Harry (5): Calentón de otoño

Capítulo 25 de Las rosas de Abril.

23 min read

El estreno de Conquering worlds en Los Ángeles fue el primer gran evento al que asistimos Lara y yo y, por lo tanto, la presentación oficial de nuestra relación. Desde las imágenes de Nueva York a la salida del restaurante, los fotógrafos nos persiguieron día y noche. Y allí estábamos el día del estreno, dándoles lo que querían: sobre la alfombra roja y compartiendo sonrisas y miradas de complicidad. Nos convertimos en la pareja de moda, y cada una de nuestras apariciones públicas se analizaba al milímetro. Tanto la prensa como nuestros fans activaron su peculiar medidor del amor para saber si lo nuestro era pura química o solo algo pasajero. Consumían ávidos cualquier foto nuestra, aunque tuviera una calidad ínfima, y luego comentaban cada píxel en redes sociales y foros.

Lara aún tenía que participar en un par de torneos en lo que quedaba de temporada para asegurarse cerrar el año como número 1. Una jugadora australiana se había convertido en una de las grandes revelaciones al ganar varios Premier importantes y otros torneos secundarios, junto a avances significativos en los Grand Slams. No ganó a Lara en Melbourne ni en París, pero sí en New Haven. Mi chica quería evitar que recortara en exceso la distancia entre las dos, pero le bastaba con participar en el Abierto de China y en el Torneo de Maestras de Estambul para asegurarse matemáticamente su liderato.

La acompañé a Pekín junto a su equipo técnico, donde se dio un baño de multitudes. En el aeropuerto fue recibida como una estrella, la flamante ganadora de los cuatro grandes del año. Siempre atendía a sus fans, y aquel día pasó 45 minutos firmando autógrafos y haciéndose fotos con su público. También gritaron mi nombre para que me acercara, pero me limité a saludar desde lejos. Era ella quien debía acaparar el protagonismo.

Para beneplácito de los fans chinos, Lara disputó hasta las semifinales del torneo. No había necesidad de forzar la máquina tras unos meses muy intensos, pero su compromiso con el tenis y con la afición motivaron su avance en el cuadro individual. Fue en Pekín donde pude conocer a muchos de sus compañeros y amigos del mundo del tenis: Roberto López, Martina Rodríguez, Marcos Rovira, Sandra Martines, Juan Carlos Ruiz, etc. Muchos iban acompañados de familiares, y, entre ellos y los equipos técnicos, hacían una piña en la que me incluyeron desde el principio.

Me fascinaba el mundo de Lara y yo me moría por enseñarle el mío. Pocos días después de la vuelta de Pekín, yo debía empezar el rodaje de El druida, una miniserie que me ocuparía hasta diciembre, poco antes de las Navidades. Era una producción británica, pero participar me hacía especial ilusión porque se adentraba en un antiguo Gales místico con cuyas leyendas yo había crecido.

—Es posible que la obra no salga del Reino Unido, pero la productora ha puesto toda la carne en el asador: tiene buenas condiciones, pagan bien y es una manera de meterte a tus paisanos en el bolsillo —me dijo Craig cuando me anunció la oferta.

Durante el mes de octubre tuvimos que conformarnos con las visitas fugaces de Lara a las ciudades cercanas en las que yo rodaba. A finales de mes disputó el Torneo de Maestras, cuya final perdió frente a la rusa Natasha Novikova, a la que sí logró vencer varias veces a lo largo del año. No pudo poner el broche de oro, pero la temporada había sido excepcional y estaba feliz.

Tras unos días en Sevilla, puso rumbo a Reino Unido para pasar tiempo conmigo. Le pedí al equipo que la acreditara para asistir al rodaje, lo que me hacía especial ilusión. En la escena que Lara presenciaría, mi personaje debía defenderse del asedio de un grupo de soldados ingleses con su bastón como única arma, al menos de inicio. El director se había empeñado en rodar la escena en una única toma, lo que entrañaba una increíble dificultad técnica, pero luego quedaría vistoso en pantalla. Los actores teníamos que completar toda una coreografía de movimientos mientras que cámaras, auxiliares y otros técnicos debían ser certeros en la grabación y conservar siempre sus posiciones. Un solo error implicaría empezar de nuevo, lo que conllevaba pérdida de tiempo y de dinero.

El rodaje se desarrolló el día que Lara acudió al set. Le presenté a los miembros más destacados del equipo y al personal de vestuario, peluquería y maquillaje.

