Lara (7): El anillo
Capítulo 31 de Las rosas de Abril.
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Me quedé con la curiosidad de saber más sobre John Cooper en la noche de la gala de los Oscar. Harry vino a marcar territorio justo cuando me estaba hablando sobre su afición al tenis femenino y confesándome su admiración. Sabía de lo que hablaba y me pareció sincero, no con deseos de molestar a Harry. De hecho, me generó una buena impresión. No poseía la belleza impresionante de mi chico, pero su atractivo era innegable. Además, parecía carismático y divertido.
De vuelta a mi burbuja del tenis, estaba decidida a concentrar toda mi energía en Indian Wells. El inicio de la temporada había resultado decepcionante, y aún me causaba resquemor que España hubiera sido eliminada en Sevilla ante República Checa en la Fed Cup. Fue un shock incluso más difícil de digerir que el del Open de Australia, porque era mi ciudad y estaba ante mi gente.
Cuando Harry me acompañaba, todo resultaba más llevadero. Mi novio se había convertido en un pilar emocional importante, y me ayudaba mucho a digerir las decepciones. Nuestra relación iba maravillosamente, aunque cada vez más notaba que él quería avanzar.
El primer domingo de marzo, ya en Indian Wells, Harry me pidió una cita a solas para cenar. Me parecía un desplante a mi equipo, al que también le apetecía celebrar conmigo mi cumpleaños. ¿No habíamos estado juntos las noches anteriores? Teresa y Marta me animaron:
—Vete con tu novio, mujer. Disfruta de él, que ya mismo se tiene que ir y lo vas a echar de menos —me dijeron. Tenían razón.
Harry me llevó a un restaurante en el que no había estado antes y, para mi sorpresa, había reservado una sala completa para nosotros dos. Aquello me escamó. Afortunadamente, habíamos tenido bastante tiempo para a estar a solas en las últimas semanas, amanecimos juntos aquella misma mañana y había sido el primero en felicitarme la noche anterior. No veía la necesidad de reservar un espacio exclusivo en un lugar público, ni siquiera para alguien tan derrochador como él. A no ser que buscara intimidad por algún motivo que se me escapaba…
Mi intuición era marca de la casa y no me solía fallar. Harry se pasó toda la cena adulándome, hasta que, después del postre, me llevé una sorpresa mayúscula.
—Te sorprenderá que no te haya dado un regalo aún, ¿no? —dijo.
—Mmm… Por lo detallista que eres, quizás. Pero estar cenando contigo me hace feliz, no necesito nada más —dije.
—Eres fantástica, te lo mereces todo y quiero darte algo especial.
Contuve la respiración cuando Harry sacó de un bolsillo una pequeña bolsa blanca y la arrastró sobre el mantel para que pudiera alcanzarla.
—Feliz cumpleaños, cariño. Te quiero y quiero estar siempre contigo —me dijo.
El corazón se me puso a mil y me entraron sudores fríos. Noté la garganta seca y abrí el regalo sin tino, superada por los nervios. Ni siquiera antes de salir a la pista me sentía así.
Abrí la bolsa, introduje la mano y palpé una pequeña caja en el interior. No sonreía como se suele hacer cuando tienes la ilusión de abrir algo para ti sin saber qué es. Estaba seria y cada vez más nerviosa.
Mis temores se materializaron. Abrí la pequeña caja color burdeos y vi un anillo precioso sobre un pequeño cojín de terciopelo. Era de oro blanco con un diamante engarzado. Me llevé una mano a la boca y me quedé mirando la joya sin dar crédito. Estaba sobrepasada por completo, sin saber qué hacer ni qué decir.
—Harry… —balbuceé tras unos instantes, con la respiración agitada.
No me atrevía a mirarlo a la cara, temiendo que viniera hasta mí, al otro lado de la mesa, e hincara la rodilla en el suelo. Me sujeté la cabeza con las manos mientras dejaba la vista puesta en aquella bonita pieza.
—Ufff… —suspiré.
De repente, oí a Harry reír y levanté la vista en su dirección.
—Lara, estás hiperventilando. Tranquilízate, no es un anillo de pedida —me dijo.
