Lara (3): Ruta nocturna por Londres
6 min read
La cena de celebración de Wimbledon se alargó porque mi padre, orgulloso y festivo, se animó pidiendo botellas de vino y champán. Me tomé una copa de tinto y una de cava. Cuando fui a echarme una segunda, Teresa me miró con cara de pocos amigos. Desistí.
Mis padres no llegaron a la discoteca. Embriagados de satisfacción y de alcohol como estaban prefirieron irse a dormir. También se retiró Paco, nada amigo de los saraos. Quedamos Marisa, Leo, mi hermano Víctor, mi cuñada Cris, Teresa, Marta y yo. También habían prometido pasarse Sandra Martines y Martina Rodríguez con sus parejas. Eran mis mejores amigas dentro del mundo del tenis, y aún seguían en Londres pese a llevar días eliminadas de la competición. Por supuesto, esperaba ver a Harry Cross y sus dos agradables acompañantes, Josh y Pete.
Llegamos a Liberty y nos guiaron hasta el reservado. La discoteca estaba abarrotada y algunos de los presentes nos reconocieron, así que se acercaron con el deseo de conseguir algunas fotos. Sandra y Martina aparecieron, tal y como prometieron, y al principio nuestra reunión estuvo muy animada.
Como siempre, Leo era el alma de la fiesta. El DJ puso todos los hits del año y él se contoneaba eufórico con sus rítmicos pasos de baile, mientras los demás le observábamos y reíamos. Me sacó a bailar en varias ocasiones, y yo no opuse resistencia. Un par de años antes, mi psicólogo me recomendó emprender alguna actividad semanal que no me comprometiera, sino que me sirviera para desconectar y liberar tensiones. Leo contactó con un coreógrafo para dar clases en mi chalet de Marbella, y aprendimos movimientos sincronizados para algunas canciones mainstream del momento y antiguos temazos de la música latina.
Nos vinimos arriba con Don’t you worry child, Scream & shout y Feel this moment. Brindamos por los éxitos del año y por los que, con suerte, quedaban por venir. En mi caso, con Coca-Cola. Estaba pletórica después de un partido difícil, y feliz al estar rodeada de familiares y amigos incluyendo a Martina y Sandra, que habían cumplido su promesa de asistir. Todo era perfecto. Al día siguiente, mi amigo Roberto López disputaría la final masculina, y se vislumbraba en el horizonte un podio 100% español. Ya lo habíamos conseguido en 2010, tanto en Roland Garros como en Wimbledon. Aquel fue el año dorado del deporte en nuestro país, y justo tras Wimbledon tanto Roberto como yo, junto a algunos de nuestros familiares, pusimos rumbo a Sudáfrica. Nadie quería perderse la final del Mundial de la Selección Española de Fútbol, pero menos aún yo misma. Por entonces mantenía una relación con uno de los titulares indiscutibles del 11, Ander, y quería proporcionarle soporte moral.
Pero entre el regocijo y la nostalgia me acordé varias veces de Harry Cross. Dijo que vendría, ¿no? ¿Por qué no aparecía? No dio señales de vida, ni siquiera por WhatsApp, y nuestra fiesta se iba apagando poco a poco. Había sido un día de muchas emociones, y yo, después del esfuerzo titánico durante uno de los partidos más difíciles de mi carrera, estaba especialmente cansada.
Sobre las 2 h decidimos marcharnos. Nos disponíamos a dejar el reservado cuando, discretamente, se acercó a mi uno de los miembros del personal de la discoteca, el encargado. También apareció en los inicios de la velada para darme la enhorabuena en nombre del establecimiento e invitarnos a una botella de champán.
—Miss Martín, ¿ya se van?
—Sí —contesté.
—Muchísimas gracias de nuevo por venir a Liberty. Hay taxis en la puerta esperando a sus acompañantes para llevarles de vuelta a la villa. A usted la espera un coche, cortesía de esta casa. Dará un breve paseo nocturno por la ciudad, programado especialmente para usted, y también la dejará en su alojamiento.
—Vaya, pues muchas gracias. ¿Pueden acompañarme dos de mis amigos?
—Ya tiene acompañante y la espera en el coche. La llevará hasta el vehículo uno de los miembros de nuestro personal.
Aquello me desconcertó. ¿Acompañante? ¿Un tour nocturno por Londres programado especialmente para mí? Caminé hacia la salida guiada por el staff, contrariada. De repente, caí en la cuenta y sonreí.