—Por fin te conocemos. A tu Harry se le pone una sonrisa tonta siempre que te mencionamos. Mira, como ahora —le dijo una de las estilistas, haciendo que me pusiera como un tomate.

Ella hacía preguntas, escuchaba pacientemente las explicaciones, sonreía y bromeaba. Lara sabía desplegar su carisma.

Tuve que grabar algunos diálogos antes de la escena de la pelea. Mi chica observaba atentamente enfundada en un grueso plumífero, con las manos en los bolsillos y el gorro sobre su cabeza. Mi sureña, acostumbrada a temperaturas altas, parecía pasar frío en tierras galesas. Terminados los diálogos, alguien de producción me recordó que tenía media hora antes de comenzar la escena crucial.

—Ven, cariño —dije a Lara, echando mi brazo sobre sus hombros. —Vayamos a mi caravana, a ver si entras en calor.

Nos alejábamos hacia la zona de caravanas cuando alguien gritó detrás de mí:

—Harry, recuerda que estás peinado y maquillado.

Me giré sin dejar de caminar, con mi brazo sobre los hombros de Lara, y sonreí.

Al llegar a la caravana, Lara me rodeó el cuello con los brazos y me besó con una pasión inesperada en aquel momento.

—Qué profesional con tu atuendo, tus líneas de guion y tu amplio catálogo de expresiones faciales, ¿no? —me dijo.

—¿Te sorprende? ¡Soy actor! —pregunté.

—And a good one. No, no me sorprende. Me excita.

—¿En serio?

—La túnica, la barba, el pelo alborotado y estas heridas de pega en la cara me han tenido todo el día con ganas de besarte. Bueno, diría más: de buena gana te hubiera rasgado los ropajes para...

No hizo falta que dijera más. La levanté desde los muslos y la tumbé sobre la mesa de la caravana donde solía repasar guiones y tomar café entre toma y toma. Abrí su chaqueta con urgencia, levanté su jersey e introduje mis manos para masajearle los pechos. Ella permanecía tumbada sobre la mesa, mirándome con sus ojos pardos y con la boca entreabierta por el disfrute.

Estaba a punto de dejarme llevar por el estado de frenesí que me producía el contacto físico con ella, pero me aparté.

—No, no es buena idea —dije.

Ella se incorporó colocándose el jersey y me dijo:

—No pasa nada, lo entiendo.

—No es buena idea recrear una escena real de sexo justo ahora, cuando estoy a punto de rodar una de acción que está medida al milímetro. Lo siento, te compensaré más tarde —dije, alzando su barbilla para después besarle la frente.

—No te disculpes, eres un profesional.

Lo cierto es que la escena me había costado horas de trabajo con los especialistas de acción los días previos. Repetíamos cada movimiento una y otra vez hasta quedar agotados por el esfuerzo, lo que también me exigía buena forma física.

Serví a Lara un poco de café y la sostuve en mi regazo sobre el sofá de la caravana, esperando que mis brazos y el líquido caliente fueran suficientes para que entrara en calor.

—¿Es la acción tu género favorito para trabajar? —me preguntó.

—Ahora mismo es lo que más me gusta hacer.

—¿Pero te gustaría interpretar a personajes con… no sé, otro arco?

—En algún momento, pero ahora mismo soy consciente de que mi físico es cotizado. Mientras pueda mantenerme en buena forma, tendré que explotarlo.

—Entiendo —dijo.

—No temo encasillarme, estoy cómodo en el género. Pero está en una situación esquizofrénica: la gente lo consume en masa y convierte cualquier película en taquillazo, pero valora más el trabajo actoral fuera del género. Muchos creen que prepararse para el papel implica tomar batidos proteicos para sacar músculo y echar muchas horas en el gimnasio.

—Es injusto. Deberían venir al rodaje, como yo. Me marcharé siendo tu mayor fan.

—Y la única que puede tenerme cuando quiera.

Sonrió antes de que la besara, y luego estuvimos varios minutos abrazados y jugando con nuestras bocas. Alguien de producción golpeó con los nudillos la puerta de la caravana para avisar del inminente reinicio del rodaje: “Harry, sales ya”.

—Suerte que llega la hora de volver, porque me estaba encendiendo otra vez —dije a Lara al levantarme para salir de la caravana.

De vuelta al enclave donde tendría lugar el rodaje, el director me miró e hizo llamar a alguien de maquillaje sin mediar palabra.

—Un momento de pasión, ¿no? —me dijo con una sonrisa pícara.

—Solo hemos descansado —mentí.

—Ya —intervino la maquilladora que había respondido a su llamada. —Pues el maquillaje que yo estoy reponiendo aquí lo lleva ahora tu novia en la cara.

