La guionista (Parte 2/2)

Con la ayuda de Estrellita X, convertida en aliada y amiga, Maya se abre camino en la industria del porno con paciencia y aprendiendo a lidiar con los "empresaurios" del sexo. Pronto le llega una oportunidad que sabe aprovechar...

3/25/202510 min read

Maya está a punto de tocar con los nudillos la puerta del camerino de Estrellita X, pero se detiene en cuanto comprueba, por las voces que le llegan amortiguadas desde el interior, que no está sola. No pretendía quedarse escuchando, pero la perceptible tensión de la conversación ha acaparado su curiosidad.

—Me da igual lo que me digas, Pedro, no pienso ir hasta Barcelona —escucha decir a la actriz.

—¿Pero que de verdad tú te piensas que tienes elección? ¿Pero quién coño te crees que eres? Te has subido mucho a la parra con tanta visita y tanto like, ¿no? Pues ten cuidado, que torres más altas cayeron.

—Ahórrate las amenazas, anda, las llevo escuchando desde que te conocí.

—“Desde que te conocí”. A saber en qué club de carretera estarías tú si yo no te hubiera ayudado.

Ante semejante desfachatez, Maya espera oír el lanzamiento de algún objeto desde el otro lado de la puerta, o el crujido propio de un cráneo que acaba de ser perforado, pero lo único que le llega es ese silencio con el que se masca la rabia. Instantes después, Pedro sale hecho una furia y casi se tropieza con ella.

—Lo siento, yo solo venía a… —dice Maya en el escaso segundo en que el hombre le sostiene la mirada.

Después, se aleja sin más. Acaba de comprobar que ese “Pedro” es Pedro Blanco, el vicepresidente que hace unos días asistió a su entrevista de trabajo, pero a quien no le oyó más que tres o cuatro frases.

Maya toca con los nudillos la puerta del camerino.

—¿Pero qué coño quieres aho…? ¡Ah, vaya! Eres tú —dice Estrellita X, que ha abierto la puerta con brusquedad pensando que era otra persona.

La actriz invita a Maya a pasar y, sin apenas mirarla, se coloca frente al espejo de luces para continuar con la tarea de quitarse el maquillaje. Ya acumula varias toallitas sucias en el tocador.

—¿Estabas escuchando? —pregunta la actriz, concentrada en su reflejo.

—No, pero…

—Eso es que sí. Supondré que ha sido casualidad. Aunque, con lo cuadrados que los has tenido antes en plató, no hace falta que conmigo te hagas la mosquita muerta.

Maya abre la boca para protestar, pero Estrellita gira la silla, se levanta y se coloca a centímetros de ella.

—No digas nada que me pueda decepcionar, anda. Me gusta lo que has hecho ahí dentro y me conviene que no te echen al segundo día.

—¿Te conviene? —pregunta Maya.

—Sí. Van en serio con lo de renovar el género, ¿sabes? Y tú sabes de lo que hablas y se te ve con ganas de comerte el mundo, pero tienes que ser inteligente. No puedes ponerte a todos los “pollacéntricos” estos en contra el primer día, hija. Tienes que ganarte su confianza poco a poco. Haz lo que te digan. Habla cuando te dejen. Ve encontrando el mejor momento para hacer tus recomendaciones. Y, cuando crean que te tienen dominada, bajarán la guardia, confiarán en ti y tú podrás presentar la historia que están buscando.

Maya estudia el gesto de la actriz mientras trata de procesar sus palabras. Su belleza no se ha desprendido junto al maquillaje que ensucia esas toallitas que almacena en el tocador, sino que está más guapa ahora, al natural.

—¿Por qué me ayudas? —pregunta.

—Ya te lo he dicho. Me conviene. Aún no te conozco y no sé si puedo fiarme de ti, pero espero que podamos aliarnos. ¿Has visto al gilipollas que se ha ido? Así son todos aquí. Incluso los que parecen tus amigos y quieren protegerte, en cuanto les pones algún límite, se sienten heridos en su ego y te explotan, como los demás. El único que merece la pena es Adrián.

