Harry (7): Rumores

Capítulo 33 de Las rosas de Abril.

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Estaba disfrutando en el rodaje de The Hollands. Me encantaba trabajar con Bobby Martin, el director, del que ya me habían hablado muy bien. Había entrado en el cine hacía una década, por casualidad, tras escribir un guion que cayó en las manos correctas. Trabajó como guionista durante años, hasta que su capacidad resolutiva, sus ideas innovadoras y su liderazgo lo llevaron a la dirección. Esta era su cuarta película, y lograba imprimir su sello por su manera de adentrarse en la psicología de los personajes. Y esta, pese a tratarse de una película de acción, no era menos.

Lamentablemente, algo enturbió un rodaje que iba como la seda en una ciudad que me encantaba, París, y fueron los rumores en torno a mi relación con Noellïe Dubois. Es cierto que a mí me parecía una chica fascinante. A sus 18 años, tan pronto se mostraba madura e interesante como aniñada e ingenua. En cierto modo, me recordaba a Lara. Desarrollamos muy buena relación dentro y fuera del set, pero se ceñía a lo profesional. Nuestra actitud en aquella entrevista se había sacado de contexto por completo, y ahora me preocupaba lo que pensara mi familia. Sobre todo, lo que pensara Lara.

Mi chica y yo hicimos videollamada al día siguiente a la publicación del vídeo y al revuelo que generó en redes sociales. Me alegré de verla, pero su risa no brillaba como de costumbre. Estaba opacada y parecía algo forzada. Ella comenzó preguntándome cómo estaba y hablamos de temas banales, hasta que le pregunté:

—¿Hay algo de lo que quieras que hablemos?

—Pues… En realidad, sí, pero no sé cómo plantearlo sin… Bueno, sin que uno de los dos se sienta incómodo —contestó mi chica.

Me gustó su aproximación. Intuía que podía contar con su empatía.

—¿Qué pensaste cuando viste el vídeo? —le pregunté.

—Pues… Es obvio que os lleváis muy bien —afirmó ella.

—¿Y cómo te sientes al respecto?

—Pues… No lo sé. Supongo que eso depende de cómo te sientas tú respecto a ella.

—Es una compañera de trabajo con la que he conectado y que me despierta cierta ternura. Te aseguro que no hay nada más, Lara.

Mi novia bajó la mirada y se mordió el labio inferior, lo que solía hacer cuando estaba dubitativa. Quise sacudir sus dudas.

—Cariño, ¿tú crees en serio que yo sentiría algo por una niña de 18 años? ¿Teniendo a mi lado a alguien como tú?

Sonrió levemente, pero me seguía pareciendo que había cierto poso de amargura en su gesto.

—Yo creo que, en un momento dado, y a pesar de estar en una relación, se puede conectar mucho con alguien. Sin importar la edad. Hasta el punto de sentir algo. Es lo más normal del mundo, y más en nuestro caso, con lo expuestos que estamos.

—Te aseguro que no siento nada por ella.

—No me importa lo que sientas por ella, Harry. Quiero decir, en el sentido de que no puedes mandar en lo que sientes, pero sí en lo que haces.

—¿Tú me ves capaz de sentir o hacer algo con ella? ¿Con 18 años? ¿Y estando contigo?

—Mira, Harry, está claro que ella te atrae. Y te digo que es normal, que es imposible llevarte toda la vida sintiéndote atraído por una única persona. Ella te fascina, pero confío en ti. Confío en que tomes buenas decisiones y sepas que lo nuestro va más allá de una conexión puntual con alguien en un momento dado. Y, si en algún momento no lo crees así, dímelo, por favor.

—Me alegra saber que confías en mí, pero te repito que no siento nada por ella. Cariño, sin más. Nada comparable a lo que siento por ti. ¿Me crees?

—Sí, te creo —respondió Lara, para mi tranquilidad.

—Siento que hayas tenido que pasar por esto, Lara, de verdad.

—No lo sientas, es algo que debemos asumir. Pero somos un equipo, ¿vale? Tú cubres mi espalda a un lado de la pista mientras yo subo a la red, y al revés cuando toque. Y así iremos golpeando pelotas al otro lado y ganando puntos y partidos juntos.

