Lola (4): ¿Qué miran esas chicas?
Capítulo 17 de Las rosas de Abril.
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Sabía que pasaría, y nadie podía decir que no la hubiera avisado. No sé cuántas veces advertí a Sole, pero ella nunca consideró que estuviera expuesta a más peligros que yo o cualquier otra persona.
Fue Javi quien me dijo que a mi hermana le había pasado algo. Una mañana, trabajando en las oficinas del hotel, mi primo le hizo un comentario jocoso que a ella le hizo reaccionar mal primero, y ponerse a llorar después. Sole no era así. Normalmente encajaba los comentarios con humor y los devolvía con gracia y ocurrencia. Hacía años que no la veía llorar, probablemente desde niñas, y lo que me contó Javi me alarmó. Se lo conté a Sofi.
—Sí, yo también llevo unos días viéndola rara. Ahora nunca quiere salir, según me dice esta gente y yo misma he comprobado. Y, cuando le digo de ir a su casa, me pone excusas como el gimnasio, trabajo que tiene que adelantar y no sé —me dijo mi prima.
—¿Trabajo que adelantar? ¿Sole, que cumple con su horario estrictamente sin echar horas de más ni de menos? ¿Y que no quiere salir? Definitivamente, le pasa algo. ¿Cómo acabasteis el sábado?
—Del Luzal nos fuimos a la Alameda. Ella se iba a ir en coche con el amigo este con el que estuvo hablando, el tal Óscar. Pero no llegó al bar. Me llamó una hora o una hora y media después, no sé decirte. Que estaba en casa ya. Me llamó desde el fijo, de hecho.
—¿Desde el fijo? ¿No te escribió a Whatsapp ni nada?
—No. Ahora que lo dices es raro. Aunque en aquel momento no le di importancia. Javi la llamó un rato antes y le colgó, así que supusimos que estaba ocupada, ya sabes cómo es.
—Ya…
Sole estaba actuando de manera extraña desde el sábado, y ahora sabía por mi prima que había terminado la noche con un tipo. Estaba claro que no había ido bien.
—¿Por qué no vamos a su casa esta noche? Nos presentamos sin avisar y punto, que no pueda buscar excusas —propuse a Sofi.
—Vale. Nos vemos allí a las 21 h.
Mi prima y yo llegamos al mismo tiempo y, como nos temíamos, no pillamos a Sole con su habitual buen humor. Casi ni nos abre la puerta del portal. Mi hermana nos preguntó a través del portero automático que qué queríamos y, cuando le dijimos nuestra intención de estar un rato con ella, preguntó que para qué.
—¿Pues para qué va a ser, hija? Para verte. ¡Abre, coño!
Sole solía ceder ante esas demandas tan contundentes de Sofi, porque lo contrario solía terminar en discusión fuerte entre las dos. Abrió y subimos.
Encontré a mi hermana peor de lo que esperaba. Esta demasiado seria, diría que sombría. Se veía que hacía unos cuantos días que no se lavaba el pelo y los cacharros de cocina se amontonaban en el fregadero. Justo cuando llegamos, pese a ser solo las 21 h, estaba cenando uno de esos vasos precocinados de noodles. Sole no era una gran cocinera, pero sí cuidaba mucho su alimentación. Por lo tanto, desde que llegué no había hecho más que ver banderas rojas. Le pregunté sin preámbulos.
—¿Cómo estás?
Me miró con suspicacia, examinando la situación, como queriendo saber si yo tenía alguna información que ella se estaba empeñando en ocultar.
—Pues… Bien. Bien, bien. Como siempre.
—Como siempre no, perdona —intervino Sofi. —No te he visto para nada esta semana, ¿dónde te metes? ¿Desde cuándo dices tú que no a salir una noche de verano?
—He estado ocupada —contestó Sole, hundiendo el tenedor en el vaso de noodles.
—¿En qué? —insistió Sofi.
—En cosas.
—¿Qué cosas?
—¡Ay, hija, qué pesada estás! En cosas mías que a ti no te importan
Sofi perdía pronto la paciencia y se volvía incisiva e insistente. Quise mediar.