Lara se giró avergonzada para ocultar su rostro y frotarse labios y pómulos con urgencia, ante las risas del equipo. La escena que rodamos poco después, afortunadamente, salió a la perfección.

El rodaje solo me dejó seis días libres en noviembre, justo cuando Lara disfrutaba sus merecidas vacaciones. Quise sorprenderla, así que aceptó que nos escapáramos a Capri para pasar unos días de relax que se esperaban soleados. Pero el viaje no salió como esperábamos. El buen tiempo otoñal reunió a miles de personas en la isla.

Íbamos a dar un paseo en barco el primer día, pero Lara quedó retenida en la habitación del hotel esperando a los técnicos del control antidopaje, que siempre se presentaban inesperadamente. Tras los análisis de rigor, no quedó apenas tiempo para pasear por las calles antes de comer.

Al salir del hotel, una nube de personas nos rodeó, cámara en mano. Lara estaba desconcertada. No estaba acostumbrada a atenciones masivas fuera de las pistas de tenis y aeropuertos de las ciudades a las que llegaba para disputar competiciones, y aquello la hizo sentir incómoda. Ni siquiera pudimos relajarnos en el restaurante, porque los curiosos no se cortaban al acercarse a nuestra mesa cuando estábamos comiendo.

—Oye, por favor, no es el momento, ¿vale? —dije en tono serio a un joven que se acercaba, que se retiró con gesto de decepción.

Lara estaba seria.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—Un poco sobrepasada, la verdad —me dijo.

—Lo siento.

—No es tu culpa.

Bajó la mirada unos instantes y luego me volvió a mirar para decirme:

—¿Por qué no nos vamos a Lanzarote? Seguro que Roberto y Marina nos recomiendan sitios más tranquilos.

Dudé unos segundos antes de contestar.

—Vale, como quieras —dije. —Si crees que estarás más cómoda, nos vamos a Lanzarote. Yo solo quiero que estemos bien.

Sus amigos nos dieron una cálida bienvenida al día siguiente, y yo temía que quisieran hacerse demasiado presentes en la escapada romántica. Pero, afortunadamente, averiguaron el cariz del viaje y nos dejaron nuestro espacio.

—Os quedáis en la suite del hotel de la academia, nadie os molestará —dijo Roberto.

—Y mañana bajáis al puerto y cogéis nuestro velero. Ya hemos avisado para que os acompañe un patrón —apostilló Marina, su novia.

—Sois geniales, chicos, muchas gracias —contestó Lara.

—Sí, muchas gracias —dije yo, en mi pobre pero cada vez mejor español.

—No hay de qué, estáis en casa —contestó Roberto.

A Lara se la veía más animada al día siguiente, más tranquila y menos estresada que en la jornada y media de masas en Capri. Su amigo Roberto tenía una academia de tenis en Lanzarote. Comenzó instalando un par de pistas unos años atrás, pero por entonces ya lo había convertido en todo un complejo deportivo con 15 pistas rápidas, tres de tierra batida, tres de hierba, una pista indoor, un gimnasio y un hotel donde se alojaban aficionados de todo el mundo que querían vivir una experiencia inmersiva con el tenis.

Desayunamos sin prisas en el restaurante y pusimos rumbo a Puerto Calero para montar en el velero a las 11 h. Era mi primera vez en Canarias, hacía un tiempo estupendo y yo tenía ganas de vislumbrar rincones de la costa desde el mar. El patrón fondeó frente a una playa donde prácticamente estábamos solos. Mi chica se tumbó bocabajo sobre la cubierta para tomar el sol, que brillaba espléndido. Me acerqué para acariciarle los muslos y las nalgas, incapaz de resistir la tentación.

—¿Cómo se puede tener un culo tan perfecto? —dije.

—Con muchas horas de gimnasio y pista. Y genética, eso también —contestó ella.

—Tienes el mejor trasero del mundo y es mío.

Acerqué mi cara para lamer su piel y morder sus nalgas, que sobresalían por debajo de una braguita de bikini de talle alto.

—Mmm… Es que me encanta tu trasero, nena —insistí, sin dejar de morder y lamer.

—Harry, para —dijo ella, dándose la vuelta. —Estamos cerca de la costa, alguien nos podría ver.

Me estiré sobre ella, con las manos apoyadas sobre la cubierta. Mientras la besaba, froté mi sexo contra el suyo, ambos cubiertos por nuestros trajes de baño.

—Tienes el termostato roto en la posición “Muy caliente” —dijo.

