Hoy a Pablo le apetecía... (Parte 1/2)

Cristina acaba de terminar las prácticas de su ciclo de Marketing y se ha despedido de modo que no puede volver. Tiene un plan con Carlos, su novio, así que los dos inician una luna de miel rústica en la que ella combina quehaceres en casa con la creación de contenido…

1/21/20256 min read

—Hasta la próxima, Cristina. Que tengas mucha suerte en la vida.

Cristina no se esfuerza ni en musitar un agradecimiento cortés. El que ha sido su tutor durante las prácticas del ciclo de marketing está haciendo los últimos trámites antes de darle la libertad. Ahora se muestra muy amable, pero ayer, lunes, le echó la bronca delante de todos sus compañeros hasta que ella tuvo que levantarse para irse a llorar al baño. Por lo visto, el texto para el blog de una aseguradora que le había encargado días antes no estaba bien. Y eso que se quedó haciéndolo hasta las 5 de la tarde del viernes, sola ya en la oficina, porque el último de sus compañeros se había marchado una hora y media antes.

Ya se ha despedido de los tres únicos compañeros con los que ha tenido, al menos, una relación cordial. Se va sin mirar atrás, pero se permite una sola satisfacción antes de abandonar para siempre aquel lugar, donde ha sido tan infeliz. Antes de cerrar definitivamente la puerta del exterior, alto y claro, grita:

—¡Chúpala, perro!

Y se va corriendo. Acaba de pasarse por el arco del triunfo los consejos de su madre: “Hija, no te despidas mal, que nunca se sabe a qué puertas vas a tener que llamar”.

A Cristina todo le da igual porque tiene un plan. En las próximas semanas, se va a mudar con Carlos, su novio, a la casa del pueblo de su abuela Mercedes, para lo que ya cuenta con la venia de la buena mujer. La yaya está encantada de brindarle una vía de escape al infierno que es su casa, con ese novio que se ha echado su madre y que ella misma ha notado que mira a la niña más de la cuenta.

—Vente conmigo, abuela —le pide Cris.

—No, hija, yo estoy bien aquí, le quiero echar un ojo a tu madre. Además, la juventud quiere intimidad y a mí aquella casa me trae aún demasiados recuerdos. Vete tú y aprovecha el tiempo.

Su madre puso el grito en el cielo cuando se enteró. Que dónde iba, tan joven, a independizarse de su familia para depender de “cualquier tío”. Como si ella estuviera para dar lecciones.

Todo va a salir bien porque Carlos y ella lo tienen todo pensado. Vivirán en la casa de la abuela cubriendo solo los gastos de suministro, porque la yaya no acepta ni un alquiler simbólico. “No me deis nada, hija, que no me hace falta, y, entre el alquiler y la gasolina que va a gastar Carlos para llegar al trabajo, se os va a ir todo”.

Se apañarán con el salario de él, que es arquitecto. Trabaja en un estudio y se está esforzando mucho para que, pronto, su jefe comience a asignarlo como responsable de proyectos. Mientras tanto, ella estudiará cursos a distancia para mejorar sus habilidades profesionales en marketing y publicidad, y ahorrarán para la entrada de su propia casa.

Hace dos noches, ya con la mudanza programada, Cristina veía vídeos en TikTok mientras Carlos dormía. Le apareció una joven de voz muy dulce que ella ya había visto antes, la que siempre comienza diciendo “Hoy a Pablo le apetecía…”, a la vez que comienza el proceso de alguna receta que le iba a llevar todo el santo día. El tiempo exagerado que dedica a cualquier cosa que hace para su novio, elaborando algo que podría encontrar fácilmente en el supermercado, llama la atención de toda la comunidad y deja miles de comentarios en cada vídeo. A Cristina se le ocurrió una idea: ella también va a monetizar el tiempo que dedique a sus tareas domésticas.

Cristina y Carlos comienzan con la mudanza. En realidad, el concepto es grandilocuente para abarcar solo una par de maletas con ropa de ambos, textiles de cama y menaje de cocina. La casa necesita un repaso, pero nada que no se pueda solucionar con limpieza a fondo y una redecoración de presupuesto mínimo.

Cristina está tan emocionada con el inicio de aquella nueva etapa que interrumpe a Carlos cuando está colocando el menaje de cocina. Se le ha subido la libido. Es lo que tiene soltar lastre y liberarse de cargas emocionales, que permiten pensar en otras cosas más placenteras.