Estrellita X se quita la bata y la deja sobre la silla frente al tocador. Maya ha tenido tiempo de estudiar cada parte de su cuerpo en el tiempo de rodaje, pero ahora, liberada de esa mirada técnica y analítica del set, se sorprende con el espectáculo de su desnudez.

—Y ahora, si no te importa, me voy a la ducha. A no ser que quieras entrar conmigo —dice la actriz, que se acaba de dar cuenta, otra vez, de la impresión que causa en Maya.

—Pues no lo tenía pensado —responde la guionista, intentando no perder aplomo.

—Bien, pues largo. Por cierto, puedes llamarme Estrella.

—Vale. Y, para lo que sepas, sí que puedes confiar en mí.

Maya sigue a pies juntillas los consejos de Estrella, todos los que le dio esa tarde y todos los que le da en los meses siguientes. Trabajan juntas, sin levantar sospechas. Se reúnen antes y después de los rodajes, en el camerino o en una cafetería, en sus hogares particulares o aprovechando trayectos en coche. Discretas y diligentes, procurando no levantar las suspicacias ni de Pedro, ni de Julián ni de ningún otro empresaurio del sexo. Hablan de los guiones y de las ideas. De planos cosificantes, de narrativas manidas y, sobre todo, de tratos vejatorios que abundan en la industria.

La guionista, siguiendo las indicaciones y consejos de quien se ha convertido en su amiga, notando su apoyo para no desfallecer, se erige como trabajadora ejemplar. No se queja, habla cuando le preguntan, comienza todas sus sugerencias alabando el trabajo de sus compañeros y aportando sus ideas como mera alternativa: “¿Y si lo hiciéramos así?”. Sabe que lo está consiguiendo cuando Julián Bastida, el director que la llamó “niñata empoderada”, le dice al salir de una reunión: “Creo que te juzgué mal, Maya”.

Siete meses después, siete meses de anotaciones y de estudio exhaustivo de la industria y sus agentes, con la ayuda de Estrella, a Maya le llega su oportunidad.

—¿Tienes alguna idea? —pregunta Pedro, el vicepresidente.

Se lo ha preguntado delante de 10 personas más, guionistas, directores y productores. Se lo ha preguntado en una reunión rutinaria de balance, después de decir que necesitaban nuevas ideas y de escuchar a los tres de siempre decir las ideas de siempre. Se lo ha preguntado empleando un tono casual, a ver qué cae, como si no tuviera expectativa alguna. Y, a pesar de todo eso, para entonces, Maya está preparada.

—Bueno, tengo alguna historia que no sé si os gustará. Quiero decir, ya sabéis que no llevo mucho aquí y que no tengo mucho conocimiento…

—Anda, no seas modesta. Cuéntala —la anima Adrián.

Dejando de lado todo decoro, Maya explica el argumento de su película con la contundencia de quien, en pleno juicio final, necesita salvarse de una condena a muerte. Tanto ha trabajando en esa historia, tanto ha preparado ese momento, que a su exposición le sigue un silencio que, prolongado, la pone nerviosa.

—Bueno, quizás habría que trabajar algunas cosas, pero…

—Es una idea genial —sentencia Rafael Ventura sin más preámbulos.

Es el director de la productora, al que, hasta el momento, Maya solo le ha escuchado largas peroratas sin interrupción ni réplica. La guionista novel se entera luego de que nunca ha catalogado una idea como “genial”, pero su calificativo levanta una ola de ánimos forzados que más buscan el favor del jefe que alabar a una compañera. “Sí, a mí me gusta”, “Suena interesante”.

—Reúnete con producción, piensa en qué necesitas y presenta el plan cuanto antes.

—Vale, pero tengo una pequeña condición.

