Harry (8): Sin respuestas

Capítulo 38 de Las rosas de Abril.

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El 29 de agosto tendría lugar el estreno mundial The Hollands en París, la ciudad que había acogido la mayor parte del rodaje de la película. Llevábamos dos semanas de promoción, y aún nos quedaba una más hasta la cita en la capital francesa.

En lo que respecta a toda la producción y lanzamiento de una película, la atención a la prensa era de las cosas que menos disfrutaba. A menudo tenía que emplear horas en contestar las mismas preguntas, y casi prefería que no hubiera sorpresas en la batería. Porque, cuando las había, eran para indagar en mi vida privada o para meterme en algún aprieto relacionado con temas sociales. No siempre salía bien parado de aquellos lances, y me preocupaba decir algo indebido que propiciara la cancelación. Afortunadamente, no pasó. Bastante había tenido ya con la narrativa que montó parte de la prensa y de los seguidores sobre la relación inusualmente estrecha con la coprotagonista, según sus propias interpretaciones.

Quería que Lara me hubiera acompañado a aquel estreno después de todos los rumores acerca de Noellïe. Quería que el mundo viera a mi chica charlando tranquilamente con la joven actriz y se convenciera de que nunca hubo nada entre nosotros. No solo eso. Deseaba pasar con mi novia tanto tiempo como fuera posible, pero su calendario cada vez parecía más copado.

Lara y su equipo quisieron poner el foco en el US Open. Mi chica había desarrollado el deseo obsesivo de alzarse con el trofeo, el último grand slam del año. El año anterior los había conseguido todos, y no quería que aquel pasara sin levantar ningún gran título. Quería prepararse bien entre Montreal, Cincinatti y Connecticut antes de llegar a Nueva York.

Por si el tenis no le ocupara ya bastante tiempo, a finales de agosto mi novia me anunció que se iba a matricular en la carrera de Psicología a través de una universidad de educación a distancia de su país. Yo quería apoyarla y quise esforzarme por parecer alentador, pero me costó entender aquel paso de Lara y afloraban mis inseguridades sobre nuestra relación. Mi chica me había dejado claro que su prioridad era el tenis y que solo pensaba en el presente, pero no parecía tener problemas para involucrarse en nuevos proyectos a largo plazo. Aquello estaba alineado con su interés en el coaching deportivo, y demostraba que Lara sí tenía sueños más allá del tenis y daba pasos para conseguirlos en el futuro. En cambio, seguía sin comprometerse más en nuestra relación.

Me contó sus planes una noche, mientras hacíamos una videollamada. Ella estaba en Cincinatti, y yo en Nueva York, pues al día siguiente sería entrevistado en uno de los shows más importantes del país para hablar sobre la película.

—Ya sabes que la universidad es una de mis asignaturas pendientes, nunca mejor dicho —me dijo, con ilusión.

—Es genial. Seguro que te va muy bien —afirmé.

—Bueno, a ver, voy a probar. Solo voy a coger cuatro asignaturas, dos en el primer cuatrimestre y dos en el segundo. Tengo poco tiempo, como ya sabes.

—Sí. Lo sé. Lo sé —dije, algo apesumbrado.

Lara lo notó.

—¿Te pasa algo? —preguntó.

—No, nada —contesté, aunque sin sonar convincente.

—¿Qué pasa? ¿Es sobre la promoción de la película? ¿Sobre el rodaje de Mark H.? ¿Tienes noticias nuevas?

—No, Lara, no es nada de eso.

—Entonces, ¿qué es? Dímelo, Harry, por favor.

Respiré hondo, y luego me sinceré con ella.

—Nada es que me preocupa que… Tsss… Vamos a estar mucho tiempo separados, y no quiero que la relación se enfríe.

—Bueno, hasta ahora ha ido bien, ¿no? Estamos bien juntos, no tiene por qué ser diferente. Los proyectos por separado no tienen por qué afectar a nuestra relación.

—Ya, por separado. ¿Pero qué hay de nuestro proyecto juntos? Lara, yo necesito saber… Oye, no quiero agobiarte, ¿vale? Pero necesito saber hacia dónde va nuestra relación. Quiero saber si lo nuestro... tiene futuro.

—¿Qué idea tienes tú de futuro?

—Ya lo sabes. Me gustaría tener estabilidad. Y en el futuro… una familia.

—Harry, ya te he dicho que en estos momentos no puedo asegurarte nada de eso.

—Ya sé que ahora no, pero me gustaría saber si lo tienes en tu horizonte personal.

—No veo nada en mi horizonte personal a largo plazo, Harry, lo siento. Estoy enfocada en el aquí y el ahora. Ahora estoy en Cincinatti y me quiero matricular en Psicología, punto. Ya sabes que llevo trabajando emocionalmente toda mi vida para aprender a vivir el presente. Eso me aporta paz mental, y la necesito.

