La ventana indiscreta
En algún momento, se flageló con la culpa pensando en lo inapropiado de su “trastorno”. Pero ahora, desprendido de juicios, Máximo solo se disfruta. Y hoy ha tenido suerte. Hoy ha encontrado a una de ellas…
12/20/20234 min read
Máximo está de pie, semidesnudo y en un pasillo apenas iluminado. Oye algún ruido a su alrededor, pero está abstraído en lo que está viendo a través del cristal: una pareja de amantes pasando un rato delicioso. Él es alto, moreno, bien parecido. Ella, también morena, goza de unas curvas muy sensuales.
Se detuvo a mirarlos por la forma en la que se besaban. No sabe si son pareja o no, pero no es la primera vez que lo hacen y, desde luego, lo están disfrutando. Al principio, él estaba apoyado sobre el cabecero, con las manos en su cintura. Ella, a horcajadas sobre él, le comía la boca con lujuriosa suavidad. Con ganas, pero sin prisas. Cuando él dio el siguiente paso y comenzó a sobar sus pechos, ella le pidió que se tumbara sobre la cama para colocarse sobre él. Máximo no pudo oírlo, pero no era difícil adivinar que los besos ya no eran suficientes para dejar su pasión desbocarse.
Para él, el momento cumbre se produjo cuando ella, de soslayo, descubrió a Máximo al otro lado del cristal. Eso no la cortó, como le había pasado antes con otras chicas. Tampoco le provocó una aparente indiferencia. Desde el descubrimiento de Máximo, ella lo ha hecho partícipe de todo el acto pese a la distancia física y al cristal que hay de por medio.
La chica completó una trayectoria de besos por el torso de su pareja y luego, al llegar al pubis, le proporcionó suaves pellizcos en los testículos. Tras esa breve tensión, esa estudiada provocación con la que sabe que él se muere de ganas, se ha introducido su polla en la boca con indudable pericia. Se la está chupando. Oculta el miembro completo dentro de su boca en lactadas profundas hasta la base del tallo, sin que su generoso tamaño suponga obstáculo alguno. Le pasa la lengua por el glande con el entusiasmo de quien chupa un caramelo. En uno de sus lametazos, mientras el chico transita por imaginarios caminos paralelos, en pleno viaje, ella ha mirado a Máximo. Lo ha mirado con intensidad y, además, juguetona, le ha sonreído. Máximo ha entrado en su juego de lascivia.
La chica se mueve para colocar las rodillas a ambos lados de la cabeza de él. Quiere sentarse en su cara. Máximo no está seguro de si lo que más desea ella es recibir placer oral o seguir jugando con él, como espectador. Porque, mientras su pareja hunde la cara en su coño, agarrando sus caderas para impedir que escape, ella mira a Máximo con intensidad y se soba las tetas para él. Sabe que su presencia, tanto o más que esa lengua inquieta, ha motivado el poderoso orgasmo que la atraviesa entera. Máximo no oye los gritos, pero casi siente vibrar el cristal.
Bien lubricada con sus propios flujos y por la saliva, deseosa de llenarse y terminar de saciarse, la chica ha decidido que es momento de la penetración. Porque es ella quien lleva la iniciativa. Porque siente el placer de tener a dos hombres a su merced.
Se coloca a cuatro patas, como las lobas. Y él, de una tacada, la penetra vaginalmente desde detrás. Va rápido, con ansias. Él tiene la mirada detenida en su trasero abombado y enorme, pero ella está mirando a Máximo con la boca entreabierta. Ha registrado el gesto de su espectador cuando el chico le ha dado una palmada en el trasero. Ha adivinado cuánto le ha gustado, así que le ha pedido que lo repita. Una, otra, otra y otra vez.
Es el momento. Máximo ya no puede esperar más. Está empalmado desde que vio los primeros besos, y siente los huevos a punto de estallar. Está tan excitado que tiene que colocar una mano en el cristal, porque siente que le tiemblan las piernas. Con la otra, por supuesto, se está tocando la polla. Se la acaricia variando el ritmo y la presión, y sin perder de vista lo que está pasando al otro lado del cristal.
Algo ha gritado ella, algún sonido imperceptible, pero Máximo quiere creer que han sido palabras sucias. Porque él, que ya iba con ganas, casi la desmonta dando las últimas embestidas. Hasta que el cambio de ritmo, la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados indican a Máximo que se ha corrido. Casi al mismo tiempo, lo ha hecho él también.
Máximo tenía pensado pasar por el bar, pero está tan satisfecho que no necesita nada más, y decide irse a casa. Ha tenido suerte. Tiene fichados un par de locales liberales de la ciudad con ventanas o agujeros para espiar, pero aquel le gusta especialmente. Además, hoy ha tenido suerte. Suele ir con bastante frecuencia, pero no es habitual que se encuentre con una exhibicionista, como le ha sucedido hoy. Normalmente, las parejas lo ignoran y, cuando a uno de los dos le gusta mostrarse y provocar, generalmente, es él.
Máximo es voyerista. Lleva toda la vida reprimiendo sus impulsos, al principio, creyendo que había algo roto dentro de su cabeza y que esa observación obscena estaba mal bajo cualquier circunstancia. Ha necesitado mucho aprendizaje y mucha terapia para aceptarse y dejar de flagelarse con la culpa.
—Las relaciones sexuales deben darse entre adultos con facultades para desear, consentir y respetar límites. Puedes mirar a otros si se dan esos requisitos. Se consideraría un problema si tus impulsos te impidieran hacer vida normal, más aún comprometiendo el derecho a la intimidad de alguien. Si no es el caso, no tiene que haber problemas —le explicó su psicóloga.
—Entonces, ¿no tengo una parafilia?
—Bueno, es una conducta que, en un grado determinado, puede considerarse parafilia. Pero no es un trastorno parafílico, que sería lo malo, mientras no te cause angustia o sufrimiento a ti o a otra persona.
Con esa sensación de liberación, se presentó por primera vez en un local liberal para mirar. Comprobó que allí había personas como él y se sintió parte de un grupo: el de quienes disfrutan de diferentes formas del sexo, sin tabúes y siempre consciente y respetuoso. Son buenos tiempos.

