Lola (5): Heridas

Capítulo 22 de Las rosas de Abril.

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—Sofi y yo tenemos que hablar contigo.

Mi hermana sonaba seria por teléfono, así que supuse que no era un plan de los suyos para hacer una escapada o vivir alguna nueva experiencia. Cuando intuían que no me iba a sumar a algo, se aliaban para darme todo tipo de argumentos convincentes. Pero el tono de Sole aquel día no reflejaba ese objetivo. Además, pocas veces me llamaba por teléfono. Casi todo me lo decía en persona o vía Whatsapp.

Quedamos en su piso, en San Francisco Javier, una tarde de domingo. Llegué un cuarto de hora tarde y, para mi sorpresa, cuando entré en el apartamento de Sole no solo estaban Sofi y ella. También estaba Víctor. Los tres me dedicaron miradas condescendientes en cuanto entré, así que confirmé que pasaba algo. No saludé siquiera.

—¿Qué pasa? —pregunté, preocupada.

—Siéntate. ¿Quieres beber algo? —dijo Sole.

Aquello me escamó todavía más. Mi hermana nunca era tan detallista y atenta con sus invitados, y menos con aquellos con los que tenía absoluta confianza. Rechacé su ofrecimiento y me senté, mirando alternativamente a los tres.

—A ver, Lola —comenzó Sole. —Lo que te tenemos que decir no es fácil, pero queremos que sepas que estamos aquí para lo que necesites.

Desde el episodio con Óscar, Sole había interiorizado la importancia de cerrar filas en torno a una amiga o familiar. Se esforzaba en mostrar apoyo, pero no me pareció la mejor introducción. Estaba cada vez más nerviosa.

—Mira, el viernes por la noche, unos cuantos terminamos en La Alameda, como ya sabes.

—Sí —asentí.

—Estuvimos en un par de garitos o tres. Sofi y Javi se fueron, pero yo me quedé con Sergio, Ana y Toni, amigos de Javi. A última hora nos cerraron, no teníamos ganas de recogernos y Sergio nos dijo de ir de after a un sitio del polígono Calonge. Condujo Ana, que no había bebido.

Yo asentí, impaciente. No sabía adónde quería llegar Sole.

—Estando allí me encontré a Víctor —prosiguió, mirando a mi primo. —Y… estábamos en la puerta fumando cuando…

Sole se detuvo y suspiró. Mi impaciencia se incrementó.

—¿Cuando qué? —pregunté, en tono seco y apremiante.

—Cuando llegó David en su coche.

Mi hermana volvió a detenerse, y los tres se quedaron mirándome fijamente. Yo volví a mirarlos, escudriñando sus gestos, por si solo leyéndolos podía averiguar algo más de lo que tenían que decirme. No dije nada y esperé, así que Sole continuó.

—David no venía solo. Venía con… con una chavala.

Me quedé callada unos instantes, procesando la información, mientras ellos esperaban atentamente mi reacción.

—¿Qué chavala? —pregunté.

—No sé, yo no la conozco —contestó Sole.

—Yo tampoco sé quién es —intervino Víctor.

—Da igual, quien fuera —siguió Sole. —El caso es que… Nosotros estábamos fuera cuando ellos llegaron. No nos vieron. Aparcaron y se quedaron dentro del coche y, bueno, estaban…

Sole se interrumpió y agachó la cabeza. Me quedé mirándola, esperando que continuase, pero como no lo hizo, fui yo quien dijo:

—¿Se estaban liando?

Víctor y ella se miraron. Mi primo suspiró.

—Peor —dijo mi hermana.

Fruncí el ceño, confusa. Levanté las cejas esperando más información, pero ninguno de los tres dijo nada, así que, de nuevo, fue a mí a la que le tocó aventurar.

—¿Estaban follando? —pregunté, directa.

—Ehhh… —balbuceó Víctor.

—Estaban practicando sexo, sí —confirmó Sofi, que hasta el momento no había intervenido. —Ella le estaba chupando la polla.

Puse un gesto de disgusto y después cerré los ojos y me acaricié las sienes, intentando procesar lo que acababa de oír. Suspiré mientras mis primos y mi hermana me observaban.

—¿Y no sabéis quién era la chica? —pregunté al fin.

—Lola, da igual quién fuera la tía. Lo que te estamos diciendo es que tu novio es un cerdo y un cabrón. No es solo que no te respeta, sino que es un cani de mierda con muy mal gusto —dijo Sofi, sin paños calientes.