Cristina le echa los brazos al cuello y lo besa con ímpetu. Hace que Carlos se trastabille con el impulso y dé con el culo en la encimera, pero solo sonríe y se deja hacer. Comparte el entusiasmo de su chica.

Ella asalta su boca una y otra vez, hundiendo los dedos entre su pelo moreno. Cuando se retira, es para desabrocharle el cinturón y el botón del pantalón. A Carlos ni siquiera le da tiempo de adivinar su siguiente movimiento. Su chica se coloca de rodillas, retira toda su ropa y deja libre un miembro que ella misma ha puesto duro, con su presión y su pasión.

Él la observa desde arriba, un plano picado perfecto que no siempre logra tener. A ella no le gusta especialmente que la mire, pero hoy sí. Hoy disfruta de la sesión bajo una luz muy cálida para su gusto, pero suficiente. Y así, posado en una de esas antiguas encimeras en las que enseguida te duele la espalda al fregar los platos, Carlos disfruta.

Cristina ha atrapado su polla con la boca. Ahora, buscando la estabilidad con las manos apoyadas en las caderas de él, recorre con ardorosa insistencia casi toda la horizontalidad del tallo. Hasta la campanilla, controlando bien, como le gusta a él.

Carlos la ve tan entregada que se ha permitido colocar una mano en la cabeza de ella y ejercer una presión ligera. Eso lo excita más. El placer casi le cierra los ojos a medida que se acerca al orgasmo, pero se fuerza a tenerlos abiertos para disfrutar con los cinco sentidos. La traca final es correrse en su boca, un regalo que también es poco frecuente. La ha avisado, pero Cristina hoy parece dispuesta a todo y recibe su zumo espeso entre los labios.

—Dios, ¡Dios! —gime, y eyacula en plena plegaria.

Cristina se levanta para deshacerse de sus fluidos, mientras él se toma unos instantes para volver en sí. Es en ese momento, cuando él aún lleva pantalones y calzoncillos a la altura de los tobillos y le sobresale la polla como una antena, cuando una vecina entra en la casa.

—¿Mercedes? He visto que estaba la puerta…

En lugar de con una viejita de más o menos su edad, la vecina se topa con la visión de Carlos, que se da la vuelta para quitar el miembro de su vista y dejarle ver el trasero, mientras se viste a toda prisa. La anciana huye como la presa de un chacal.

Cristina se pone roja, pero Carlos ríe:

—Primera vez y última que entra sin llamar —dice, arrancando una sonrisa a su chica.

La pareja inicia su peculiar luna de miel rústica. Ambos proveen, como un equipo, Cristina reconvirtiendo la casa en un hogar y Carlos aportando los ingresos que la pequeña familia necesita para vivir.

El primer vídeo que graba Cristina en su nuevo rol de TikTok es el de una hamburguesa gourmet 100% casera que pasa el día entero preparando, como hace la otra chica que ha visto. Ella misma ha macerado la carne y preparado el pan y el queso desde cero. Graba el primer mordisco de Carlos, que encuentra la cena lista al llegar tras estar todo el día fuera. Pero, cuando ella deja de grabar…

—Falta la salsa, ¿no? —pregunta.

—Eh… Bueno, es que… pensé que con la yema del huevo sería suficiente.

—Ya, pero falta salsa —sentencia Carlos.

Es igual el día siguiente para Cristina: los recados, la casa, las comidas, grabar y editar para TikTok, esperar a Carlos y no estudiar ni por error. La anécdota más reseñable que tiene que contarle al volver a casa es que una de sus amigas, Rosa, la ha llamado para decirle que están buscando un técnico para el departamento de marketing de la empresa para la que trabaja.

—Les he hablado de ti. Buscan un perfil júnior, creo que podrías encajar.

—No sé, tía, estoy en otras cosas ahora.

—¿Trabajando en casa y haciendo vídeos para TikTok? —cuestiona su amiga.

—Sí, ¿qué pasa? ¿Puedo vivir mi vida como me dé la gana o no?

Cristina ha saltado a la defensiva, pero su amiga la tranquiliza.

—Vale, perdona si te ha molestado mi tono. No sé, Cris, yo creo que lo deberías intentar, que nunca se sabe. Y aquí tratan bien a la gente, de verdad. Si no, no te lo diría.

Cristina cuelga y comienza a preparar la cena. Se convence de que ha hecho lo correcto y que es mejor ceñirse a su plan, algo que Carlos aprueba una hora después, cuando se lo cuenta. Pero la duda, siempre tenaz, se empeña en hacer acto de presencia. ¿Y si está perdiendo una buena oportunidad? La respuesta la obtiene unos días después.