—Pues sí, ¿para qué negarlo? Siempre se me rompe cuando estoy contigo —contesté.

Ella levantó los brazos para agarrarme el cuello y responder a mis besos. Después de unos minutos, empujó suavemente mi pecho para que me apartara y dijo:

—Vamos dentro antes de que lleguemos a un punto de no retorno, anda.

La seguí hasta el camarote más grande, bien equipado con una cama de matrimonio. Echamos las cortinas y nos tumbamos sobre el colchón para continuar los besos, cada vez más ansiosos y excitados. Me levanté un segundo para quitarme el bañador, mientras ella me observaba lujuriosa:

—Qué bueno estás, joder —susurró.

Le quité la parte de arriba del bikini para lamer sus pezones, pero ella puso una mano sobre mi cabeza, presionó suavemente y me dijo:

—Baja ya. No puedo más.

La obedecí y continúe mi trayectoria hasta su zona pélvica mientras ella se sentaba sobre el cabecero para tener plena visión de lo que le hacía. Levantó sus nalgas para que la despojara de su parte de abajo del bikini, y comencé con mi juego habitual de lengua y dedos que tanto la excitaba.

—Quiero que me digas cuánto te gusta —me pidió.

—Me encanta —susurré.

—Louder and dirtier —insistió ella.

—Me encanta comértelo y que te corras de placer cuando lo hago —dije, elevando el tono.

Agarré sus muslos con fuerza y aumenté la intensidad, llevado por la excitación de sus palabras. Lamí su clítoris, sus labios y la abertura de su vagina con ansias, como si de un momento a otro fueran a desaparecer de debajo de mi nariz.

—Espera, espera —me dijo. —Vamos a pasar al 69.

Se echó a un lado y se colocó de rodillas, esperando a que yo me tumbara. Cuando lo hice, ella se colocó sobre mí de modo que pudiéramos llegar con nuestras bocas a la zona genital del otro. Comenzó lamiendo la base de mi pene para subir luego hasta el glande y chupar, moviendo la lengua y sellando con los labios. Su pericia para la felación era innegable, y yo estaba tan excitado que apenas podía concentrarme en darle placer oral a ella.

—Quiero que te corras en mi boca al mismo tiempo que me corro yo —me dijo.

Estaba claro que Lara quería una sesión dirty de sexo, y yo, encendido como estaba, no pensaba negárselo. Continuamos el juego con nuestras bocas. Ella levantaba la pelvis de vez en cuando para postergar el momento del orgasmo, sin dejar de mastubarme ni de lamer mi pene con fruición.

—Lara… Oh, sí, nena, sigue —susurré.

—No, no te corras, espera un poco —dijo acercando de nuevo su sexo a mi boca.

Paró unos segundos el juego con su boca para que me centrara en ella, y respondí agarrando con fuerza sus nalgas y lamiendo todo su sexo de forma impetuosa. Retomó el trabajo oral instantes después, con una respiración cada vez más agitada que indicaba que su orgasmo estaba cerca.

—Ya, ya —gemí.

Recibió mi semen en su boca, a la vez que su sexo se contraía por el orgasmo y ella emitía los gemidos propios del clímax. Después se dejó caer al otro lado de colchón, y apenas tomó aire antes de levantarse para ir a deshacerse de mis fluidos. Yo la seguí al baño para hacer lo mismo.

—Me pones demasiado —me dijo.

—Estabas muy arriba, ¿no? —contesté yo, sonriendo.

—Buff… —dijo ella, volviendo los ojos.

Nos volvimos a poner el traje de baño para aprovechar el buen tiempo en Canarias, y comimos en el velero. Estábamos disfrutando de un día espléndido en el que, como era habitual, Lara me hizo reír. Solía sorprenderme con sus confesiones, sus preguntas y sus salidas de tono.

—¿Qué crees que harías si no fueras actor? ¿Modelo? —me preguntó mientras comíamos.

—No, no soy gran amante de la moda —dije.

—¿Obrero de la construcción?

—De todas las profesiones que hay, ¿por qué dices esa, precisamente? —pregunté, sorprendido.

—Porque en verano van sin camiseta. Y el mundo no se podría perder estos cuadros, que ni el Museo de Bellas Artes de Sevilla —dijo mi chica, momento que aprovechó para pellizcarme pectorales y abdominales.

Reí. Era habitual que me preguntaran a qué me dedicaría de no ser actor, pero mi respuesta nunca era muy original. Solía decir que, probablemente, a los negocios familiares en Gales y Escocia.