Me quedé unos segundos paralizada, procesando lo que me acababa de decir y, al final solté aire y me llevé una mano al pecho.
—¿De verdad? —pregunté.
—De verdad. Solo es un regalo —contestó él.
—Ufff… Pues qué alivio. Es muy bonito, muchas gracias. Aunque ya sabes que no suelo...
—Usar anillos, sí. Lo sé. Póntelo en las ocasiones especiales, si quieres.
Harry dejó de sonreír y se quedó serio, pensativo. Después de más de siete meses juntos, conocía bien su catálogo de expresiones faciales. Cuando algo lo inquietaba, apretaba y relajaba la mandíbula de manera involuntaria, a la vez que se quedaba mirando al vacío, distraído. Era justo lo que hacía en ese momento.
—¿Nos vamos? —me dijo.
—Sí —contesté, tan parca como él.
Al día siguiente tenía partido, así que había que dar la jornada de cumpleaños por concluida y aún me quedaban felicitaciones que agradecer en redes sociales. En el trayecto de vuelta al hotel, en taxi, abracé a Harry. Él rodeo mis hombros con su brazo y, aunque no le veía la cara, lo seguía notando ausente.
—Gracias por la cena, por el regalo y por acompañarme estas últimas semanas. Te aseguro que lo valoro muchísimo.
Él no contestó, solo acarició mis hombros. Al cabo de unos minutos, dijo:
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro. Lo que quieras.
—¿Tan horrible hubiera sido un anillo de pedida?
Me incorporé para mirarlo a los ojos y pude leer su decepción.
—Harry…
—No era un anillo de pedida, Lara. Ya sé que tu prioridad es el tenis y que no ves nada más allá del presente —dijo, como quien recita una letanía. Parecía haberse esforzado por aprender la lección.
—¿Querías calibrar mi reacción? —pregunté, expectante.
Harry no contestó de inmediato, lo que me puso en guardia. Finalmente, lo hizo.
—No. Solo supuse que te haría ilusión.
Me hizo sentir culpable por un instante y no me pareció justo, pero me esforcé por no recriminárselo.
—Me ha hecho ilusión porque me lo has dado tú, y porque estás aquí esta noche. Conmigo. El anillo, la cena, el día y la noche de ayer, la limusina… Todos esos momentos y la persona tan maravillosa con la que los comparto son mi gran regalo.
Harry asintió con la cabeza baja y sin mirarme a los ojos. Yo me arrastré al otro lado del asiento y me limité a mirar por la ventana. Él rompió el silencio instantes después:
—No has contestado mi pregunta.
Lo miré con desconcierto, hasta que recordé lo que me había preguntado:
—No es horrible que me regales un anillo de pedida. Lo horrible hubiera sido tener que decirte que no. Porque ya sabes que no es algo que quiera ni pueda plantearme ahora mismo —contesté.
—Vale —se limitó a decir él, tras un amago de protesta.
No hablamos más en todo el trayecto y, de vuelta al hotel, nos limitamos a darnos las buenas noches y a un beso fugaz por puro ritual antes de dormir.
La cita en Indian Wells no terminó con victoria, pero disputar la final contra Tatiana Petrova me insufló energía para continuar con la temporada. En los últimos encuentros, incluyendo aquella final, había perdido puntos por una cuestión de velocidad. Mi juego se caracterizaba por el desborde, y la precisión seguía en estado óptimo. Pero si no era capaz de combinar los golpes certeros con un juego ágil y rápido, me quedaba sin identidad en la pista y era fácil pillarme. Tenía que trabajar aún más mi tono físico y la rapidez, aunque estaba claro que, después de casi ocho años en la élite del tenis, el tiempo no pasaba en balde. Las jóvenes promesas venían pegando fuerte.
Estaba motivada ante la próxima cita en Miami, pero me pesó tener que despedirme de Harry. Mi chico tenía que volar de nuevo a Reino Unido para hacer promoción de El druida, cuya postproducción se había retrasado. Justo después comenzaría el rodaje de una nueva película, y la primera localización era Croacia. Yo me había comprometido para participar en el torneo de Monterrey sobre tierra batida, así que probablemente pasaríamos el resto del mes sin vernos.