Efectivamente, a la salida había varios taxis esperando a mis acompañantes. Detrás de la fila había un coche negro con cristales tintados en el que mi grupo, ensimismado en su charla, no reparó. Me acerqué. El conductor se bajó para abrirme la puerta, y entonces lo vi. Harry Cross me sonreía desde el interior, mientras sujetaba una copa de champán.
—Buenas noches. ¿Podría compartir unos minutos de celebración contigo?
No dije nada. Sonreí y pedí al conductor que se acercara a avisar a mis amigos de que los vería más tarde en la villa. Giraron sus cabezas hacia mí, los saludé con la mano desde detrás de la puerta y entré rápidamente en el coche antes de que la curiosidad les trajera hasta mí.
Harry me ofreció una copa. La acepté por pura cortesía, aunque solo me mojé los labios, dado que ya consideraba suficiente la dosis de la alcohol de la noche. El coche se puso en marcha, y yo, cortada, apenas me atrevía a mirar a la persona con la que compartía asiento. Por fin, estábamos a solas. Yo mantenía la cabeza gacha y me tocaba el pelo, nerviosa. Hice un par de veces contacto visual con él aquellos primeros minutos. Me miraba y sonreía, controlando la situación mucho mejor que yo. De hecho, notaba mi rubor y parecía que le divertía.
—¿Has estado esperando fuera? —pregunté finalmente, tratando de romper el hielo.
—He estado de copas por la zona con mis amigos, pero quería dejarte espacio. Es tu noche. Pero, como también quería volver a verte, he movido algunos contactos en la discoteca.
La escena se me antojó muy Mr. Big en Sexo en Nueva York. Noté que Harry se acercó a mi despacio y lo miré.
—Enhorabuena de nuevo —dijo en una voz ronca, casi en un susurro, mientras colocaba estratégicamente una mano sobre mi rodilla.
No contesté. Me quedé mirando sus labios carnosos con la cabeza apoyada en el asiento. Él tampoco dijo nada más. Se acercó lentamente para recortar toda distancia entre los dos, y puso sus labios contra los míos. Al principio fueron varios besos cortos. Luego orientó su cuerpo hacia mí, dejó caer su copa y me agarró la cara para seguir besándome. Pasó la punta de su lengua por mi labio superior, me dio un suave mordisco en el inferior y yo abrí la boca para empezar el juego en el interior. También dejé caer mi copa para colocar mi mano en su cintura, y nos fundimos apasionadamente durante unos minutos. Después separamos nuestros labios para, aún abrazados, mirarnos a la cara unos instantes.
—You are a good kisser —le dije.
—And you’ve got the most beautiful eyes I’ve ever seen in my entire life.
Continuamos besándonos mientras el coche seguía su recorrido. En aquel ambiente íntimo, permanecíamos blindados al exceso de luces y al alboroto típico de un sábado noche en la gran ciudad. Noté cómo el calor se me subía al pecho, estaba muy excitada. Aquellos besos estaban a la altura de todo lo que me había imaginado aquellos días, desde que aquel galán de cine me estrechara la mano por primera vez. Me dejó casi deshecha y con muchas ganas de más.
—La ruta está a punto de terminar. ¿A dónde vamos? —preguntó Harry, que parecía haber adivinado mis pensamientos.
Tuve que contenerme. Como respuesta, me aproximé al asiento del conductor y le dije:
—¿Me lleva a mi alojamiento, por favor?
—Of course, miss.
Pude ver una mezcla de sorpresa y decepción en el rostro de Harry, pero no quería pasar la noche con él. Me había alejado de mi grupo sin dar explicaciones y supuse que estarían esperando a tener noticias mías. Además, prefería esperar un poco más.
—La semana que viene me tomaré unos días libres antes de continuar con la temporada y arrancar una intensiva previa al US Open. ¿Por qué no te vienes a mi casa de Marbella? —le dije.
Pareció desconcertado ante la invitación, y tardó unos instantes en contestar.
—Ehh… Sí… Sí, claro, claro. Iré.
—Genial -dije congratulada. —Hablamos por WhatsApp, ¿vale?
Acabábamos de llegar a la puerta de la villa. Pasaban ampliamente las 3 h de la mañana y aún había luces encendidas dentro. Nos dimos unos últimos besos de despedida, y luego abrí la puerta del coche.
—Preciosa la ruta nocturna por Londres —le dije justo antes de salir.
Él sonrió. Me despedí y cerré la puerta. Antes de entrar a la villa me giré. El coche no se había movido, y Harry me observaba con la ventanilla bajada. Le tiré un beso y entré en la casa.

