente que ni conoces —dijo la chica.
—Ya, lo que tú digas.
—No sé si es que en tu casa te han hecho poco casito o es que estás acostumbrada a que sean otras las que ganen siempre.
La asquerosa, sin más previa, se me acababa de tirar a la yugular.
—Mira, niñata de mierda… —dije, elevando el tono y dándole una palmada en el hombro.
—Ehh, ehh, ehh —exclamó Arturo, poniéndose de pie para interponerse entre las dos.
—¿Vienes aquí montando el numerito de celos, en plan exnovia tóxica, y yo soy la niñata de mierda? —dijo la chica.
Diciendo lo anterior, se levantó, desafiante. A esas alturas, toda la terraza nos estaba mirando, y también la del otro bar. Mis amigas, que habían estado presenciando la escena a lo lejos, tuvieron la señal definitiva de que debían intervenir. Sara fue la primera en llegar hasta mí.
—Sole, venga, anda, ya está, vámonos.
—Tía, Sole, se te va la olla —dijo Patri, terminando de sacarme de mis casillas.
—¿Sabes, acaso, lo que me ha dicho esa furcia? —grité.
—¿En serio me llamas furcia a mí? ¿Tú? —rio la chica.
Estaba fuera de mí y no sé de qué hubiera sido capaz si, en aquel momento, no hubiera aparecido Kappa, uno de los mejores amigos de Arturo.
—Bueno, ¿pero qué pasa? —preguntó, ajeno a todo.
—Nada, no pasa nada —medió Arturo, serio.
Kappa me miró y, acto seguido, dio un beso en los labios a la chica que, sin comerlo ni beberlo, había sido el blanco de mis iras y frustraciones. Ni siquiera se molestó en dedicarme una sonrisa victoriosa, solo se sentó y me ignoró. Supongo que, al final, le di lástima.
Salí apresurada de la terraza y me fui a la acera de enfrente. Me apoyé en un coche y allí, derrotada, lloré. Mis amigas vinieron enseguida a tranquilizarme, pero algo las cortó de forma abrupta. Me giré y vi que Arturo caminaba en nuestra dirección. Ellas nos dejaron a solas un momento.
—Bueno. Ya veo que no estás muy contenta, ¿no? —dijo mi ex.
—No.
—Ya, ya lo suponía. Sole, ya está bien, de verdad. Acéptalo de una vez. Entiendo que estés mal porque imagino que te sientes culpable, pero, de verdad, supéralo.
No era capaz de mirar a Arturo a la cara. Tenía la vista fija en sus zapatillas deportivas, angustiada por la sensación de que había terminado de poner la guinda del pastel.
—No puedo superarlo —dije, sollozando.
—Sí puedes. Mira, todo el mundo tiene derecho a equivocarse. Pero eso implica vivir con las consecuencias del error. Hay cosas que ya no tienen arreglo o que no pueden quedar como estaban. Hay que aceptarlo y ya está. Puedes hacerlo.
—No. No es solo culpa, aunque también. Es que te echo mucho de menos. No puedes ni imaginarte cuánto.
—Sole, lo superarás. Y te habrá servido para aprender por qué no puedes traicionar a alguien que te quiere y confía en ti.
Lo miré a la cara, por fin, y tuve que contenerme las ganas de preguntarle si él también me echaba de menos, si me seguía queriendo, aunque ya no confiara en mí. Pero sabía que no convenía insistir más.
—Pasa página, Sole. Y sé feliz. Te lo mereces, como todo el mundo —agregó Arturo.
—¿Tú crees?
—Sí, lo creo. Pero no busques felicidad en una relación conmigo, porque yo no quiero volver. Ahora mismo no, y... tampoco te quiero dar esperanzas.
Respiré hondo para contener el llanto. Arturo se despidió.
—Me voy. Y, para que sea más fácil para los dos, te voy a bloquear de todo. No quiero recibir más mensajes tuyos, Sole. Lo siento, de verdad que lo siento.
Y entonces, sabiendo que aquella despedida era definitiva, comencé a llorar.
—Cuídate, anda —deslizó Arturo.
Antes de irse, hizo un gesto a mis amigas para que se acercaran y no me quedara sola. Ya se había ido cuando ellas llegaron hasta mí.

