Historias de horror-sex

Paula y Vivi inician “pijamada” al volver a casa tras una noche de fiesta. Se les ha ocurrido montar una noche “horror-sex” improvisada con relatos entre lo gore, lo misterioso y lo morboso. ¿Qué puede salir mal?

10/29/20246 min read

—Gracias por quedarte a dormir, tía, en serio. Cuando estoy sola, me cago viva. Y mis padres se piran al pueblo cada vez más veces.

—¿Estás de coña, Vivi? ¡Ni en el instituto tuve fiesta de pijamas!

—Bueno, Paulita, hija, tú es que siempre has sido más de quitarte el pijama que de ponértelo.

—¡Eh, cabrona! La que fue a hablar. Como si no te hubiera visto en la disco esta noche, contoneándote ante diestro y siniestro.

—Estaba bailando, guapa. Pero vamos, no ha funcionado. Aquí estoy, contigo.

—No estarías mejor en ningún sitio. Siempre es mejor tu amiga que un polvo con cualquier desconocido y acabar tirada en una cuneta.

—A ti el Halloween ya te está afectando, ¿eh? Ves historias de miedo por todas partes.

—¡Vaya! Pues se me acaba de ocurrir una idea genial. ¿Por qué no contamos cada una historia de miedo antes de dormir?

—Paso. Prefiero algo más picante. Cuéntame algún relato erótico.

—Mmm… ¿Qué tal una sesión horror-sex?

—¿Horror-sex?

—Sí, algo así como una historia de erótica-misteriosa. Venga, empieza tú, Pau, que para eso eres la anfitriona.

—Vaaaaale.

El jueves por la tarde me toca tren inferior en el gimnasio. Mi entrenador me había puesto en la rutina puente de glúteos, y el hijo de puta dejó anotado que pasase ya a los 50 kilos. Así que allí estoy, con la sudada de la vida e intentando llegar a la tercera repetición roja como un glande. Tengo que esforzarme para levantar la barra y no cagarme encima en cada intento, así que estoy en la otra punta del gimnasio para que no me vea ÉL”.

—¿Quién? ¿El tipo ese que hace seis meses que te quieres coger?

—Calla, joder, no interrumpas.

Estoy en la otra punta del gimnasio para que no me vea ÉL. Lleva el pelo pegado a la frente por el sudor y grita como un cerdo en cada press militar, pero es tan putamente sexy que quiero salir de allí antes de que me explote el útero.

Voy a salir de la sala, rezando por que no me haya visto a punto de pedir la extrema unción, aplastada por barra y pesas que él levantaría sin esfuerzo, como un Hércules contemporáneo. Pero, cuando estoy a punto de atravesar la puerta, viene y me dice:

—Perdona, tú sigues un entrenamiento para definir, ¿verdad?

—Ehh… Sí.

—¿Tienes algo que hacer ahora? Es que me gustaría preguntarte un par de cosas.

—Vale, no hay problema. Me ducho y te espero fuera.

Tengo que pelearme con dos o tres viejas que salen del aquafit, directas a la ducha, para darme prisa. Termino en 20 minutos y, aún así, me curro el mejor look con el que se puede salir del gimnasio.

Cuando llego a la puerta, mi Hércules está apoyado en su coche y me hace una señal. Me acerco hasta allí, me hace preguntas de la rutina, empezamos a hablar, él cada vez más seductor, yo cada vez más ‘coquetona’ y, cuando me quiero dar cuenta, nos estamos comiendo la boca apoyados en la puerta de su coche”.

—Más quisieras tú.

—¿Te vas a callar o no sigo?

—Sigue, sigue, quiero saber cómo acaba.

Él me pide dar una vuelta en coche y acabamos en un descampado que hay por detrás del polígono donde está el gimnasio. Nos vamos a los asientos de atrás, él mueve los de delante y, cuando termina, me baja hasta los tobillos las mallas y las bragas, busca un hueco para ponerse de rodillas en el suelo del coche, me abre las piernas y me incrusta la cara en el coño como se incrusta una mosca en la mierda”.

—Tía, ¡vaya comparación!

—¿Qué quieres? Lo primero que me ha salido. ¿Te crees que soy Blue Jeans o qué?

El tío me está haciendo la mejor comida de coño de mi vida. Me lame el clítoris, me mete la lengua, me succiona. Luego un dedo, luego los dos, luego sopla. Estoy a punto de correrme con tanto puto gusto, pero, de repente, veo un sombra a través de la luna del coche y me asusto.

—Hay alguien ahí afuera, tío.

—Será una rama. Relájate guapa, sigue disfrutando.

—Aquí no hay árboles, coño. Te digo que hay algo ahí afuera.

Mi Hércules sigue en plan superhéroe y sale a ver qué coño pasa. Alumbra con la linterna del móvil aquí y allá, me dice que no hay nadie y vuelve al coche para pegarme otra vez la cara en el coño. Yo me relajo y él sigue: me acaricia el pubis, atrapa mi clítoris con los labios y tira suavemente, me mete dos dedos y los mueve dentro buscando mi zona G, y sigue lamiendo mientras yo me revuelvo del gusto y le marco el asiento con mis flujos vaginales. Estoy a punto de correrme, jadeo como una perra cansada, pero, entonces, me da por abrir los ojos y... otra vez la sombra.

