Lola (2): ¿Morbo?

Capítulo 6 de Las rosas de Abril.

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El invierno y la primavera de aquel año se me pasaron volando. El hotel marchaba bien, según lo previsto, y para las fiestas de abril pudimos inaugurar el restaurante. Lara intentó hacerse tan presente como pudo, pero la temporada no le daba respiro y apenas pudo pasarse por Sevilla. Yo había ganado mucha confianza en los últimos meses, estaba contenta con el equipo y me sentía capaz de llevar el hotel sola. Pedí a Sole que me echara una mano con los trámites burocráticos y la contabilidad, para servir de enlace con la gestoría. Aunque en lo personal mi hermana me parecía demasiado caótica, profesionalmente era una máquina. Llevaba bien la gestión de la red de aparcamientos, aun teniendo que sufrir al indolente de mi primo Víctor, hermano de Lara, y sabía que me serviría de mucha ayuda.

Apenas pisé el albero de la Feria de Abril de aquel año. Serían las primeras fiestas de primavera con el hotel abierto y el restaurante ya funcionando, y habíamos logrado colgar el cartel de lleno. Iba a diario, casi siempre con la intención de supervisar, pero siempre había cosas que hacer: proveedores a los que llamar, pedidos que recibir, huéspedes que atender… La plantilla no daba a basto y yo intentaba apagar los incendios que generaba el estrés aquí y allá. David me lo recriminaba.

—¿Otra vez tienes que ir al hotel hoy? Pues no sé para qué te metiste en esto. Trabajas mucho más que si estuvieras por cuenta ajena.

—Pues claro. Es mi proyecto, y prácticamente acaba de echar a rodar —replicaba yo.

—Tu proyecto y el de tu prima, que está Dios sabe dónde viviendo la vida y pasando de todo —insistía David.

-Eso es cosa mía y de ella.

Por suerte, contaba con el apoyo familiar. Me encantaba echar ratos de Feria con los Martín, pero ellos me comprendían. Especialmente, mi padre:

—En los negocios siempre tiene que haber un doliente, hija, alguien que lo sufra. Si no te implicas tú, no lo van a hacer los demás, que van por su salario y santas pascuas.

Paula, mi mejor amiga de la universidad, me apoyaba también.

—Tú ya sabes que los tiempos han cambiado, Lola. Lo del jefe-patrón, o jefa-patrona en este caso, ya no se lleva. Cada vez menos gente aguanta al típico mandamás que va por toda la empresa echando la ‘meaíta’ para marcar el territorio. Lo que la gente quiere es alguien que marque el rumbo. Que los lidere, enseñe y trate con empatía. Tú eres una crack para eso, yo confío en ti.

El hotel acogió un público bastante heterogéneo durante la Feria de Abril, pero había mayoría de personas jóvenes deseosas de fiesta. Una noche, a eso de las 3 h, se me ocurrió pasar por allí antes de volver a casa. Apenas había bebido, y David, como habitualmente, decidió quedarse. De hecho, creo que se quedó más tranquilo sin mí, rodeado de amigos y con su guitarra en la mano.

A Nando, el responsable de seguridad, le sorprendió verme. Iba vestida de flamenca.

—Mujer, disfruta de la Feria, que aquí todo está bien —me dijo.

—A mí no me cuesta nada venir, al revés, me quedo más tranquila. ¿Qué tal todo?

—Pues bastante tranquilo, aunque a partir de esta hora comienzan las escenitas de borrachera. Mira, puede que aquí tengamos la primera.

Estábamos mirando los monitores que mostraban las imágenes en vídeo recogidas por las cámaras de seguridad. En uno de los pasillos había una pareja, un chico y una chica. Se besaban apasionadamente. Él estaba agarrado a su trasero, pero en algún momento se separó e introdujo sus manos por debajo de la blusa, para alcanzar sus pechos.

Si la imagen hubiera mostrado un mapa de calor, sus siluetas aparecerían del color de un atardecer de verano. Aquellos cuerpos se apretaban ansiosos, como si quisieran fusionarse el uno con el otro. Él le besaba el cuello con brío, mientras ella permanecía apoyada en la pared, sin espacio, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados para centrarse en el placer. Parecían estar disfrutando, y yo, aunque avergonzada, no podía retirar la vista de ellos. Nunca había vivido una escena como aquella, en la que fuera capaz de exponerme a miradas indiscretas por estar muerta de deseo.

—¿Qué pasa? ¿No tienen habitaciones para hacer eso? —dije.

—Se ve que no podían esperar. Es posible que ni siquiera sepan dónde están ahora mismo —contestó Nando, que no parecía incómodo ni sorprendido en absoluto.

—Vale, pues voy a ir yo a ubicarlos.

—No, tranquila, voy yo o mando a alguien.

Nando emprendió el camino, pero, al ver lo que mostraban las imágenes, lo detuve.

—Espera, espera, ya parece que se van.