—Me gusta tu símil.

—Estoy contigo, ¿vale? Estamos juntos. Somos un equipo para todo. Ante rumores, ante dudas y ante malos momentos —dijo mi chica.

—Somos un equipazo —afirmé yo.

La conversación con Lara me tranquilizó. Ella tenía esa capacidad, al igual que yo la ayudaba a tomar perspectiva cuando una derrota se le hacía muy cuesta arriba. Era verdad: conformábamos un buen tándem y yo no pondría en peligro lo nuestro.

A mi novia le preguntaron en alguna ocasión por mi relación con Noellïe. Bien entrenada por Leo, ella siempre respondía y lo hacía de manera clara, contundente y muy correcta, pese a no perder su chispa.

—¿Te preocupan las miradas que se intercambian Harry y Noellïe? ¿Crees que podría haber algo entre ellos? —le preguntó una periodista mientras corría a su lado a la salida de un hotel.

—Lo que me preocupa es que, al llegar a la pista, descubra que mi rival tiene ocho manos en lugar de dos —contestó ella.

En sus declaraciones públicas, Lara siempre hablaba de mí con cariño y respeto. No demasiado efusiva para mostrar su amor, pero sí lo suficiente como para trasladar que yo le parecía dulce, atento, educado, respetuoso, familiar y comprometido con mi trabajo. Yo también resaltaba sus cualidades cuando me preguntaban y, pese a ser más serio, me costaba más no dejarme llevar por el entusiasmo al hablar de ella.

A mediados de mayo, aún quedaban dos semanas para terminar el rodaje de The Hollands, luego aún estaba en París. Lara acababa de alzarse con el trofeo en el Mutua Madrid Open, lo que le hacía especial ilusión al tratarse del torneo más importante de su país. Pondría rumbo a Roma unos días después, y ya estaría sumida en el torneo para el día de mi cumpleaños, el 14. No había posibilidades de celebrarlo juntos.

Aquel día amanecí en mi habitación del hotel sin muchas ganas de celebración. La entrada en la treintena no me hacía especial ilusión, estaba convencido de que los 20 habían sido mi mejor época. Comencé a recibir llamadas muy temprano, pese a que no tenía trabajo hasta por la tarde, así que me levanté. Entre las charlas telefónicas y los mensajes que contesté en redes, me dieron las 11 h y aún tenía el estómago vacío. Fue justo entonces cuando llamaron a la puerta.

—Míster Cross, buenos días —saludó un miembro del personal del hotel cuando abrí.

—Buenos días —respondí.

—Feliz cumpleaños, señor. ¿Tendría a bien bajar al restaurante? El hotel quiere agasajarle con un brunch de cumpleaños.

No me hacía ilusión comer solo, pero me moría de hambre y no quería parecer descortés, así que no me resistí. Seguí al hombre que me guiaba distraído, mirando el móvil, y, al entrar en el restaurante...

—¡¡¡¡SORPRESA!!!!

Me sobresalté por los gritos, pero más aún por la visión. Allí estaban mis compañeros de rodaje, incluyendo a Bobby y a Noellïe, y también mis hermanos Tom y Maggie con sus cónyuges, Beth y Maddox. No me lo podía creer.

—Dios —repetía, llevándome las manos a la cara. —¿Qué hacéis aquí?

—¿Cómo íbamos a dejarte solo para tu entrada en la treintena? —dijo mi hermano.

La sorpresa me encantó. Hacía semanas que no veía a mi familia y les echaba de menos. Aunque no había pasado tanto tiempo desde la última vez que la vi, me faltó alguien de inmediato: Lara. Tenía partido al día siguiente, por lo que estaría entrenando.

El hotel había preparado un brunch muy variado con toda una selección de zumos y bocados dulces y salados. Apenas llevábamos media hora cuando alguien apareció desde detrás, entonando el cumpleaños feliz.

Happy birthday to you…

Me giré. Era Lara. Llevaba una tarta en las manos con dos velas, componiendo el número 30, pero no la dejé terminar el trayecto ni la canción. Caminé hacia ella, le quité el pastel de las manos y la dejé en una mesa cercana. La besé con vehemencia mientras los demás terminaban la canción a nuestro alrededor, y la alcé en brazos.

