La proveedora de orgasmos
Parece que Eva no va a poder dar salida a ninguno de los ejemplares de su arsenal de placer. Está la tarde digna de confinamiento voluntario. Para su sorpresa, a través del escaparate de su tienda, ve venir a sus clientes favoritos…
4/10/20244 min read
Es la enésima vez que Eva deja el móvil en su escritorio, tras el mostrador.
—¡Ay, va! ¡Voy a hacer algo productivo ya!
Parece que el mapa se ha dado la vuelta esta tarde, porque en la calle, con tanta lluvia, apenas se distinguen edificios de árboles o coches en circulación. Ahí afuera, el escenario es una masa gris plomizo por definir.
Ante semejante panorama, Eva cree que nadie en su sano juicio querría acercarse a por uno de sus juguetitos. Ni por dildos, ni por conjuntos lenceros, ni por lubricantes. Que está el día para acurrucarse bajo las mantas, sí. En compañía, a ser posible. Pero salir a fichar un accesorio nuevo parece inviable sin una canoa.
Y qué pena, con las ganas que Eva tiene de mostrarle a sus clientes habituales la nueva estrella del catálogo. Acaba de llegar. Es un vibrador para parejas que a todo el mundo le hace gracia. Por un lado es redondo y, por el otro, sobresalen dos cuerpos paralelos que son como dos largas orejas, así que parece un conejito. También ha traído un nuevo estimulante retardante de la eyaculación, que el comercial le aseguró que es “cruelty free” y vegano.
Allí tiene ella su pequeño universo de placer. A Eva le gusta sentirse como una proveedora indirecta de orgasmos. Le gusta visualizarse como corresponsable de abrir el grifo de la oxitocina, la adrenalina y las endorfinas que libera el sexo. Por eso se afana en dar con lo que cada cliente necesita, y por eso es tan pedagógica a la hora de mostrar su arsenal. Y acierta, porque sus clientes siempre vuelven.
Distraída otra vez, Eva mira a la calle y, entonces, los ve.
—Ay, no puede ser —dice en voz alta, congratulada y, a la vez, sorprendida.
A través del escaparate empañado, por la acera, ha visto aproximarse una gran mancha oscura. Al acercarse, ha podido distinguir los tres elementos que la conformaban: un hombre y una mujer, abrigados y bien juntos bajo un enorme paraguas. Sí, son ellos. Han tenido la valentía de salir en un día como hoy para algo que cualquiera diría que no es de primera necesidad. Pero, para ellos, sí lo es.
—¡Por Dios! ¡Deben de venir ustedes empapados! —saluda Eva, ayudándolos con abrigos y paraguas.
—Bueno, anda, un poco de agua, que falta hacía —dice la mujer.
Eva sonríe, y luego les pregunta por lo último que se llevaron. Que funciona bien, le explican, pero ahora venían buscando algo nuevo.
—Ya sabes, para que no decaiga, que como tú ya conoces mis problemillas… —dice él. Sustituye lo que iría en los puntos suspensivos por una leve subida de su antebrazo, el cierre del puño y unos suaves círculos en el aire. Un gesto muy elocuente.
—Claro, claro.
De la tienda ya se han llevado una bomba de vacío, un anillo para el pene y cremas para favorecer la vasodilatación. Pero Eva, que es como una gata cósmica del sexo con un bolsillo sin fondo, tiene más que ofrecerles. Les pide que esperen, se va a la trastienda y vuelve al cabo de unos segundos con un nuevo objeto. Con ilusión, lo muestra a sus clientes favoritos.
Es un dispositivo mediano de color negro que, según la posición, se asemeja a un micrófono o a un ratón de ordenador. En un extremo tiene una amplia abertura, y a la pareja, ya acostumbrada a darle a la imaginación con esos enseres, no le cuesta adivinar.
—Eso es para meterla ahí, ¿no? —dice él.
—Sí, exacto. Es un simulador de sexo oral. Tiene 10 modos diferentes de vibración y 3 niveles de intensidad. Pulsáis aquí, ¿veis? Podéis ir jugando. Además, por si queréis, se puede sumergir.
—Uy, uy, vamos a quedarnos en la cama, que es más seguro.
Eva ríe. La pareja se lleva unos minutos debatiendo y, en medio de su conversación, con una terminología que resulta cómica por lo vulgar, también hacen partícipe a Eva.
—Es que a mí también me cuesta cada vez más llegar, ¿sabes, hija? —confiesa ella.
—Sí, ya. Hay que insistir, ya se sabe. Porque va habiendo menos flujo de sangre hacia los genitales, y también menos testosterona y estrógeno. Pero bueno, ¿y lo divertido que es insistir? —la anima Eva.
Tras otro breve debate, la pareja se decanta por el masturbador para el pene y se marcha con un propósito y una promesa: que volverán pronto y que tendrán mucho cuidado en el camino de regreso, que ya ha oscurecido y la lluvia no da tregua.
Josefina y Agustín son los clientes favoritos de Eva. 75 años tiene él, 71 ella. Siempre están juntos, adonde va uno, va la otra, y al revés, agarrados del brazo para guardar bien su propio equilibrio y, a la vez, el del otro. En cada visita, Eva es testigo de la intimidad que comparten. No por los juguetes y accesorios que se llevan, no, sino por sus miradas, gestos y conversaciones. Después de décadas de matrimonio, dos hijos, cuatro nietos y experiencias de toda clase por el transitar de la vida, siguen compartiendo complicidad y se profesan admiración y respeto mutuo.
Son sentimientos que trabajan día a día, por eso su relación ha crecido fuerte como un roble. Porque aprovechan todos los recursos a su disposición, incluyendo el deseo. ¿Quién dice que se apaga a partir de cierta edad? ¡No! El deseo se mantiene vivo si se le arrima yesca, y es el motor del sexo placentero que contribuye a mantener viva la relación. Mientras haya estímulos, hay ganas. Mientras haya ganas, hay deseo. El deseo es sexo, y el sexo es parte de la vida. Sin importar la edad.