Pero Lara me hizo sentir curiosidad y yo también pregunté:

—¿Qué serías tú?

—¿Yo? —dijo, sonriendo. —En un mundo real, sería monitora de gimnasio.

—Bueno, tiene sentido —dije.

—Pero, en un mundo ideal, sería... diva del pop.

Me sorprendió la respuesta y volví a reír. Aunque la iba conociendo, siempre me descolocaba que alguien tan capaz de conservar la mente fría para ganar partidos de tenis al más alto nivel, tuviera tanta facilidad para fantasear.

—¿Ni siquiera solo cantante? ¿Directamente diva? —pregunté, divertido.

—Ajá. Si yo me pudiera cambiar por alguien un solo segundo, sería Beyoncé dando un concierto en un estadio de fútbol lleno. ¿Qué se debe de sentir ahí?

—Muchos nervios, supongo. Pero también euforia. La verdad es que debe de ser brutal, pero tú algo sabes, que llenas estadios en los que cientos de personas corean tu nombre.

—¿Tú vendrías a verme?

—Claro. Sería tu mayor fan.

—¿Aunque cantase como una rana estrujada en una cuneta por la rueda de un camión oxidado?

Me parecían hilarantes las comparaciones tan insólitas que a veces encontraba mi chica.

—¡Qué cosas tienes! El amor es ciego y, en este caso, espero que también me dejara sordo.

Por la tarde regresamos al hotel de la academia, pues habíamos quedado para cenar con Roberto y Marina. Aún en nuestra suite, a poco de salir, Lara recibió una llamada de su madre. Se estaba haciendo una trenza justo en ese momento, así que contestó con el modo manos libres activo. No hacía falta mucho conocimiento del español para entender lo que dijo Macarena en cuanto su hija contestó al teléfono:

—¿Qué pasa, hija? Que a tu novio le gusta tu culo, ¿no?

Se nos descompuso la cara en ese momento, y ya no entendí el resto de la conversación. Su madre empleaba un tono molesto, mientras el de Lara era de disculpa. Cuando colgó, comenzó a teclear en su teléfono rápidamente.

—What’s going on, honey? ¿Qué pasa? —pregunté.

—Esto pasa —contestó, orientando la pantalla del móvil hacia mí, que la agarraba por la cintura desde detrás ante el lavabo del baño.

Me mostraba un vídeo en el que aparecíamos aquella misma mañana, sobre la cubierta del velero. Le proporcionaba carantoñas deteniéndome especialmente en sus nalgas, y luego ella se giraba para besarme.

—La cosa no queda ahí. Te traduzco:

Lara Martín y Harry Cross: calentón de otoño en Lanzarote.

La tenista española y el actor británico pasan unos días de vacaciones en Canarias, después de la exitosa y extenuante campaña de la sevillana. Enamorados, la pareja se proporciona caricias y besos sobre el velero de Roberto López, que les ha acogido en la isla. Parecía que ambos estaban dispuestos a dar rienda suelta a su pasión bajo el sol, hasta que, finalmente, ella lo ha apartado. Los dos se han levantado y han caminado juntos para abandonar la cubierta poco después, evitando las miradas indiscretas para su sesión de… amor.

No daba crédito. Habíamos abandonado Capri el día antes buscando la tranquilidad en Lanzarote, y juraría que aquella mañana habíamos estado solos. Pero la información viajaba mucho más rápido que nosotros y parecía que los paparazzi ya nos esperaban allí. Nuestros besos y caricias en cubierta se habían hecho virales también en Twitter, donde los usuarios compartían capturas de pantalla del vídeo. Un tuitero subió una sucesión de fotos. En la primera se me veía sobre Lara, en la segunda caminando detrás de ella hacía el camarote. La tercera era una ampliación para conseguir un primer plano de mi miembro, visiblemente crecido bajo el bañador. Lara me tradujo algunos tuits:

“Profesión de riesgo es ser la costura del bañador de Harry Cross”.

“Si yo fuera el patrón del barco, ya me habría equivocado varias veces de mástil. Queriendo”.

“Foto: Lara Martín se encamina a almorzar un pincho moruno sin sospechar que la ensartada acabará siendo ella”.

“Montando la tienda de campaña sobre el velero. Estos ricos tienen unos gustos muy raros”.

“Si Harry Cross se pone de perfil, hay una vela más de la que el barco puede tirar”.

Y miles más por el estilo.

—Pfff… Es increíble, ES INCREÍBLE —grité. —¿Qué medio es?

—Da igual —contestó mi chica.

—No, no da igual, Dime qué medio es.