—Bueno, vale, has estado ocupada. Pero… Te notamos un poco… Bueno, diferente a como tú eres en el día a día.
—¿Y cómo soy? —contestó mi hermana, intentando parecer indiferente.
—Pues alegre, con buen humor.
—Ya. Bueno, pues no tengo el chichi para farolillos últimamente, ¿qué se le va a hacer? No todos los días se puede estar una feliz, ¿no?
Suspiré y me senté junto a mi hermana. La miré y le dije:
—Puedes estar de mal humor, si quieres, ya sabemos que tienes carácter. Pero me han dicho en el hotel que… que quizás te pasaba algo.
—Ya, el tonto de Javi. ¡Qué chivato es!
—No solo me lo ha dicho él. Y todo el que me lo ha contado lo ha hecho preocupado, no por venir con ningún chisme.
Mi hermana cambió el gesto y, por primera vez desde que entramos en su piso, la vi vulnerable. Le puse una mano en el hombro y le pregunté:
—¿Hay algo que nos quieras contar?
Sole se quedó seria, hurgando distraída en el vaso de noodles. Suspiró y dijo:
—El sábado por la noche me pasó… una cosa.
Sofía y yo nos miramos, alarmadas por el tono de Sole.
—¿Qué te pasó, Sole? —preguntó mi prima. —Estuviste con el tipo ese, ¿no? El tal Óscar.
No contestó y, en este caso, sí era aplicable el viejo dicho de que quien calla, otorga.
—Sole, ¿te pasó algo con ese tío? ¿Te… te hizo… algo?
Mi hermana soltó el vaso de cartón en la mesa baja frente al sofá y, sin mirarnos, comenzó a hablar.
—Es que sé lo que me vais a decir si lo cuento. Y yo sé que, en parte, fue culpa mía.
Estaba cada vez más inquieta por las palabras de Sole y por el preámbulo tan agónico que estaba creando.
—¿Qué te pasó, Sole? Cuéntanoslo, confía en nosotras. Puedes confiar en nosotras, y lo sabes. Ni se lo contaremos a nadie ni te diremos nada.
Mi hermana me miró por primera vez desde que entramos por la puerta, una mirada que trasladaba sus dudas sobre que yo, efectivamente, no fuera a decirle nada.
—Vale, lo voy a contar —dijo finalmente. —Pero me tenéis que prometer que no se lo vais a contar a nadie. A NADIE. Ni siquiera a Lara o a Javi.
—Vale —contestamos Sofi y yo, casi al unísono.
—El sábado salimos de Luzal y fuimos a coger el coche de Óscar. A mí él me atraía, quería algo con él, no lo niego. Pero mi intención era llegar a la Alameda con vosotros —dijo mi hermana, levantando la mirada hacia Sofi. —En Torneo no había sitio para aparcar, y por allí por los pisos tampoco. Cruzamos La Barqueta, pero él, en vez de aparcar por Soft o cerca, se fue a la otra punta y tiró para el Estadio Olímpico. Cuando le dije que qué hacía, que aquello estaba lejos, me dijo que es que quería hablar un ratito conmigo.
Sofi y yo volvimos a mirarnos, temerosas. No lo pude evitar y me llevé una mano a la boca.
—Sole… —dije, apenas con un hilo de voz.
Mi hermana suspiró y prosiguió.
—Quiso darme un beso y meterme mano. Le dije que no y se puso pesado. No era la primera vez que me iba con él. Lo conocí el invierno pasado, me lo presentó Sara. Salimos del Quejío y nos enrollamos en una calle, pero el tipo se puso pulpo y se llegó a bajar los pantalones y montarme sobre él allí en medio. Le pedí que parase y no paró. Bueno, sí paró, pero porque escuchó un ruido cerca. Yo aproveché y salí por patas —dijo mi hermana, chasqueando los dedos en la frase final.