La despedida me costó más que de costumbre, quizás ante la perspectiva de las semanas que aún nos quedarían para vernos, quizás por saber que Harry cada vez parecía más determinado a conseguir algo que yo no podía darle. No se lo dije. No quería mostrarme insegura ante nuestro futuro, por miedo a que el pesimismo ensombreciera una relación tan bonita como la que teníamos.
Sabía que Harry estaba muy expuesto y que era uno de los hombres más atractivos del planeta. Sabía que, en cada aparición pública, todo a su alrededor eran risas nerviosas y comportamientos pueriles que fluían sin querer, incluso entre personas serias y maduras. Era fácil dejarse abrumar por su imponente físico y, lamentablemente, también era frecuente que recibiera comentarios inapropiados. Incluidas proposiciones sexuales. Harry estaba en el punto de mira de hombres y mujeres de todo el mundo. Sentía que, si le trasladaba inseguridad, sería vulnerable a las intrusiones y en cualquier momento alguien podría prender la mecha y hacer que la relación saltara por los aires.
La noche antes de nuestra despedida, estuve algo apagada. Él me acariciaba el pelo mientras nos mirábamos a los ojos, tumbados en la cama.
—Te voy a echar mucho de menos —le dije. —¿Podremos hablar por videollamada?
—Claro. Mientras estés en Estados Unidos será algo difícil cuadrar horarios, pero lo intentaremos —respondió él.
—Iré a verte en cuanto pueda, ¿vale? Lo prometo.
Él asintió sonriendo, luego me besó e hicimos el amor despacio.
Afortunadamente, conseguía sepultar cualquier miedo jugando al tenis. Cuando estaba en la pista, entrenando o en competición, lo único que existía era el juego. Me mantenía la mente despejada, algo para lo que había entrenado toda mi vida.
Aún faltaban seis días para que comenzara el torneo en Miami, pero había mucho que hacer. Paco y Teresa prepararon todo tipo de dinámicas de velocidad, y partidos de entrenamiento con tenistas de menos de 18 años que me dejaban desfondada. Caía rendida por las noches, y apenas tenía tiempo para pensar en nada más. Solo hice videollamada con Harry una vez esa semana.
La final me midió a una rival a la que le tenía ganas: la australiana Kylie Jones. Me vapuleó el año anterior en New Haven y había llegado a la final en Melbourne aquel año, por lo que me pisaba los talones en el ranking. La final en Miami se convirtió en un duelo de titanes, y afortunadamente pude mantener la cabeza fría y hacer valer el intenso entrenamiento de la semana. Aquel título me daba un respiro de cara a conservar el liderato en el ranking WTA.
Aún tuve un par de citas más en el Nuevo Continente, de manera que no pude ver a Harry hasta principios de abril. En Croacia, Harry tenía que rodar algunas escenas con extras y actores secundarios, así que no conocí a la actriz coprotagonista. Con quien sí pude hablar largo y tendido fue con el director, cuya personalidad me resultó fascinante. Había estudiado Psicología, una carrera que me atraía y en la que me gustaba pensar como alternativa al tenis. Siempre había tenido clavada la espina de la universidad, incluso se lo había comentado a Harry en alguna ocasión.
Afortunadamente, parecía que el tiempo y la distancia no afectaban a mi chico. Desde que llegué a Croacia, donde solo iba a estar tres días, se había separado de mí exclusivamente para trabajar. El resto del tiempo, me mantenía a su lado y entre algodones. Teníamos complicidad y, cuando estábamos juntos, no nos costaba nada encendernos.
En una de mis noches de visita, en la habitación del hotel, nos estábamos besando tumbados en la cama.
—¿Querrías probar algo nuevo? —me preguntó él.
—Mmm… Siempre que no duela, sí.
Él sonrió.
—Tranquila, no te voy a azotar.
—Pues a lo mejor deberías —contesté, con una mirada pícara.
—Creo que esto te gustará más.
Apagó la luz y me quitó la parte de abajo del pijama y la ropa interior. Retiró mis piernas suavemente para que las abriera, y comenzó con un suave masaje con las yemas de los dedos por la cara interior de mis muslos y el vientre. Palpó la abertura de mi vagina para comprobar que, entre los besos y las caricias, había lubricado lo suficiente.