—Harry, no importa, ¿vale? No pasa nada. Tendremos que ir con más cuidado.

Suspiré para calmarme. Luego pregunté:

—¿Estás bien, cariño? —musité a su espalda, besándole el hombro.

—Sí, estoy bien —contestó, aunque seca y sin mirarme, retomando la tarea con su cabello. —Volvemos a Londres mañana, ¿vale?

—Lara…

Iba a protestar, pero ella me interrumpió.

—Así podrás descansar antes de continuar el rodaje.

No quise insistir, así que asentí en señal de aprobación.

Al bajar a la recepción del hotel, donde nos esperaban sus amigos, Roberto esbozó una sonrisa pícara y dijo:

—¿Qué tal, parejita? Espero que hayáis cambiado las sábanas del velero.

Lara agachó la cabeza y no contestó, una reacción que Roberto captó rápidamente. Estuvo ausente toda la noche, con la cabeza en otra parte. Al día siguiente, salimos temprano hacia Tenerife para tomar el primer vuelo de vuelta a Londres.

Mi chica permaneció inusualmente callada durante todo el viaje. El incidente con la prensa y la llamada de su madre habían ensombrecido su carácter alegre y chispeante. Miraba por la ventana con gesto serio, pero no quise agobiarla. De vez en cuando, le agarraba la mano intentando arrancar en ella alguna reacción, pero permanecía desconectada del momento, con su mente en otra parte.

No se lo dije, pero a mí me atormentó la idea de que lo sucedido deteriora nuestra relación, que estaba fluyendo muy bien hasta entonces. Ya me había pasado, cuando ni siquiera era capaz de acaparar tanto interés mediático como después de Mark H. Unos años antes había conocido a una chica en un pub de Londres, Meera. Salimos del bar juntos aquella noche y quedamos un par de veces, pues ella me gustaba. Pero era frecuente que las fans nos abordaran en nuestra salidas por la ciudad, y encontró varias veces su foto en la prensa. Decidió cortar conmigo, y me preocupó pensar que esa alta exposición iba a afectar a mis relaciones. En mi primera escapada romántica con Lara, era justo lo que había pasado, así que mis peores temores afloraban de nuevo.

De camino a South Kensington desde el aeropuerto, Lara tecleaba en su teléfono y, por primera vez en horas, la oí reír. Su familia había hecho comentarios jocosos del momento “Velero” en el grupo familiar de WhatsApp, al estilo sevillano. Lograron que Lara se relajara, y ella misma acabó reconociendo que su madre, demasiado tradicional, tendía al drama con frecuencia. Mis dudas se despejaron y, de nuevo con buen humor, enfilamos los restantes dos días de vacaciones que tenía por delante.

Tom y Beth, mi hermano y mi cuñada, estaban deseando conocer a Lara. Nos invitaron a una barbacoa en su jardín al día siguiente, y se sumaron Pete y Josh con sus parejas, Shirley y Edith. También estarían mis sobrinos, Gael y Reese, ambos preadolescentes. Mi hermana Maggie y su marido no pudieron venir desde Bristol con tan poca antelación, y mis padres atendían asuntos del negocio familiar en Edimburgo.

Cuando Lara estaba nerviosa, jugueteaba con un anillo que usaba a veces, regalo de sus primas. Es lo que estuvo haciendo todo el trayecto desde mi casa a la de Tom y Beth.

—Relájate, Lara. Es solo una comida informal —le dije.

—Estaré bien —contestó ella.

Llegamos temprano para charlar tranquilamente con Tom y Beth. Ambos alargaron la mano para estrechar la de Lara, pero ella quiso hacer las presentaciones al estilo español.

—En Sevilla damos dos besos —dijo, sujetando alternativamente a mi hermano y a mi cuñada por un hombro para plantar un par de besos en sus mejillas.

Mi cuñada nos llevó a la habitación de Reese, mi sobrina, que había salido con su hermano y un par de vecinos de paseo en bici. Tenía interés en enseñarnos algo. Descubrimos toda la pared frontal llena de pósteres de Lara en diferentes momentos de sus partidos, y una foto en un marco del escritorio. Éramos nosotros dos en la premiére de Conquering worlds en Los Ángeles.

—Desde que se enteró que Lara Martín es su tía, se ha obsesionado con el tenis femenino y contigo —dijo Beth.

—Adolescentes. Ya sabemos lo pasionales que son —apostilló mi hermano.

—Qué ilusión —dijo Lara sonriendo.

Pete, Shirley, Josh y Edith llegaron poco después. Lara ya conocía a mis amigos.