Agaché la mirada y suspiré. Me quedaba claro que Lara pensaba en el aquí y en el ahora, pero, ¿acaso no estaba nuestra relación en ese presente? ¿Qué había de nosotros? Terminé compartiendo con ella una sensación que tenía desde hacía tiempo.

—A veces creo que yo estoy por ti más que tú por mí. Que lo tuyo es más atracción física que personal. No te lo tomes a mal, por favor, no puedes culparme por esta sensación.

—Pues te equivocas. Eres dulce y atento conmigo, siento que me respetas, me quieres y me valoras. Me haces sentir muy bien. Además, te admiro por tu capacidad de trabajo, por cómo despliegas tus estrategias cuando quieres conseguir algo, por tu empatía y tu forma de tratar a los demás. Y quiero estar contigo, Harry. Te quiero. Es todo lo que te puede decir ahora mismo.

—Agradezco tus palabras. Pero llevamos más de un año juntos, Lara. Entiendo que tu prioridad sigue siendo el tenis, y lo seguirá siendo probablemente durante años. Pero te estás involucrando en otros proyectos a medio y largo plazo, ¿y qué hay de lo nuestro? Necesitaría saber qué te ves haciendo después, y cómo. ¿Tan difícil te resulta?

—Harry, me estás presionando para que te dé una respuesta que no tengo.

—Solo quiero saber si me visualizas en tu futuro y si compartes algunas de mis expectativas. Es normal que quiera saber si estamos en la misma sintonía, ¿no? Una pareja suele hablar estas cosas.

—Lo único que puedo pedirte, una vez más, es que me esperes. Ahora mismo no sé en qué sintonía estoy, porque no me he planteado mi futuro. Pero te quiero y es posible que llegue a estar en la misma que tú.

—“Es posible que llegue a estar”. Eso no me da certezas, Lara. ¿Y si nunca llegas a compartir mis expectativas?

—Harry, tienes que lidiar con esas inseguridades y con esa incertidumbre. Tienes que fluir.

—Me esforzaré, pero tú también deberías hacerlo. Solo te estoy pidiendo un compromiso a largo plazo. Entiendo que te hayas esforzado en vivir el presente, pero soy tu novio y llevamos más de un año. ¿No merezco que me des, al menos, una pista de hacia dónde va lo nuestro?

—Oh, Dios.

Lara se puso las manos en la cara y agitó la cabeza de un lado a otro. Parecía que la conservación la agotaba. Se masajeó las sienes con las yemas de los dedos y, finalmente, dijo:

—Oye, sé que tú ya estás dispuesto a todo. Tal vez... No sé, Harry, quizás deberías estar con alguien que también lo esté.

Era lo último que esperaba escuchar. El corazón me dio un vuelco y me quedé petrificado. No daba crédito a lo que acababa de oír. No me podía creer que Lara fuera tan incapaz de aliviar mi incertidumbre que prefería sugerir la posibilidad de que rompiéramos. No era para tanto lo que le estaba pidiendo, no le estaba exigiendo nada más allá de lo que sabía que ella me podía dar. Solo quería saber si me visualizaba en su futuro, y cómo. Y ya era frustrante que ella no me diera respuestas, lo que me dejaba pensando en que quizás no daba tanta importancia a lo nuestro. Ahora, además, me había sugerido que me buscara a otra con las ideas más claras como modo muy extremista de echar balones fuera.

A través de la pantalla, ambos nos mirábamos, ella esperando una respuesta, y yo sin terminar de procesar sus palabras. Finalmente, articulé con dificultad:

—¿Cómo? Lara, ¿qué dices? ¿Estás…? Dios... ¿Te planteas dejarlo? ¿Estás…? ¿Estás terminando conmigo?

—No quiero hacerlo, Harry, pero no puedo darte lo que me pides ni tampoco retenerte. Y si tú no puedes esperar, pues... quizás sea lo mejor.

Me estaba esforzando por contener las lágrimas. Lara me estaba rompiendo el corazón.

—¿Lo mejor? ¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puede ser lo mejor que no estemos juntos? Es que no puedo creerme que hables en serio. Dios, no…

Bajé la mirada y me puse las manos en las sienes. Suspiré.

—Vale, Harry, tranquilízate —dijo Lara.

Las lágrimas habían comenzado a brotar, incontroladas, y no quería que ella me viera así. Bajé la pantalla del portátil y, ya sin que me viera la cara, dije:

—Voy a desconectarme, ¿vale? Ya hablamos.