Ni Sofi ni yo dijimos nada, pero estoy segura de que las dos estábamos pensando lo mismo. ¿Cómo se le ocurre a Sole, una joven espabilada y que se había ido con cientos de tíos, caer otra vez con un gilipollas así? ¿Tanto le ponía? Me convencí de que cualquier advertencia que le hiciera a mi hermana se quedaba corta. Era mucho más imprudente de lo que me temía.
Cuando comprobó que ni Sofi ni yo íbamos a intervenir hasta que no terminara, mi hermana prosiguió:
—El sábado me pasó lo mismo, y sé lo que estáis pensando, que cómo se me ocurre. Por eso digo que sé que es culpa mía.
—¿Pero qué pasó exactamente? ¿Empezó a sobarte? —preguntó Sofi.
—Sí. Primero de pie, fuera del coche. Yo me bajé en cuanto paró porque no quería estar dentro con él. Me sentía incómoda, como… insegura, ¿sabes? El se bajó y me puso contra el capó. Lo empujé para que se apartara, le dije que no quería follar con él y se enfadó, pero me dijo que nos íbamos. Pero luego no sé, se le fue la olla o yo qué sé, porque estábamos dentro del coche y… Justo en ese momento Javi me llamó. Le dije: “¿Lo ves? Ya me está llamando mi primo”. Y el tío me quitó el móvil, lo tiró dentro del coche y se puso encima de mí. Echó mi asiento atrás y se puso encima de mí.
Sole se quedó en silencio, compungida, y se llevó una mano a la boca. Sofi y yo la mirábamos fijamente, sin saber qué decir, temerosas de que nos confirmara lo peor y con un nudo en el estómago.
—Sole, ¿él te… te…?
No fui capaz de decirlo, pero mi hermana lo entendió y respondió.
—No. Le di un mordisco en el brazo, él chilló y se quedó con los ojos cerrados, agarrándose justo donde se lo di. Yo estaba muerta de medio. Creía que, en cuanto abriera los ojos, me iba a pegar.
—¿Lo hizo? —preguntó Sofi.
—No. Salió del coche y desde fuera me agarró del brazo y me tiró en medio de la calle. Después me tiró el bolso. Me dijo que era la más puta de Sevilla y se fue.
—¿Te dejó sola allí? —pregunté, aturdida con cada nueva información, pero aliviada porque no hubieran forzado a mi hermana.
—Sí. Me dijo que, si quería, que llamara a un taxi o al camión de la basura. Me acordé entonces de que tenía el móvil aún en el coche, le pedí que me lo diera y me lo tiró. Terminó el móvil por un lado y la batería por otro. Encontré el móvil, la batería no, y dejé de buscarla porque vi un coche a lo lejos y me entró miedo.
—¿Por eso me llamaste desde el fijo a las 3 h o así? —preguntó Sofi.
—Sí. Salí corriendo, llegué al Alamillo y desde allí paré un taxi que me trajo aquí.
Suspiré y comencé a masajearme la frente, nerviosa e intentando medir mis palabras. No pude evitarlo. Estaba enfadada, probablemente más con el tipo y con la situación que había hecho vivir a mi hermana que con ella misma, pero la emprendí contra ella, que era quien estaba allí.
—¡Hostias, Sole! Es que de verdad, ¿eh? Es que de verdad. ¿Cómo te fuiste con un tipo así? —dije.
—Porque soy gilipollas.
—Joder, pues un poco sí. Después de aquella vez en la Alameda, te montas en el coche con él, en vez de irte con los primos. ¿Por qué no saliste corriendo en cuanto paró el coche?
—No lo sé. Yo… Yo qué sé, Lola. Aquella vez en la Alameda estábamos borrachos. Yo no pensé que me fuera a pasar otra vez, joder.
—No, claro, para qué lo ibas a pensar. Joder, Sole, es que… ¿ves? ¿Ves como no se puede estar todos los fines de semana con uno? Te lo he dicho, que...
—Bueno, Lola, ya está bien.
Sofi había permanecido en silencio hasta el momento, pero me interrumpió seria y enfadada.