—¿Cómo era ella? —insistí.

Sofía puso los ojos en blanco.

—No sé, era morena, pelo rizado. No la vi bien, ella no se bajó del coche —aclaró Sole.

—¿Él os vio? —pregunté.

—Claro que nos vio —intervino Víctor. —Llegué y toqué la ventanilla. La tía se retiró y el se quedó con el nabo al aire. Prácticamente lo obligué a bajarse del coche.

—¿Lo hizo? ¿Se bajó?

—Casi que lo bajé yo. Lo cogí por el cuello y lo puse contra el coche. Él no dijo nada. Ni una palabra, vamos. Tu hermana le pegó una buena hostia, al muy cerdo.

Miré a Sole, que asintió.

—Pero él no te hizo nada, ¿no?

—Le toca un pelo y le dejo la boca como para no comer sólido en toda su puta vida —dijo Víctor.

Suspiré de nuevo.

—A ver, si pregunto cómo era ella es porque, hace unas semanas, una tía me dijo algo por la calle.

Los tres me miraron sorprendidos.

—¿Cómo? —preguntó Sofi.

—Fue en Viapol. Estaba en el bar de enfrente de Empresariales, que había quedado allí con un representante. El de Papeli, Sole, el que nos trae ahora el material de oficina. Estaba allí hablando con él y había un grupo de chavalas que no paraba de mirarme. Cuchicheaban entre ellas, y en algún momento me di cuenta de que una dijo: “Está mirando”. Yo no las conocía de nada.

—¿Había una morena con el pelo rizado? —preguntó mi hermana.

—Sí —confirmé. —Yo a esa tía ya la había visto antes, en la fiesta de Nochevieja. Yo me fui del cotillón y dejé a David allí con los amigos, y estaba ella también.

—¿Y qué te dijo? Has dicho que te dijo algo, ¿no? —preguntó Sofía.

—Ehhh… Sí, bueno. Cuando yo me despedí del representante, salí afuera. Estaba mirando el móvil y, cuando empecé a andar, alguien me gritó que tuviera cuidado con no enganchar los cuernos en un árbol.

Víctor resopló. Sofi achinó los ojos y negó con la cabeza, invadida por la mala leche. Sole me miraba con lástima.

—¿En serio? ¡Qué asco de tía, quillo! Qué vulgar y qué poca clase. Perfecta para él, vamos —protestó Sofía.

Apenas escuché los insultos de mi prima. Me quedé mirando al suelo, atando cabos y pensando en lo humillante que había sido escuchar aquello. En cómo tuve que volver a casa sola de la fiesta de Nochevieja, en lo tarde que volvió David, y también en que aquella mañana tuvo la desfachatez de intentar tener sexo conmigo. Posiblemente, después de haberlo tenido con ella.

Lamenté constatar lo poco que le importaba a David que, como me sugirió Paula, ni siquiera cuidaba mi integridad física ni se preocupaba de lo que yo pudiera sentir. No parecía sentirse mal al hacerme daño, ni a la cara ni por detrás. Ni siquiera había querido que nos fuéramos de vacaciones juntos aquel verano. O a lo mejor la culpa había sido mía por no insistir más y darle prioridad al hotel.

Rumiaba todos aquellos pensamientos mientras mis primos y mi hermana hablaban entre ellos, recordando otros desplantes y criticando a David. Empecé a llorar. Sole se sentó a mi lado y me abrazó.

—No merece ni una de tus lágrimas, Lola. Es un cabrón, un cabrón y un cerdo. Y feo pa to sus muertos —dijo mi hermana.

—No te merece, Lola. Vales muchísimo más que él —siguió Víctor.

—Por supuesto que sí. Que esto te sirva para abrir los ojos, prima. Ese es tío es un mierda, un cerdo y un cobarde —apostilló Sofi.

Yo no dije nada. Continué llorando pensando en los seis años tirados con David, en nuestros planes de boda (a la espera de que me lo pidiera) y en el piso que compartíamos en Viapol y que habíamos comprado juntos. ¿Qué pasaría ahora? La noticia fue un jarro de agua fría. Más que por los cuernos, que sin duda eran dolorosos, por las consecuencias de la infidelidad. Implicaba quedarme compuesta y sin novio, como se suele decir, y renunciar a la estabilidad que tenía con él y a los planes de futuro, incluyendo formar una familia.