Cerré el ordenador sin esperar la respuesta de Lara, que enseguida me llamó al móvil. No contesté. Hundí mi cabeza en la almohada y lloré amargamente durante lo que me parecieron horas. No entendía la incapacidad de mi chica de darme una respuesta aunque fuera por mera empatía, como una simple forma de calmar mi incertidumbre y tranquilizarme. Lejos de eso, ahora ni siquiera sabía si estábamos juntos, lo que me dejaba hundido.

No recuerdo en qué momento me dormí, pero lo hice con dolor de cabeza y la nariz taponada, luego dificultades para respirar con normalidad. Me desvelé a las 6 de la mañana y, aunque me quedaban unas horas para empezar las rondas con la prensa y prepararme para la entrevista que me había llevado a Nueva York, decidí que no iba a quedarme en la habitación. No quería seguir devanándome los sesos por alguien que parecía que no quería apostar por mí. Por nosotros.

Me di una ducha, me vestí y me dispuse a salir del hotel para desayunar. Pero, al bajar al vestíbulo, me llevé una enorme sorpresa al verla.

—¡Lara! Dios, ¿qué…? ¿Qué haces aquí?

—He venido a ver a mi novio.

Agarré su mano para atraerla hacia el ascensor que acababa de dejar. Que Lara estuviera allí y hubiera utilizado las palabras “mi novio” despejó mis dudas. Cuando se cerró la puerta, la besé, sujetándole la cara.

—¿Cómo has venido? —pregunté.

—Han sido dos horas de vuelo en un avión privado que me van a costar otro rapapolvo mediático si alguien se entera —contestó mi chica.

Ya en mi habitación, volví a besarla mientras ella me echaba las manos al cuello y yo la sujetaba por la cintura. Estaba extasiado con su presencia.

—Lo siento, ¿vale? No debería haber mencionado nada de…

Interrumpí a mi chica poniendo un dedo sobre su boca.

—Shhh… No hace falta que lo repitas. No quiero que hables nunca más de dejarlo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Te amo.

—Y yo a ti.

Continuamos besándonos hasta que agarré a Lara por los muslos, la coloqué sobre mi cintura y la deposité suavemente sobre la cama. La desnudé, y luego lo hice yo. Después la penetré, mientras la besaba o miraba sus increíbles ojos de gata alternativamente.

—Cariño, me encanta —repetía ella.

Hacía unos meses que Lara se había puesto el DIU de cobre, y nuestras relaciones eran más intensas y placenteras. Seguíamos disfrutando del sexo tanto o más que al principio.

Cuando terminé, me tumbé a su lado y la abracé mientras le llenaba de besos el perfil.

—Te agradezco que hayas venido. He pasado una noche horrible —le confesé.

—Yo también. Por eso necesitaba verte —dijo ella.

—Te esperaré, ¿vale? Voy a esperarte y evitaré volver a presionarte.

—Gracias. Querías certezas, ¿no? Pues ten la certeza de que quiero estar contigo. No dudes de lo que siento ni de que ya estaría en la misma sintonía que tú si mis circunstancias no fueran las que son.

—Me alegra oír eso.

—Pues no lo olvides. Solo hay una razón por la que llevo pisando el pedal de freno desde que hace más de un año me propusiste iniciar una relación. Y es el tenis. Los demás proyectos no están antes que tú.

Continué besando su cara y su cuello mientras hablaba, y sus palabras no podían hacerme más feliz.

—¿Cuánto tiempo tengo para disfrutar de ti? —le pregunté.

—Mi avión sale a las 10 de la mañana. Hasta entonces soy toda tuya.

—Por ahora, me vale.

Valoré el esfuerzo de Lara por venir hasta Nueva York y por mantener relaciones pese a la necesidad de reservar todas sus energías para el torneo. Afortunadamente, mi chica logró esquivar a los paparazzis y nadie supo que había hecho un vuelo exprés para verme. En todo caso, las dudas sobre ella o sobre su juego hubieran quedado de nuevo silenciadas por su notable desempeño: en la gira americana antes del US Open, consiguió dos finales y un título. Su liderato en la WTA seguía siendo incontestable, y se convirtió en matemático hasta finales de temporada cuando consiguió alzarse con el trofeo en Nueva York. Lamentablemente, mis compromisos me impidieron acompañarla en aquella ocasión.

Pude estar con ella en Tokio a mediados de septiembre, pero para su cita en Pekín, a finales de mes, yo ya debía estar de vuelta en Londres. Tocaban reuniones y preparación del trabajo físico y actoral ante el inminente comienzo de Mark H. 2. Fueron días de tomas de contacto iniciales entre los miembros del equipo. Conocía a la mayoría, pues la productora los renovó tras el éxito de la primera entrega. Otros eran miembros nuevos, como Hanna Jordan, aunque ella no era precisamente una desconocida para mí.