La cámara del pasillo de la tercera planta mostraba a la chica hurgando en el bolso, visiblemente afectada por el alcohol. Logró sacar su tarjeta, mientras el chico la agarraba desde detrás. Tenía sus manos metidas en el interior de su pantalón y le acariciaba el sexo mientras le seguía dando besos en la nuca y en el cuello. Paró un segundo cuando a la chica se le cayó la tarjeta, para recogerla del suelo, y luego ambos entraron en la habitación para continuar amándose fuera de la vista de cualquier transeúnte.

—Qué vergüenza —dije.

—Bueno, no es para tanto. Si todo fuera eso… Créeme, prefiero que se metan mano a que monten un numerito de gritos y peleas, que también los hemos tenido —contestó Nando.

El responsable de seguridad me explicó que, la noche anterior, un grupo de amigos se había excedido con los insultos entre ellos y habían llegado a las manos, aunque afortunadamente bastó su mera aparición para apaciguar los ánimos. Tuvimos suerte de no tener que llamar a la policía, que hubiera tardado demasiado en llegar por tener a todos los agentes desplegados sobre el Real de la Feria.

Unos días después, ya más tranquila con las fiestas terminadas, estaba tomando café con Sole y Sofi cuando les conté la escena que presencié aquella noche. Mi prima y mi hermana no le dieron ninguna importancia.

—Con el calentón que llevarían, ya tiene mérito que no acabaran en un cajero o entre coche y coche -dijo Sofi distraídamente, mirando su móvil.

—Qué asco —dije.

—John Lennon se quejaba de que viviéramos en un mundo en el que nos escondemos para hacer el amor, mientras practicamos la violencia a plena luz del día —afirmó Sofi.

—Las dos cosas están mal. Lo de aquellos dos fue exhibicionismo —repliqué.

—Lola, estaban solos en el pasillo de un hotel y se metieron enseguida en su habitación. No es para tanto.

—No estarás celosa, ¿no? —intervino Sole.

—¿Yo? ¿Cómo voy a estar celosa de personas que se comportan como animales? —contesté, molesta.

—Se llama follar, Lola, follar a la bestia. Y está rico —prosiguió mi hermana, provocando las risas de Sofi.

—Qué bruta eres, Sole —le recriminé.

—A ver, ¿cuándo fue la última vez que follaste? Me refiero a algo salvaje, no un polvo por cumplir —preguntó.

—Lo hice hace dos días —contesté, petulante.

Sole se quedó callada, pero Sofi volvió a intervenir.

—A ver, Lola, no te enfades. Pero tu hermana te ha preguntado cuándo fue la última vez que follaste salvajamente y con todas las ganas. Te lo pregunto de otro modo: ¿cuándo fue la última vez que follaste con David porque TÚ quisieras, y no por cubrir su necesidad de macho y evitar que busque aliviarse con otra?

—Vete a la mierda, Sofía —dije.

Mi prima se levantó, me abrazó y me dio un beso, algo poco habitual en ella.

—No te enfades, anda. No todo el mundo tiene que ser una zorrita de discoteca. ¿Verdad, Sole?

—La que fue a hablar —contestó mi hermana.

Aquella noche, al llegar casa, David estaba viendo la televisión. Había pasado todo el trayecto hasta nuestro piso en Viapol pensando en la conversación con Sole y Sofi, y en la pareja que vi en el hotel. Al verme aparecer, mi novio me saludó. Yo no articulé palabra. Me dirigí hacia él y le besé con ganas. No era un comportamiento habitual en mí, y se extrañó.

—¿Y esto? —me preguntó.

—Nada, tenía ganas de verte —dije. —¿No quieres?

—Para una vez que sale de ti, habrá que aprovechar —contestó él.

Nos dirigimos a la habitación y nos desnudamos. Después nos tumbamos en la cama para seguir besándonos, y David comenzó a recorrer todo mi cuerpo con sus manos. No tenía unas maneras delicadas, precisamente, y yo sentía que me tocaba como a una de sus yeguas. De vez en cuando me azotaba:

—Mmm… Estas cachas —decía.

No me gustaba que lo hiciera, aunque no se lo decía. Llegó un momento en el que, como habitualmente, él enfiló el camino hacia mi vulva para practicarme sexo oral e introducir sus dedos en mi vagina. Yo no sentía placer cuando lo hacía, lo que achacaba a un bloqueo mental cuya procedencia desconocía. Cuando levantaba la vista y veía su cabeza entre muslo y muslo, me sentía tan incómoda que le pedía que parara.

—Vale, vale. Métemela ya.

Él obedecía, casi siempre colocado sobre mí. A veces tardaba poco en alcanzar el orgasmo, pero aquel día no tuve esa suerte. Me arrepentí enseguida de haber iniciado yo la sesión. Mientras David me penetraba, yo intentaba emitir gemidos que le indicaran que me estaba gustando, pero, en realidad, perfectamente podría estar repasando la lista de la compra o leyendo el periódico.