—Yo solo digo que…
—No, Lola, tú solo dices no. Tu hermana te está diciendo que han estado a punto de violarla, joder. En medio de la nada, donde la dejaron tirada como a una perra después de insultarla. ¿Y le echas el rapapolvo a ella?
—Ella misma sabe que fue su culpa. Lo ha dicho.
—Pues no. No fue su culpa. Ella salió de Luzal con un tipo con el que había estado hablando bien, y se fue con él porque quedaron en que irían a la Alameda. ¿Por qué es su culpa que ese hijo de la gran puta se fuera para el Estadio Olímpico? ¿Por qué es su culpa que el tío comenzara a sobarla si ella le dijo que no quería follar con él? ¡Hostia puta, Lola, es que de verdad, no te entiendo, hija! ¿Qué mierdas tienes tú en la cabeza?
—¿Yo? ¿Fui yo la que se fue con un tío que otro día me hubiera metido mano sin yo querer?
—Mira, no fue la mejor elección, está claro. Si me hubiera pasado a mí, al tío le corto la polla aquel mismo día y, si lo hubiera vuelto a ver, hubiera sido para reírme en su puta cara por ser un castrati. No fue el “best move”, Sole —dijo Sofi, dirigiéndose a mi hermana un segundo. Luego continuó conmigo. —Pero, aparte de todo eso, NO ES SU CULPA. Esa escoria humana no tenía ningún derecho, ninguno, a sobrepasarse con tu hermana ni a hacerle sentir miedo. Ni aunque tu hermana se hubiera querido ir con él.
—Hombre, pues yo creo que si tú das pie a una cosa… —dije.
—¿Pero a qué le di yo pie, Lola? ¿Acaso yo le dije en algún momento que quería follar con él?
Mi hermana se había venido arriba con el alegato de Sofi, y ahora estaban las dos en mi contra.
—Pero es que ni aunque se lo hubieras dicho. Es que si le dices que quieres follar y luego le dices que no, pues el tío se tiene que conformar y punto, porque lo contrario es forzarte.
Me quedé mirando a Sofía sin dar crédito a lo que acababa de oír.
—Mira, Sofía, eso será así entre las lesbianas. Con los tíos no es así. ¿En qué mundo vives? ¿En los de Yupi? Tú te vas con un tío y luego le dices que no y hay dos opciones: o te aguantas y sigues, que para eso has querido llegar a esa situación, o quedas de calientapollas.
—Lola, mejor cállate —replicó Sofi. —No sé a qué coño querías venir a animar a tu hermana, en serio. ¿Es así como la quieres ayudar? Para esto, mejor te hubieras quedado en tu casa con tu novio, llegando hasta donde él quiera aunque tú no. Como si fueras suya y tuviera poder sobre ti.
Me quedé en silencio. Estaba muy enfadada, pero apreté los dientes porque no quería seguir discutiendo. Creía que ni Sofi ni Sole llevaban razón. Ambas me ignoraron y siguieran la conversación.
—A partir de ahora le voy a tener que dar el visto bueno a todos los tíos con los que te vayas —dijo Sofi, provocándole a Sole una sonrisa. —Pero esto no fue tu culpa. Punto.
Así zanjó mi prima la conversación, y no se habló más del asunto. Lo siguiente fue maquinar todo tipo de venganzas contra él, desde rajarle las ruedas del coche cuando fuera al gimnasio a esperarlo a la salida con navaja y pasamontañas. Cuando había que ponerse chungas, Sofi y Sole demostraban solvencia.
Me sumí en un mutismo casi absoluto el resto de la noche, pero me resonaba mi eco interno. Era verdad que Sole no había provocado la situación, que no era su culpa, pero era un cuestión de probabilidad, ¿no? Si se iba con muchos tíos, podía terminar pasándole algo así. Era la parte que me consolaba, porque poco a poco me fue naciendo la culpa por no haber apoyado a mi hermana ni haberla hecho sentir mejor, que era el objetivo de la visita.
Quise mostrarme cooperadora cuando nos despedimos.
—¿Necesitas algo? ¿Quieres que te traiga algo? ¿O que me quede a dormir? —pregunté.