Habíamos hablado por WhatsApp, así que no hubo momentos incómodos al inicio. Ella parecía dispuesta a llevarlo todo con naturalidad, al igual que yo. Enseguida comenzamos a intercambiar opiniones sobre el proyecto.

Una mañana, a la salida de una de las reuniones de producción, Hanna me abordó en el pasillo.

—¿Te importaría que nos tomáramos un café? Quiero preguntarte algo —me dijo.

—Mmm… Vale —accedí, dubitativo.

Tomamos café en la cafetería que estaba justo debajo del edificio donde tenían lugar aquellas primeras reuniones. Hanna no había conectado muy bien con Terence Walker, el jefe de guionistas. Había propuesto algunas sugerencias para su personaje, pero Walker no solo estuvo poco receptivo, sino que fue algo grosero en sus respuestas.

—Mira, en la escena del ascensor, por ejemplo. ¿Tú ves a Ruby diciéndole eso a Mark? En los libros no hay nada ni medio parecido. Creo que mi personaje se desdibuja mucho en ese momento.

—Espera, voy a repasar el diálogo completo —dije, mientras aguardábamos sentados en la barra a que nos trajeran el café.

Saqué el móvil y leí en voz alta mientras Hanna me escuchaba. Cuando refresqué el diálogo, respondí a su pregunta.

—La verdad es que yo no lo hubiera escrito de ese modo, después de haber leído los libros varias veces. Aquí Ruby parece una de esas femme fatale, pero su historia es otra.

—¡Exacto! Pienso lo mismo. Estoy harta de mujeres fatales en el cine, quería darle otro aire al personaje y mi casting fue en esa dirección. No me esperaba esto, la verdad.

—Bueno, no te preocupes. A Walker hay que pillarlo de buen humor, te lo digo yo. Puedes intentarlo en otra ocasión, seguro que sabes encontrar el momento. Si no, intentaré echarte un cable —dije.

—¿De verdad? —preguntó Hanna, expectante.

—Sí. Creo que es importante que nos sintamos cómodos con todo lo que tiene que ver con nuestros personajes, para así poder hacerlos creíbles —dije.

—¡Gracias! —dijo Hanna, poniendo brevemente su cara sobre mi hombro, a modo de abrazo de agradecimiento.

Había dejado el móvil sobre la barra y recibí una notificación, de manera que se encendió. Tenía puesto de salvapantallas un selfi mío con Lara, que ella tomó durante mi primera visita a Sevilla. Estábamos en la Plaza de España.

—Hacéis muy buena pareja —dijo Hanna. —Se ve buena chica, y parece divertida.

—Lo es —dije, escueto.

No quería hablar de Lara con Hanna, pero el café se alargó hablando del proyecto en el que estábamos a punto de involucrarnos de lleno. En algún momento, cuando ya los cafés comenzaron a llevar un chorrito de whisky escocés, mi chica volvió a salir a la conversación. Pero, esa vez, sí me abrí con Hanna.

—Yo la adoro. La admiro muchísimo y estoy muy enamorado de ella. Pero la echo de menos la mayor parte del tiempo. Su agenda no le da tregua, y la mía… Bueno, ya sabes —confesé.

—Ya, te entiendo perfectamente —dijo Hanna, mientras dejaba la mirada fija en la cucharilla del café.

—¿Sí? —pregunté.

No quise aludir a nuestra relación, pero durante el tiempo que estuvimos juntos, que fueron ocho meses, Hanna y yo pudimos cuadrar agendas y apenas pasamos tiempo separados. No se refería a mí.

—Sí. Estuve con un jugador de la NBA hace un año, puede que te suene. Héctor Woods —dijo.

Noté cierta amargura en la voz de Hanna.

—No, no lo sabía.

Ella sonrió y asintió, con la mirada perdida, como enfrascada en sus recuerdos.

—¿Y la distancia fue un problema? —pregunté.

Me pensé hacerlo, porque no quería invadir la intimidad de Hanna ni adentrarme en temas demasiado profundos con ella. Pero estaba obsesionado por que mi relación con Lara corriera la misma suerte, y me atreví.

—Al final, sí. Se enfrió, cosas que pasan —dijo. —El contacto crea el afecto. El afecto, el cariño. Y, sin cariño, no hay amor.

Agaché la mirada. Hanna debió notar cierta aflicción, y rectificó de inmediato.

—Pero no siempre es así. Nosotros no estábamos hecho el uno para el otro, pero las parejas que sí lo están lo resisten todo. Y esos podéis ser vosotros dos —dijo, señalando el móvil donde había visto nuestra foto.

—Sí. Es posible —contesté.

Apuramos los cafés y nos despedimos hasta el día siguiente. Me fui a casa y me dormí preguntándome si Lara y yo seríamos una de esas parejas que lo resisten todo.