—¿Esto puede quedar entre nosotros? —pregunté, entre sollozos. —No se lo digáis a nadie, por favor. Ni a Lara ni a Javi. Y menos aún a papá y mamá.

—Tranquila —dijo Sole.

Mi primo se despidió enseguida, pues había quedado con Cris, su novia. Antes de irse, se acuclilló delante de mí, me dio un abrazo y unos besos y me dijo:

—No llores, prima. Y lo que necesites aquí estamos, ¿eh? Yo que tú se lo diría a Lara. Seguro que te propone hacer algún viaje con ella y quitarte de aquí, o algo.

—No, no. No se lo digas, por favor.

—Vale, como quieras. Pero cuídate, prima. Y date a valer, que eres un cacho de tía, coño.

Estuve un rato más con Sofi y Sole. Las dos prosiguieron con su retahíla de actitudes y gestos que reprochar a David: que si cómo me hablaba, que si cómo me trataba, que si los desaires que le había hecho a la familia… A ninguna de las dos le caía bien mi novio, eso era evidente. Siempre intentaban cuidarse de compartir tan abiertamente lo que pensaban, pero la infidelidad abrió el grifo de la mierda y ahora las dos la salpicaban aquí y allá, utilizando los insultos más explícitos como lanzadera. Parecía que ellas necesitaban desahogarse más que yo, que simplemente las escuchaba de fondo, enfrascada en mis propios pensamientos.

—Me voy —dije al cabo de un rato.

—¿No te quieres quedar aquí? Él estará en el piso, ¿no? ¿Vas a hablar con él? —preguntó mi hermana.

—Sí. A ver qué me dice.

—¿Quieres que vayamos contigo? —preguntó Sofi.

—No, no. Ya os contaré.

Mi apartamento y el de Sole estaban a menos de 10 minutos andando. Mamá se puso especialmente contenta cuando mi hermana anunció que tenía intención de comprarse un piso tan cerca.

—Ay, mis niñas, qué bien, qué cerquita van a estar para darse compañía la una a la otra.

Pensar en ella me entristeció. Supuse que para ella sería una decepción que me quedara sin novio, cuando yo era la hija de la vida ordenada.

Cuando llegué al piso, David estaba viendo la televisión.

—Hola —saludó.

—Vengo de casa de Sole. He estado hablando con ella y con Víctor. Sofía también estaba —dije, sin devolver el saludo.

David apagó la televisión y suspiró.

—Te han contado lo del viernes, ¿no?

—Sí, me lo han contado.

Mi novio agachó la cabeza y comenzó a masajearse la nuca, sin saber qué decir.

—¿Quién es ella? Quiero decir, la tía que te la estaba chupando en el coche.

David me miró con sorpresa. No acostumbraba a que yo usara aquel tono, pero sabía que más le valía no decirme mentiras.

—Nadie. Una cualquiera con la que no tengo nada.

—Ya. Pues hace unas semanas me gritó en medio de la calle que tuviera cuidado con los cuernos.

Mi novio me miró sin dar crédito.

—¿En serio hizo eso? Qué asco de tía —dijo.

—¿Asco de tía? No te daba tanto asco el viernes, ¿no? Chupársela a un tío en un parking me parece asqueroso, sí, pero por los dos. Por ella y por ti, que encima tienes novia. ¿O no te acordabas?

—Lola, fue una tontería. Una gilipollez. Yo iba conduciendo, la tía me abrió la cremallera del vaquero y empezó a chupármela. Fue… una tontería.

—¿Qué hacías con ella?

—Nada. Es vecina del Gordo, se junta con nosotros de vez en cuando, ella y otras tías. Pero yo apenas tengo relación con ninguna. A algunas las conoces.

—Ella estaba en el cotillón de Nochevieja —dije.

—Pues no sé, pues a lo mejor estaba. Yo qué sé, no me acuerdo.

—Te la tiraste esa noche —afirmé.

David me miró con la boca abierta. No había preguntado, sino afirmado.

—¿Qué dices? ¡No! —negó él.

—Volviste tarde, me acuerdo. Muy tarde. Estuviste con ella.

—Que no, Lola, que yo solo la vi el otro día. Todos se querían recoger, nosotros no, así que fuimos al sitio ese. Yo ni siquiera quería, fue ella la que insistió.

—No me creo nada. No creo nada de lo que salga por tu boca porque eres un cabrón y un cerdo —dije, reproduciendo las palabras de Sole y de Sofía.