—Tío, en serio, algo hay ahí afuera.

—Joder.

Sale del coche cabreado y, entonces, en la penumbra, escucho un sonido metálico y veo cómo a mi Hércules se le separa la cabeza del cuerpo y cae, con un chorro de sangre saliendo de su cuello como un géiser. Me pongo a gritar como una loca, arrastro el culo por el asiento para intentar abrir la puerta del lado contrario y salir pitando, pero, cuando estoy apunto de llegar a la manilla, el asesino se mete en el coche. Es un viejo con cara de loco y pinta de no haberse duchado en 15 años, que me mira y dice:

—¿Alguna petición antes de morir, rubia?

Y yo me tranquilizo, porque se me acaba de ocurrir una idea, y le digo:

—Hombre, pues… Si me puedes ayudar a terminar…

El tío se agacha al pilón para terminar lo que empezó el otro, y entonces, cuando otra vez estoy a punto de correrme, cierro las rodillas en torno a su cabeza y le parto el cuello con mis torneadas piernas”.

—¡Jajajajajaja! Tía, ¡vaya mierda de historia!

—A ver la tuya, guapa.

—Venga, voy.

Es viernes por la noche. Me he quedado a dormir en la casa de una amiga del pueblo, que está sola en el chalé de su abuela, y da un poco de yuyu. Duermo tranquilamente en la cama de su hermana, que no está, a solo unos metros de distancia de mi amiga, pero me tengo que levantar para mear y eso implicar salir al pasillo.

Voy al baño, pero al salir, me doy un susto de muerte. ¡Hay un tipo en la casa! Es un moreno de ojos verdes cerca de la treintena con aire misterioso, que viste vaqueros rotos y camiseta gris de Death Note tres tallas mayor de la que le corresponde. Cuando estoy a punto de gritar de terror, me pone la mano en la boca para que no lo haga. Lo reconozco. Es Nico, el primo de mi amiga. Me alegraría de verlo si no fuera porque se mató en un accidente de moto el año antes.

Antes de quitarme la mano de la boca me dice:

—Ven, hablemos un rato. No siempre hay en la casa gente que me pueda ver y de aquí no puedo salir. No te haré daño, de verdad.

Nos vamos a la habitación en la que él solía dormir. La abuela no ha querido mover nada y ahí permanece, como un altar a la memoria de su nieto. Me hace sentir cómoda, así que me tumbó en su vieja cama, y él a mi lado. Hablamos durante lo que me parecen horas y me cuenta cómo es morirse, por qué sigue en la casa y todo lo que ha visto más allá. Me dice que tiene un asunto pendiente.

—Siempre me has gustado, ¿sabes? —le confieso para aliviar su tristeza en algún momento en el que se hace un silencio entre los dos. Él me besa.

Es el beso más frío y, a la vez, el más cálido que he sentido en mi vida. Me quema como queman el hielo y el carbón incandescente, pero siento un placer inédito, inexplicable, y algo que también se parece al dolor. Es una sensación tan inusual que quiero seguir, quiero seguir y llegar hasta el final.

—¿Crees que podemos hacerlo? —le pregunto.

Él no contesta. Se coloca sobre mí, sin que ninguno de los dos nos hayamos quitado una sola prenda. Entonces, poco a poco, empieza a descender por mi cuerpo pero no sobre mí, sino atravesándome. Se fusiona conmigo como si fuéramos protones y, mientras lo hace, me provoca un frenesí de sensaciones en la que todo está mezclado: la alegría, la tristeza, el dolor, la nostalgia y un placer intenso multiplicado por mil. Es como un orgasmo extendido y sentido en cada uno de las células de mi piel y, a la vez, siento ese algo parecido al dolor que sentí durante el beso y que eleva la experiencia. Sé que ninguna persona viva podría regalarme un momento como aquel.

Cuando él termina, yo no puedo gritar del gusto, ni jadear, ni tampoco me puedo mover. Por fin, logro abrir los ojos, y veo que él vuelve a estar a mi lado, sobre la cama.

—¿Cómo has hecho eso? ¡Dios! ¿Crees que podrías hacerlo otra vez? —le pregunto.

—Sí, pero ya no lo sentirás igual, porque ahora también estás muerta. Te quería para mí. Tú eras mi asunto pendiente”.

—¡Guau! Bueno, un poco predecible y con clichés como ese del asunto pendiente, pero hay que reconocer que tu historia es mejor y que la cuentas muy bien.

—Anda, vamos a dormir.

—Uf, cualquiera se duerme ahora, entre el calentón y la sugestión.

—¿Nos hacemos un dedito para relajarnos?

—Vale. La una a la otra mejor que por separado, ¿verdad?

—Hecho.