—No, estoy bien —contestó ella.
—¿De verdad? No me importa quedarme, ¿eh?
—No, no, de verdad.
—Y bueno, si estos días que vienen no quieres ir al hotel o algo…
—No está enferma, Lola —interrumpió mi prima. —Aislarse aquí no le va a servir de nada. Mañana por la noche salimos a tomar algo, ¿eh? Miedo ninguno. Si hay que salir con puño americano, se sale con puño americano.
Sole rio. Estaba claro que yo no podía decir nada que la consolara o la hiciera reír, o que Sofía aprobase. Así que me callé, di las buenas noches y salí andando hacia mi casa. Hubiera esperado en la parada a que llegara el autobús de Sofi, pero no quise hacerlo. Estaba harta de ella, de su beligerancia y de sus discursos moralistas, que ella nunca se aplicaba. En el piso de Sole, me había mordido la lengua para no decirle que la que se tenía que callar era ella y afearle su comportamiento con Bea. ¿En serio tenía que darme lecciones a mí? ¿Cuando ella estaba con una niña superdulce de la que renegaba, de la que se avergonzaba y a la que estaba destrozando con su agresividad y su frialdad?
Con frecuencia sentía que Sole y Sofi hacían complot contra mí. Se entendían bien entre ellas, y a mí me llevaban la contraria cada dos por tres. A veces ni siquiera dejaban que me expresara, justo como aquella noche, en la que Sofi me había mandado a callar directamente. Ro, Patri y Sara, resto de integrantes de nuestro grupo de amigas, intentaban ser conciliadoras. Lara también. Pero, cuando estábamos las tres solas, yo sentía que mi prima y mi hermana no me entendían. Probablemente, yo a ellas tampoco.
Me moría de ganas de contarle a David lo que había pasado para conocer su opinión, pero le había prometido a Sole que no se lo contaría a nadie y no lo hice. También me hubiera gustado hablarlo con Paula o con Lara, incluso con mi madre. Ni siquiera le dije nada a Javi al día siguiente, cuando me preguntó en el pasillo del hotel entre susurros, para que Sole no se enterara.
—¿Qué le pasa a esta? ¿Sabéis algo?
—No, nada. Por lo visto, se ha peleado con Ro y no lo quería contar.
—Ay, las tías —zanjó mi primo.
No le pedí perdón explícitamente a mi hermana después de mi reacción. La verdad es que no solíamos hacerlo, y tampoco recuerdo cuándo fue la última vez que nos dijimos “Te quiero” o “Te necesito”. Bueno, en las últimas semanas le había dado un beso en alguna ocasión y le había dicho algo como “Ay, no sé qué haría sin ti”. Pero porque Sole estaba resultando crucial para sacar adelante el ingente trabajo administrativo que generaba el hotel.
Aunque nuestras muestras de cariño no fueran continuas ni muy explícitas, solíamos preocuparnos la una por la otra. Yo estuve encima de ella aquellos días, intentando no agobiarla, pero sí preocupándome por ella. Ella se hacía muy presente en el trabajo, lo que sabía que era importante para mí. Me hubiera gustado que me apoyara más en mi relación de pareja, pues David era la persona con la que yo había decidido estar. Sabía que a ella no le agradaba especialmente, pero yo lo quería y me sentía querida. Aunque a veces… Bueno, simplemente consideraba que él reunía cualidades suficientes para mí.
David y yo decidimos no irnos de vacaciones aquel mes de agosto. Yo no quería dejar el hotel, que aún estaba despegando, ni siquiera aunque las calores de Sevilla lo descartaran como destino ideal de verano y no hubiera tanto lío. Él no me insistió.
—Nos podemos ir cuatro o cinco días, si quieres. Si no es el puente, mejor. De jueves a domingo está bien, ¿no? —dije a mi novio.
—Sí, claro, a estas alturas ponte a buscar un sitio de playa que esté bien y disponible en fin de semana —contestó él, mordaz.
—Bueno, no tiene que ser en fin de semana. A lo mejor nos podemos ir de domingo a miércoles, o jueves.