El director permanece imperturbable, con el codo apoyado en la mesa y la mano en la boca. Maya sabe, por lo que expresan sus ojos, que ese hombre no está acostumbrado a que le pidan condiciones, menos aún delante de su equipo. Pedro Blanco levanta una ceja. El resto se intercambian breves miradas entre sí y, luego, giran todas las cabezas hacia el director, que espera sin dar la palabra. Y Maya, mirándolo solo a él, dice:

—Me gustaría que Estrella fuera la directora y actriz principal.

En la sala hay un murmullo de resoplidos y crujidos de silla bajo traseros que se recolocan en su posición.

—Empieza a trabajar ya.

Es la única respuesta del director.

Estrella no puede parar de recorrer una y otra vez su camerino, ni de hacer preguntas, ni de abrazar y besar con efusividad la cara de Maya, exultante.

—¡Tía, tía! La madre que te parió, ¡jodía! Ya sabía yo que no me equivocaba contigo. Ya verás, perráncana, lo vamos a petar.

Antes de que presenten una sola línea del plan de producción, su pequeña sociedad ha contagiado al equipo de una euforia que las ha encumbrado como la pareja artística de moda en XL Entertainment. Pero ellas no se creen las adulaciones, ni siquiera cuando Producción da luz verde a su proyecto sin poner una sola coma al guion, el cronograma, las localizaciones, el elenco ni el equipo técnico, ni siquiera el presupuesto. A los 15 días están en marcha.

Estrella hace de Kira, el personaje principal. Interpreta a una actriz veterana que, durante años, ha estado encuadrada en papeles eróticos. Cuando los trabajos empiezan a escasear, lleva su encasillamiento al extremo a su favor y logra nuevas cotas en el género porno. Una historia en la que el sexo más explícito no resta protagonismo a un viaje interior lleno de sinsabores y renaceres, y que desafía las creencias sobre el deseo a lo largo de la vida.

El rodaje es especial para Maya, para Estrella y para el resto del elenco y el equipo técnico. La propia Maya no sabría con qué escena quedarse. Tal vez con aquella en que Kira se despide de su antiguo manager, enamorada de ella en secreto durante años, pero siempre respetuoso con sus límites. Kira lo visita en su despacho y, en el último abrazo, lo desnuda y lo empuja hacia el escritorio.

La cámara sigue la coreografía de los actores con suavidad, sin cortes bruscos, dando una sensación de fluidez y naturalidad. La misma que Estrella emplea mientras sube y baja de la pelvis de Jon, el otro actor, mientras mantienen un contacto visual prolongado con el que derrochan química y mientras juntan los torsos para darse un beso largo, un beso que despierta nuevo sentido a una vieja amistad a la par que excitación.

Los planos celebran la sensualidad del cuerpo femenino sin cosificarlo. Se recrean en las manos de Estrella acariciando el pecho de Jon, su piel llena de pliegues. Se recrean en su rostro, con un maquillaje muy discreto que casi deja ver la piel al natural. Cómo Kira abre la boca cuando la penetra con dos dedos sobre el escritorio. Cómo Kira aprieta los párpados cuando Jon acaricia su sexo con la nariz y los labios, con el ímpetu del perro que rebusca en un jardín a la espera de alcanzar el gran hallazgo de su orgasmo.

A lo largo del rodaje, Kira también se ha pasado tiempo examinándose, aceptando su madurez, recreándose en los nuevos encantos que va trayendo el paso del tiempo. El juego de espejos ha supuesto un reto, pero ha compensado. Porque Estrella ha regalado, posiblemente, la mejor interpretación de su carrera. Porque ha hecho mucho más que palpar sus pezones, acariciarse el pubis y recorrer la curva de sus caderas. Ha hecho sentir a cada miembro del set la potencia del orgasmo que se ha regalado sentada en el suelo, con las piernas abiertas y sin apartar la vista de su propio reflejo.