Después escuché un leve ruido, apenas un zumbido. Me quede en silencio intentando imaginar de dónde provenía, pero Harry pasó enseguida el juguete por mi clítoris. Ejercía una suave presión que, junto a la vibración, me excitaba.
—Ohhh —gemí.
Mi novio hizo descender el aparato por mi vulva y luego, suavemente, lo introdujo en mi vagina sin que dejara de vibrar. Ejecutaba leves movimientos para que entrara y saliera, lo que, unido al efecto de la vibración, me estaba proporcionando un placer intenso.
—Ahhh… —volví a gemir.
Extrajo el juguete de mi vagina y volvió al clítoris. Lo oí apretar un botón, y la velocidad de la vibración aumentó. Estaba extasiada.
—¿Te gusta? —me preguntó.
—Me encanta —dije, jadeante.
Ahogué un grito cuando, después de unos instantes, Harry volvió a aumentar la velocidad de la vibración sin dejar de mover el aparato sobre mi clítoris.
—Harry, me voy a correr. Oh, Harry, sí, sí —dije, momentos antes de alcanzar el orgasmo.
Mi chico se levantó para encender la luz, volvió a la cama y me besó.
—¿Quieres que te presente a tu nuevo amigo? —dijo, tras darme unos segundos para recuperar el aliento.
—Estoy deseando.
Alargó la mano para dejarme ver un juguete que no había visto antes. Tenía doble cuerpo: por un lado, de forma esférica; por el otro, alargado como un falo. Lo toqué. Su tacto era agradable, aterciopelado.
—Vaya —dije, sorprendida.
—Es para ti —contestó él.
—¿De verdad? Pues muchas gracias. Te aseguro que lo usaré. Pensaré en ti cuando lo haga.
Sonrió.
—¿No has usado ninguno antes? —quiso saber mi chico.
—Marisa me regaló uno hace unos cuatro años, por mi cumpleaños. Lo usé alguna vez pero… Si te soy sincera, prefiero la mano o la alcachofa de la ducha.
—Pues tienes algo más que agregar a tu colección de artículos con los que darte placer —dijo.
—Recopilando: la mano, la alcachofa de la ducha, dos vibradores y este soldado —dije, agarrando sus genitales. Él se encogió riendo.
Harry puso rumbo al día siguiente a París para continuar el calendario de rodaje, y yo haría una visita breve a Sevilla antes de participar en el Porsche Tennis Grand Prix de Stuttgart. Dado que nuestros próximos escenarios de trabajo estaban en Europa, relativamente cerca, nos veríamos más durante las próximas semanas.
Siete días después de despedirnos en Croacia, recibí un aluvión de notificaciones en Twitter. “Lara Martín” era trending topic en España, y también lo eran “Harry Cross” y “Noellïe Dubois”, la joven actriz francesa con la que mi chico protagonizaba la película que estaban rodando, The Hollands.
En el vídeo al que todo el mundo esperaba que reaccionara, se veía a Harry y Noellïe atendiendo a la prensa a las puertas de la zona acotada en la que estaban trabajando. Al parecer, había cámaras haciendo guardia día y noche para grabar las fugaces entradas y salidas de Harry del set, así que tanto él como el equipo decidieron atenderles como deferencia por el interés. Lo acompañó Noellïe, y lo llamativo del vídeo no eran unas declaraciones vacuas en las que ambos se limitaban a decir que estaban encantados de estar allí.
La química entre ellos era evidente. Mientras ella hablaba, Harry la miraba fijamente y sonreía, con un gesto que rebasaba con creces el neutro de la escucha cortés. Ejercía un contacto visual intenso, con la mirada brillante, y parecía no poder relajar las comisuras de los labios. Obviamente, Twitter se había percatado y también Leo, que me llamó para comentarme la jugada y ponerme en alerta. Me preguntarían por ello y había que preparar una respuesta.
El lenguaje corporal que Harry y Noellïe trasladaban era suficiente como para recelar. Pero había algo que me perturbaba mucho más: Noelle Dubois solo tenía 18 años. Y Harry estaba a punto de cumplir 30.