—Escúchame, Lola, por favor —dijo David, levantándose e intentando agarrarme las manos.

—¡Déjame! —grité. —Ni te atrevas a tocarme.

—Lola, por favor —prosiguió, retirándose. —Ha sido una gilipollez. Una cagada por mi parte. Pero oye, ni siquiera son cuernos. Es como… como irse de putas, ¿sabes?

Lo miré asqueada y sin dar crédito a lo que acababa de oír.

—A ver, quiero decir —continuó. —Muchos tíos se van de putas teniendo novia o estando casados, ¿sabes? Yo no, pero sé de muchos que sí. Eso no quiere decir que no quieran a sus mujeres. Solo que, de vez en cuando, buscan… algo más. Son necesidades que tiene el cuerpo, ¿sabes? Pero es solo follar.

No miraba a David. Miraba a un punto fijo del salón y negaba con la cabeza, cada vez con más ira y sintiéndome más humillada.

—¿Te parece bien que un hombre con pareja se vaya de putas?

—No, solo era un ejemplo. Lo que creo es que no hay que terminar un matrimonio o una relación que va bien, porque los dos se quieren, por una chupadita con una cualquiera.

—¿Ese es el respeto que le tienes a las mujeres? Hablas como si hubiera sido una muñeca hinchable con la que quitarte el calentón. Eres lo más asqueroso que me he echado a la cara, en serio. ¡Qué asco me das!

Salí del salón en dirección a la habitación para encerrarme en ella y llorar, pero David me siguió.

—Espera, Lola. Joder, lo siento. Perdóname, perdóname. Fue una tontería, una tontería, de verdad.

—No son tonterías, David. Ya son demasiadas cosas. No me estás diciendo la verdad, lo sé. Has estado más veces con ella, estoy segura. Y ya no es solo eso. Es la manera en que me tratas, cómo me hablas. Hace tiempo que esto no va bien.

—¿Qué dices? ¿Cómo te trato? Ya te han estado comiendo la cabeza Sole y Sofía, ¿no? No les caigo bien porque no les bailo el agua, punto. Ni te digo la fama que tiene tu hermana. Y la otra, ¿qué sabrá? Simplemente, odia a los hombres.

—Déjalas en paz. El problema no es de ellas, es tuyo.

—No soporto que vengan ahora de salvadoras, cuando lo que hacen es criticarte y hacerte el vacío.

—Eso no es verdad.

—¿Que no es verdad?

—Deja en paz a mi familia —repetí.

—¿Tu familia? Será que miran mucho por ti. Sole y Sofía te critican todo el tiempo. Y luego Lara, la famosa, la millonaria, que te tiene ahí, explotada en el hotel día y noche sin preguntar siquiera que cómo va.

—Eso tampoco es verdad —dije.

—¿Que no? ¿Cuántas horas echas allí? ¿Y cuántas echa ella? No miran por ti, Lola.

—Quien sí lo hace eres tú, ¿no? Que ni nos hemos ido de vacaciones juntos este verano.

—¿Y eso es culpa mía? Es el hotel ese, que te tiene absorbida.

—Es mi trabajo. Tú también le dedicas mucho tiempo al tuyo. He invertido muchísimo en él y quiero que salga bien.

—Sí, por no decepcionar a la gran Lara Martín, que pasa de ti.

—¡Te he dicho que dejes en paz a mi familia! —grité.

Lejos de sentirse disuadido por mis gritos, David siguió su martilleo.

—Lo que te quiero decir es que paso de que tus primas o tu hermana se metan en nuestra relación, como si ellas fueran ejemplo de nada. Que no malmetan entre nosotros, que, lo que tengamos que hablar, lo hablamos tú y yo.

—No tengo nada más que hablar contigo.

—Lola, joder, que fue una tontería.

Me levanté, harta de escucharle. Me fui a la otra habitación, la de invitados, y cerré el seguro detrás de mí. David llamó a la puerta, alterado.

—Lola. Lola, joder, abre la puerta. Lola, en serio.

No le hice caso. Me tumbé en la cama y lloré hasta que David se aburrió.

—Bueno, pues quédate ahí, ya saldrás.

Pero no salí. Me tumbé y me replegué sobre mí misma, llorando y pensando en todas las cosas que me había dicho David. Resonaban en mi cabeza sus palabras: “Es como irse de putas”. Sabía lo que pensarían Sara y las chicas de aquello.