—Te conocí antes de que os liarais —dijo Pete. —Lo que unió Wimbledon, que nadie lo separe.

A Pete le gustaba picar a sus amigos, y no suponía obstáculo alguno que Lara fuera para él una práctica desconocida. Hizo un comentario sobre las mujeres deportistas, y ambos se enfrascaron en una conversación cuyos derroteros finales me preocupaban. Prefería evitar los conflictos, sobre todo en un primer encuentro con mi familia y amigos.

—Las mujeres pedís igualdad cuando ya la tenéis. Al menos, aquí, en Europa —dijo mi amigo.

—¿Ah, sí? Si hay tanta igualdad como dices, ¿por qué Roberto López ganó en Ohio 230.000 dólares más que Hailey Atwood, cuando ambos fueron campeones en individual? ¿Por qué llevo ganando 80 centavos por cada dólar que hacen mis compañeros desde que empecé a jugar?

—Pues no sé, ¿será porque el tenis masculino acapara más interés de los medios y los patrocinadores.

—¿Y no crees que eso es una cuestión de visibilidad? Las mujeres hemos estado relegadas a un papel secundario durante décadas, a cuidar de la casa y los hijos, desde la discreción y el anonimato, mientras vosotros salíais por ahí a hacer “cosas de hombres”. Habéis acaparado los focos hasta ahora.

—Sí, pero ya no.

—¿Crees que esa inercia se termina de un día para otro? El tenis masculino tiene más visibilidad porque los medios de comunicación necesitan perspectiva de género.

—Pero Lara, sin ofender. El tenis masculino es más… vistoso.

—¿Entonces me estás condenando a un segundo plano solo porque yo no tengo la fuerza y la potencia de un hombre? ¿Por biología? ¿Justificarías también que cobremos menos en otras profesiones porque tenemos que darnos de baja para parir y amamantar a nuestros bebés?

—No, no es eso, yo…

Pete estaba cada vez más sobrepasado, pero el resto de comensales atendía expectante a la conversación. Entre ellos, yo mismo. Solo Tom parecía incómodo ante la idea de que la pequeña fiesta en la que hacía de anfitrión acabara en discordia, y de en vez en cuando decía: “Bueno, chicos, ya, que haya paz”. Fue ignorado en todas las ocasiones.

—A ver, Pete. Espera que haga memoria. ¿Qué me dijiste tras la final de Wimbledon, cuando los tres vinisteis a saludarme? —preguntó Lara, señalándome a mí y a mis amigos.

—Te dijo que no recordaba ningún partido igual en Wimbledon y que creía que había sido legendario —dijo Josh.

Lara no dijo nada. Abrió los brazos y puso un gesto de satisfacción.

—Vale, tu partido fue apasionante. ¿Pero qué pasa con los patrocinadores? Vosotras ahí lo tenéis más fácil. Con cualquier publicidad enseñando escote os echáis millones al bolsillo.

—Pete, eso es es ofensivo —le dijo Shirley.

—Sí, tío, te pasas —añadió Edith.

—Te estás poniendo a las mujeres en contra, amigo —intervino también Tom, tratando de quitar hierro al asunto.

—Una mujer puede hacer uso de su libertad para posar ligera de ropa o desnudarse para una revista, si quiere. También los hombres explotan su físico.

Me acordé de nuestra conversación en la caravana y continué escuchando a Lara.

—Lo que hay que cambiar es que el hombre crea que, por esa foto, la puede considerar un artículo de su consumo y cosificarla.

—También cosifican a los tíos, ¿no? Un buen ejemplo de ello es tu novio.

—Sí, lo sé y es denigrante. Pero dime algo, Harry —dijo Lara, retirando los ojos de Pete para mirarme a mí. —¿Alguna vez te has sentido físicamente amenazado por una mujer a la que has rechazado? ¿Alguna mujer te ha forzado a hacer algo que no querías?

Pensé unos segundos y luego dije:

—He recibido muchos comentarios soeces y fuera de lugar que me han hecho sentir incómodo. Pero no, ninguna mujer me ha hecho sentir en peligro ni me ha forzado.

—No. Ni tampoco le ha pasado a mis compañeros del tenis masculino, al margen de algún hecho aislado. Pero te puedo asegurar que todas y cada una de las mujeres que conozco han estado alguna vez en una situación física bastante comprometida por culpa de un hombre.

—No todos somos así —se quejó Pete.

—De acuerdo. Gracias, Pete, por ser un hombre decente —se burló Lara.