El rodaje termina y el equipo de marketing se pone a trabajar. Un mes después de una intensísima campaña de lanzamiento, la película se estrena en las principales plataformas de streaming porno. 150.000 visualizaciones en un mes no parecen demasiadas para el nombre que tiene la productora y el bombo que se le ha dado. De ellas, hay apenas 5.000 hombres. Pero el resto son mujeres, exactamente el público que la productora quería atraer. Exactamente el segmento que ha protagonizado una de las mayores oleadas de nuevos suscriptores desde el estreno en la plataforma. Suscriptoras. Las mismas que, con el runrún que han generado en redes, han llamado la atención de las principales cabeceras generalistas femeninas y catalogado a Maya y Estrella como “el dúo mimado del neoporno violeta”, despertando la curiosidad de las lectoras y aumentando las visitas.

Las dos están en la siguiente reunión de balance, preparadas para recibir halagos sin reparos ni modestias.

—Queremos que sigáis trabajando juntas, tenéis vía libre. Aunque me encantaría saber en qué andáis, que seguro que algo habéis pensado —dice Rafael, el director, que parece de buen humor.

Maya y Estrella se miran.

—Creo que es el momento para anunciar que dejo la compañía —dice Maya.

No hay una sola cara sin gesto de pasmo en la sala, a excepción de Estrella.

—Yo también.

El asombro casi se transforma en lágrimas, pero al director casi no le da tiempo a preguntar qué motiva la decisión. Maya suelta por fin lo que viene rumiando desde el día que entró por la puerta.

—Nunca voy a tener mi lugar aquí, por mucho “purple washing” que queráis hacer. Me contratasteis para aportar nuevas historias, pero solo buscabais ideas nuevas, no diferentes. No os planteáis cambiar vuestra visión sobre el sexo, ni sobre las mujeres, ni sobre la industria. Para eso tendríais que callaros y dedicaros solo a escuchar lo que os queda de carrera, y eso no va a pasar. Porque os sentís los dueños de todo, de la productora, de la industria y del mundo entero. Para hacer algo diferente hay que empezar de nuevo.

—¿Qué sugieres? —pregunta Rafael, serio.

—Nos vamos, Rafa. Nos vamos las dos. Y Pepa, Claudia, Valeria, Zeta y Tyla se vienen con nosotras.

Es en ese momento, viendo cómo desmantelan su productora, cuando Pedro Blanco se levanta gritando.

—¿Pero qué os creéis, estúpidas? No tenéis ni puta idea. ¿De verdad os veis un mínimo de futuro fuera de aquí? ¿Sabéis las veces que una película hecha por mujeres ha amagado con revolucionar el género, y luego se ha comido una mierda como la que os vais a comer vosotras? ¿Sois tan gilipollas de pensar que un par de artículos en revistas de tías os van a llevar a algún sitio? ¿A quién creéis que vais a convencer dentro de la industria?

—A mí —suelta Adrián sin esperar un instante. —Yo me voy con ellas.

—Pfff… Yo ya sabía que eras un huevón planchabragas, pero te creía un poquito más listo. ¿Crees que estas dos no te van a exprimir como a una uva, y luego, cuando se tengan que comer los mocos, no se buscarán otra cosa y te dejarán tirado como a una colilla?

—Verás, Pedro, este huevón planchabragas lleva toda su vida siendo exprimido como una uva por tíos como tú. Al menos, por una vez, voy a decidir quién me exprime.

Estrella se levanta para salir de la sala, seguida de Maya y Adrián. Antes de cerrar la puerta tras de sí, se gira para decir:

—A lo mejor eres tú quien termina en cualquier venta de carretera, Pedro, pero, como no tienes talla ni de chulo, espero que simplemente te pudras en cualquier rincón, solo y apestando a whisky.

Con toda la elegancia de sus formas sensuales y su dominio del lenguaje corporal, la actriz cierra la puerta y se va.