—Feliz cumpleaños, cariño —dijo ella en cuanto le dejé espacio, sonrojada.

—Ufff… Ahora sí es la fiesta perfecta.

Mi chica saludó a los asistentes, incluyendo a Noellïe, que estaba visiblemente cortada. Afortunadamente, Lara sabía qué hacer y qué decir en cada momento, y con un par de sonrisas y comentarios a la actriz logró calmar unos primeros instantes de tensión.

Cuando terminó el brunch, subí con Lara a mi habitación para despedirme de ella a solas. Debía irse pronto, pues el Internazionali de Roma continuaba y tenía partido al día siguiente. Apenas tuvimos tiempo de nada, aunque sí para que ella me diera su regalo.

—Yo también quería darte algo especial.

Me alargó una pequeña bolsa blanca, similar a la que yo le di a ella en su cumpleaños. Dentro había un estuche alargado verde oscuro, que abrí con mucho cuidado. En el interior había un reloj. Yo ya tenía cientos de relojes en casa, algunos de ellos carísimos y regalados por marcas con las que había colaborado, pero que no me ponía. Aquel no era parecido a ninguno de los que tenía, que recordara. Tenía la esfera de color marrón y los números en gris, con un corte muy elegante y clásico. La correa también era marrón.

—Es muy bonito. Muchas gracias, cariño.

—No lo has visto bien.

La miré confundido. Luego extraje el reloj de la caja y le di la vuelta. Había una inscripción en la que se podía leer:

“Siempre estaré contando los minutos hasta volver a verte. Te quiero. -L”.

—Dios, Lara, es precioso. ¿Pero esto es…? Esto parece... —pregunté, expectante.

—¿El qué? ¿Un reloj de compromiso? —dijo mi chica.

Me quedé mirándola, sorprendido. Sin duda, Lara me la había devuelto.

—¿Es esa la cara que se me quedó a mí? —preguntó, divertida.

—Pues… Mmm… —balbuceé.

—No es un reloj de compromiso, solo un regalo —dijo Lara, empleando prácticamente las mismas palabras que usé yo. —Es una forma de pedirte que me esperes.

—Te esperaré —afirmé.

Nos fundimos en un largo beso, pero no tuvimos tiempo para nada más. De buena gana habríamos coronado aquel momento especial al menos con un polvo exprés, pero ambos teníamos que reservar energías.

El viaje de Lara no pasó desapercibido y le cayó un chaparrón mediático y social. Criticaban que hubiera hecho un vuelo privado para solo unas horas, cuando ella se empeñaba en trasladar un estilo de vida sencillo. También cuestionaban su profesionalidad al dejar un torneo como el de Roma en suspensión para ir a celebrar el cumpleaños de su novio. Apuntaban a nuestra relación como un motivo de distracción que podría explicar por qué su temporada estaba siendo significativamente más discreta que la anterior.

Lara cada vez tenía más solvencia para aguantar ese tipo de críticas. Despachó las preguntas en rueda de prensa con su habitual contundencia, y lo mejor es que calló bocas alzándose con el trofeo en una final sublime. Era su tercer título de la temporada y el primero en tierra batida, de manera que llegaría a Roland Garros con una forma impresionante.

El segundo grand slam del año comenzó poco después de que yo terminara el rodaje en París. Me quedé para el torneo, claro, pero apenas pudimos pasar tiempo a solas. A la capital francesa se desplazó la familia de Lara casi al completo: sus padres, su hermano y cuñada, sus tres primas, Leo, Marisa y el resto del equipo. Yo ya me sentía plenamente integrado, sobre todo gracias a Víctor, Lola, Sofi y los propios Leo y Marisa. Tuve que compartir a mi chica con todo ellos, pero se la veía feliz y me contagiaba con facilidad. Me encantaba verla así.

Nuestra grada se convertía en una feria cada vez que Lara jugaba. Yo era más comedido, pero sus primas eran verdaderas hoolingans: gritaban, aplaudían, silbaban… Era como si, en lugar de en la Suzanne Lenglen, estuvieran en el Sánchez-Pizjuán.

—¿Cuándo vas a presentarme a alguno de tus amigos del cine? —me preguntó Sole en una ocasión, con su inglés de andar por casa.