Mi chica usó un tono claramente irónico en su última afirmación y, con sus gestos, provocó las risas de los demás. Mi amigo se lo había estado buscando.

—Mira, Pete —prosiguió. —Lo único que digo es que no existe la igualdad que tú crees si nuestro trabajo no está igual de reconocido que el de un hombre y seguimos caminando por la calle con miedo.

—Boom! —exclamó Shirley, que se posicionó desde el inicio del lado de Lara.

—Bien dicho, Lara —convino Edith, que se arrancó con aplausos seguidos por el resto de las chicas.

—Me hubiera gustado que Reese estuviera aquí para oírte —añadió mi cuñada.

Lara tendió una mano a Pete y luego se levantó para darle un abrazo, sellando la paz con él. Reese, mi sobrina, llegó un poco más tarde. Se abrazó a Lara colorada como un tomate y se mantuvo cerca de ella toda la tarde, ignorando a su hermano Gael que le decía una y otra vez lo tonta que era. Pasamos la tarde entre comida, bebida, juegos y más conversaciones, ya no tan sustanciales. Pero Lara y yo nos fuimos pronto porque al día siguiente tenía que volver a Gales temprano para continuar el rodaje, y ella pondría rumbo a Sevilla.

Antes de despedirnos, busqué un momento a solas con mi hermano:

—¿Qué te parece? —le pregunté.

—Es genial, hermano. Es inteligente, divertida, amable, educada y salta a la vista que también muy atractiva.

Después bajó la cabeza y murmuró:

—Ojalá te salga bien.

—¿Por qué lo dices?

—Mira, Harry, esa mujer es muy buena en lo que hace, está en la cima de su carrera y tiene menos flexibilidad que tú. Espero que las distancias no enfríen lo vuestro.

No dije nada. Era algo en lo que ya había pensado, pero que no quería que me atormentara y nublara lo bien que iba nuestra relación.

De camino a casa, pregunté a Lara por la conversación con Pete.

—Estás muy informada sobre feminismo y derechos de las mujeres, ¿no? —le pregunté.

—Pues claro. Hablo mucho con mis compañeras de tenis sobre ello, y Marisa y yo hemos intercambiado algunos libros.

—Vaya. Así que eres una activista.

—No, no lo soy. Mi familia me insiste en que no me moje mucho con ciertas cosas, pero debería ver el feminismo como militancia.

—Militancia. ¿De dónde viene ese espíritu tan… no sé, tan jacobino? —dije, riendo.

—Nací en un barrio obrero de Sevilla. Mi padre trabajaba en una fábrica y mi madre era ama de casa. Sin patrocinios y becas, nunca habría llegado hasta aquí.

—Ya, guapa, pero ahora eres millonaria.

—Eso da igual. Las élites siempre me verán como una outsider. Así es como debe ser, no quiero pertenecer a su clase. Los ricos nunca quieren parecerse al pobre, ni aunque el pobre haya dejado de serlo.

—Cada día me sorprendes más. ¿Qué más tiene guardado, Ms Cross?

—Ni se te ocurra llamarme así. Ni Dios, ni amo, ni marido, ni partido.

Reí ante lo apasionado de su discurso, y ella también lo hizo.

—Estoy de coña, ¿eh? Bueno, a medias. Me criaron en la tradición cristiana, así que Dios sí. Lo demás… ya se verá —me dijo.

—Sí, ya se verá.

Dejé a Lara en el aeropuerto al día siguiente, antes de continuar hacia Gales. Nos despedimos en el coche llenándonos de besos cariñosos y sin ganas de poner distancia física entre los dos.

—Ven a Sevilla cuando termines el rodaje. Mis primas se mueren por conocerte —me dijo.

—De acuerdo, iré. Pero con una condición —contesté.

—¿Cuál?

—Que pases las Navidades en Gales conmigo.

Me miró y permaneció dubitativa unos instantes.

—De acuerdo —dijo al final.

—¿Sí? —pregunté, expectante.

—Sííííí —insistió ella.

—No me hagas ilusiones en vano, por favor. Me encantaría que conocieras al resto de mi familia.

—Me va a costar un conflicto con mi gente, pero creo que lo entenderán.

—Qué feliz me hace, Ms Cross.

Lara me dio una suave palmadita en la boca para recordarme que no le gustaba el apelativo. Me besó de nuevo. Después se despidió, se bajó del coche camino a su terminal y se perdió entre la gente tras tirar un par de besos al aire en mi dirección. Yo retomé la marcha con mi coche sin poder borrar esa sonrisa que siempre se me dibujaba cuando pensaba en ella.