—¿Lo vas a buscar tú?
—Bueno, yo estos días estoy más atareada. ¿No podrías mirar algo tú cuando te despiertes de la siesta?
—Yo paso, Lola. Mira, da igual. Para la próxima buscamos con más tiempo. A mí el Ale me ha invitado a su piso de Conil el finde que viene, de todas formas. Y para el del 24 a lo mejor nos vamos a Punta Umbría los del trabajo.
No le dije nada. En otro tiempo, quizás me hubiera molestado que David hiciera planes sin tenerme en cuenta. Pero entonces casi sentí alivio, obviando el hecho de que él sí se hubiera molestado si yo le hubiera dicho que me iría dos fines de semana de agosto con amigas a la playa. Porque un mes de agosto completo metidos en nuestro piso de Viapol hubiera supuesto que me echara en cara una y otra vez que siempre estuviera en el hotel.
Tampoco quise dar importancia al hecho de que no estuviera dispuesto a buscar algo. En los meses de verano él tenía jornada intensiva en el trabajo, es decir, horarios de 6 a 14 o de 7 a 15 h para no tener que ir por las tardes con calor intenso. De hecho, la mayoría de los días terminaban bastante antes, por no estar tan expuestos al sol. Después de años de trabajo en la finca, sus jefes lo tenían como un miembro indispensable del equipo y ofrecían flexibilidad. Pero no quería invertir tiempo libre en buscar nuestras vacaciones, y, como yo no podía, tampoco se lo podía exigir.
En agosto me tuve que reunir con un nuevo proveedor de suministros de oficina, porque la empresa con la que trabajábamos cerraba por jubilación. Decidí hablar con varios de ellos, a ser posible, que tuvieran oficinas o almacenes cerca del hotel, pues en los últimos meses había sido relativamente frecuente que nos quedáramos sin suministros. Hice una breve ronda de reuniones para calibrar candidatos. Con uno de ellos quedé cerca de la Facultad de Empresariales, que quedaba cerca de su oficina, de mi piso y justo enfrente de donde estudié la carrera. Una zona que era mi casa.
Aquel día, sin embargo, percibí cierta hostilidad en el ambiente. Mientras hablaba con el proveedor, me di cuenta de que, en unas mesas cercanas, había tres chicas que no paraban de mirarme. Cuchicheaban entre ellas, se reían y juraría que en algún momento una le dijo a las otras: “Callad, que está mirando”.
En algún momento en el que mi acompañante fue al baño, o no sé si a la barra, me quedé mirándolas con cara de pocos amigos. Disimularon hablando entre ellas y dejaron de mirarme, luego yo aproveché para examinarlas bien. Me sonó alguna cara. Sí, definitivamente yo ya había visto a esa chica. Pero, ¿dónde?
—Entonces, ¿qué? ¿Qué te parece la propuesta? —preguntó mi acompañante al llegar a la mesa, sacándome de mi disección particular de recuerdos.
—El precio me parece razonable, pero, si le soy sincera, me han llegado otras ofertas interesantes que también me gustaría estudiar.
—Claro, claro. Tú piénsalo. Acuérdate de lo que te he dicho, de que os asigno a alguien de personal para que tengáis contacto directo. Y lo que queráis cuando queráis.
“Ya, ya sé, esa chica estaba en la fiesta de Nochevieja” —pensé. —Ehhh… Muy bien. Gracias —contesté a mi interlocutor, tras unos segundos de ausencia mental.
Iniciamos el ritual formal de despedidas en la puerta de la cafetería. Él se marchó por un lado y yo me detuve un momento a mirar el móvil antes de emprender el camino, pues tenía un par de mensajes que enviar. Estaba en la terraza del bar cuando emprendí la marcha, momento en el que alguien gritó detrás de mí:
—Ten cuidado con el árbol, no se te enganchen los cuernos.
Era una de las chicas del bar. Proseguí mi camino sin girarme, restándole importancia y pensando que el comentario no iba dirigido a mí. Más que pensando, intentando convencerme de ello.