—Cuando quieras —dije.

—No le hagas caso, es que mi prima no da puntada sin hilo, hijo, ni teniendo novio —intervino Sofi.

—Ya, claro. Tú no querrías conocer a una de esas bellezas de la gran pantalla, ¿verdad que no? —dijo Sole.

—Se me ocurren unas cuantas a las que pondría mirando para Cuenca, no te lo niego —confesó Sofía.

Desafortunadamente, Lara cayó en los cuartos de final. La tierra batida y la hierba no se le daban tan bien como la pista dura y, pese a la previa que había logrado firmar, esta vez no pudo contra la china Lin Wuan. Algo que contradijo todos los pronósticos, porque mi chica era muy superior a la rival.

—Lara, no se te puede ir un partido así. Se te veía impaciente, has cometido errores de principiante. ¿Tenías ganas de terminar? Sabes bien que los intercambios cortos no existen en tierra batida, y que hay que trabajar mucho los puntos —le dijo Paco después del partido.

Su entrenador parecía enfadado y no pudo aguantarse el rapapolvo justo después del partido, delante de todos nosotros. La relación entre ellos era un continuo tira y afloja. Mi chica tenía altas expectativas en el torneo de París, estaba enfadada con ella misma y las palabras de Paco la encendieron.

—Sé perfectamente cómo se juega en tierra batida. Te recuerdo que gané en Roma hace solo unos días —contestó, con un tono agresivo.

—Un torneo asequible para ti, Lara. Te estás jugando el número 1. Jones te pisa los talones y está ya en semifinales.

—¡JODER, PACO! —replicó mi chica, elevando significativamente el tono. —He hecho lo que he podido, ¿vale?

—Bueno, venga, ya vale. Mañana vemos el partido y trabajamos los errores —dijo Teresa, su preparadora física, intentando conciliar.

—Eso si está dispuesta a concentrarse en el tenis —apostilló su entrenador.

Era más de lo que Lara estaba dispuesta a soportar, e incluso yo me sentí aludido y algo ofendido por las palabras de Paco. Mi novia le echó una mirada de furia y comenzó a caminar hacia el otro lado, dándole la espalda a su entrenador y dejándonos a todos allí, siguiendo su trayectoria con la mirada mientras se alejaba sin decir nada. Hice el amago de seguirla, pero Leo me detuvo.

—Déjale unos minutos. Los necesita —me dijo.

Vi a Lara en el hotel poco después. Estaba furiosa y lloraba de rabia, así que intenté animarla:

—Me voy a ir contigo unos días a Marbella. Te prepararé solomillo Wellington, triffle y todo lo que tú quieras. Te daré masajes con aceites esenciales y te haré el amor cada noche. Tengo ganas de bañarme contigo en la piscina, de escuchar a Triana y de ver los atardeceres de tu tierra. ¿Suena bien?

Lara sonrió y me besó. Parecía que había conseguido mi propósito. Aunque mi chica no podía dejar de entrenar un solo día, me entusiasmaba la idea de descansar con ella en Marbella antes de que empezara su gira por Reino Unido, que a mí me llevaría de vuelta a casa.

El día que llegamos a su chalet, recibí una llamada que tenía pendiente de Craig, mi agente, pues debía contarme los pormenores de mi agenda de los próximos meses.

—Dime, Craig… Sí, sí… Vale… ¿En serio? Joder, tío… ¿De verdad? Tsss… No, no, ya, esto es así… Nada, somos profesionales. Saldrá bien.

Mi gesto se había ensombrecido a medida que hablaba. Lara se percató, pues tomábamos juntos una limonada en su terraza cuando mi agente llamó.

—¿Qué pasa? —preguntó mi chica.

—Craig me ha dicho que tengo varios compromisos publicitarios y reportajes lo que queda de mes y julio. En agosto tendré que hacer promoción de la película, y a finales de septiembre empezaré con Mark H. 2, que está en preproducción.

—¿Sí? Por fin, ¿no? Pues suena bien, mucho trabajo. ¿Qué te preocupa?

—No es que me preocupe, es que no me apetece. Al equipo de casting les ha costado cerrar el reparto, pero ya saben quien será mi antagonista. Es Hanna Jordan. Mi ex.