—Oh, ohh…

Que subiera la intensidad de los jadeos era música para mis oídos: el orgasmo estaba cerca, así que por fin terminaría. Efectivamente, unos segundos después extrajo su miembro de mi interior, se tumbó a mi lado y, tras unos instantes, se dirigió al baño para asearse. “Como bien dice Sofi, no todas podemos ser como Sole”, pensé.

A finales de mayo, viajamos a París para ver la final de Lara en Roland Garros, de donde salió victoriosa. Lo pasamos tan bien y teníamos tantas ganas de mostrarle a mi prima nuestro apoyo que también quisimos estar en el torneo británico de Eastbourne, la antesala de Wimbledon. De buena gana habríamos ido a Londres para el tercer Grand Slam del año, pero para entonces ella necesitaría tranquilidad y nuestro calendario estaba más apretado. Especialmente el de Sofi, que tenía exámenes. Tenía muchas ganas de ir a Eastbourne, pero me preocupaba dejar el hotel desatendido.

—¿Por qué no te quedas? —pedí a Sole, que también insistía en venir. —Me gustaría que alguna de las dos se quedara en el hotel.

—Pues quédate tú. No me voy a quedar porque tú lo digas, cuando aquí hay gente que trabaja bien. ¡Relájate unos días, hija!

Hice caso a mi hermana, y tanto ella como Sofi y yo viajamos a Eastbourne la última semana de competición. Lara iba progresando muy bien, y nos unimos a nuestros tíos, Víctor, Cris y su equipo para darle aliento.

Yo sentía amor incondicional hacia mi prima. Nada del pique que sabía que había tenido Sole ni el aparente desapego de Sofi, que evitaba reconocer públicamente que era familiar cercana de Lara Martín. La admiraba por su determinación. Ni siquiera siendo adolescente, ese tiempo en el que se reniega de todo, Lara vio achicada su voluntad.

Ella y su equipo consideraron que necesitaba tomar tono sobre césped antes del tercer gran evento del año y lo mejor sería hacerlo compitiendo. Eastbourne la recibió como a una heroína. Aunque quería reservar energías, y no se la veía en su máximo nivel, mi prima estaba en tal estado de forma que, con esfuerzo medio, se plantó en la final. Perdió contra la ucraniana Olena Petrenko, pero tanto mi prima como su equipo hacían buen balance general del torneo y afrontaba el tercer grand slam del año con toda la confianza.

La noche de aquella final en Eastbourne, después de que mi prima atendiera a prensa y personalidades, salimos a celebrarlo. Lara y yo quisimos regresar a nuestros hoteles, que estaban cerca, pero Leo, Sole, y Sofi siguieron de fiesta. Antes de despedirnos, nos tomamos una última bebida en el bar del hotel donde se alojaba, que estaba casi vacío, momento en el que aproveché para ponerla al día de nuestros negocios en Sevilla.

—Prima, yo confío en ti. Sé que no me hago tan presente como me gustaría o como mereces, lo que te obliga a desfondarte. Te doy las gracias y te pido, por favor, que me cuentes si hay algo que no te gusta —me dijo.

—Tranquila. Cada vez estoy más desenvuelta y me encanta lo que hago. Eso sí, te lo haré saber cuando se necesiten inversiones, y ya estoy estudiando algunos cambios que quiero hacer.

—No hay problemas. Te repito que confío en ti y en tu criterio.

Estaba disfrutando del final de la noche con mi prima cuando se nos acercó un hombre, uno de los pocos que quedaba en el bar. Me había percatado de que nos estaba mirando, y supuse que era Lara la que acaparaba su interés. Empleó el francés cuando llegó a nosotras, así que no lo entendí. Estrechó la mano de Lara, a la que vez que ella emitía un “Merci”, por lo que supuse que la estaba felicitando por sus triunfos recientes. Pero, tras un breve diálogo del que no capté ni media palabra, mi prima me miró sonriendo y luego tradujo:

—Me pregunta si te puede invitar a una copa. Dice que eres guapa y que se te ve simpática.

—Ehhh… No creo que tarde mucho en irme. Mañana el avión sale temprano, y en cuanto llegue a Sevilla me quiero pasar por el hotel.

Lara tradujo, pero el desconocido no se dio por vencido y se dirigió a mí en inglés:

—De acuerdo. Me llamo Pierre. Si cambias de opinión, estaré en la barra —dijo.

No contesté. Pierre volvió a la barra y continuó mirándonos, hasta el punto de hacerme sentir incómoda. Lara y yo apuramos nuestras bebidas y nos despedimos con un abrazo.

—Te quiero —me dijo.

—Y yo a ti. Disfruta mucho, te lo mereces.

Apenas había 100 metros entre nuestros hoteles y era una avenida amplia en una zona tranquila, así que disuadí a mi prima de acompañarme. Una vez en la habitación que compartía con Sole y Sofi, ambas ausentes, pensé en el desconocido que se nos acercó, en sus ojos rasgados, en su acento y en sus labios gruesos sonriéndome. Me descubrí fantaseando con la idea de volver al bar, aceptar su propuesta y terminar como aquella pareja de amantes que vi a través de las cámaras de seguridad de nuestro hotel.