A la mañana siguiente, me desperté con dolor de cabeza. No quería salir de la habitación, así que me quedé en silencio hasta que oyera a David marcharse. Todavía no se escuchaba ruido, pero al poco entró luz por debajo de la puerta. Lo escuché al levantarse, al dirigirse al baño y al abrir el ropero. Después salió al pasillo. Oí unos pasos breves, pues se detuvo en la puerta de la habitación en la que yo me encontraba. Tocó suavemente y dijo:

—¿Lola? Lola, ¿puedes abrir? —preguntó, y acto seguido dio nuevos toques en la puerta.

Me esforcé por no emitir un solo ruido, ni siquiera moverme, y él desistió. Escuché sus pasos hacia la cocina, pero no la puerta de entrada. Me extrañó, porque él no solía desayunar en casa. Por las mañanas tardaba menos de 20 minutos en levantarse, lavarse la cara y vestirse, y casi siempre desayunaba un simple café en el bar de abajo. Hasta las 11 h no paraba para hacer la media mañana.

Volví a oír sus pasos por el pasillo y luego escuché algo deslizarse por debajo de la puerta. Era un trozo de papel. Estuve tentada de ir a recogerlo, pero no quería hacer ruido hasta que David se marchara. Finalmente, lo sentí salir, esperé cinco minutos y me levanté de la cama para recoger el papel del suelo.

“Perdóname por favor. Fue una tontería yo ni siquiera quería. Haré lo que sea porque me perdones te lo juro. Te amo con todo mi corazón mi vida”.

Me costó leer, porque David no tenía la costumbre de escribir ni una sola coma, menos aún una tilde, pero, en cierto modo, el mensaje me enterneció. Mi novio era bruto y elemental, pero sabía que me quería. No sería la primera vez que un hombre le pone los cuernos a la mujer a la que de verdad quiere, en eso tenía razón, porque aquello formaba parte de su propia naturaleza. Pensaba que los hombres eran infieles por biología y que incluso los más formales ponían los cuernos alguna vez.

Había dedicado mucho tiempo a pensar en David y en nuestra relación durante la noche y la tarde del día anterior, y decidí que ya estaba bien. Tratando de mantener la mente despejada y de que la decepción no me sumiera por completo en las sombras, quise centrarme en el hotel. Era también una pequeña venganza personal: David creía que el hotel me absorbía, pero ahora lo iba a hacer de verdad.

Aquel año saboreábamos la mieles del éxito en el Muy Sur, en parte por la publicidad de las televisiones que habían hecho reportajes sobre la familia de Lara allí. Dar a los huéspedes la posibilidad de vivir los éxitos de mi prima con nosotros, como si también fueran parte de nuestro clan, generó cientos de comentarios positivos:

“El hotel está bien situado y es muy acogedor, al igual que la familia que lo gestiona, la de los Martín”.

“Es el hotel de la tenista Lara Martín y lo lleva su familia. Vimos con ellos la final de Wimbledon en el mismo hotel, y son todos muy amables”.

“Un hotel genial y Lola, la directora, es un amor”.

Javi, como responsable de marketing y publicidad corporativa, vio la oportunidad de vender un concepto nuevo: un hotel grande y con todas las comodidades, pero con un ambiente cálido y familiar. Estaba plenamente satisfecha con su gestión de la comunidad online y, en parte por su trabajo, en parte por el éxito de Lara, el fin de semana de la final del US Open logramos hacer un lleno. Además, tras hacer pública su relación con Harry Cross, las apariciones en los medios y el caché de mi prima se habían disparado.

Fue un año muy bueno para los negocios familiares en Sevilla, pero a finales de septiembre tuvimos que gestionar una posible crisis en el Muy Sur. Yo había previsto todos los posibles escenarios de un problema de reputación con Javi, y creíamos tener una respuesta para prácticamente cualquier situación. Sin embargo, lo que ocurrió superó con creces cualquier episodio ficticio que yo me hubiera imaginado, por inverosímil que pareciera.

Unos días después de mi discusión con David, yo continuaba sin hablarle. Él me había dejado decenas de mensajes parecidos a los de aquella nota que me deslizó por debajo de la puerta, pero yo no le había contestado a ninguna. Seguía durmiendo en el cuarto de invitados y apenas me cruzaba con él. Del hotel me iba casi siempre a casa de Sole, estuviera ella o no.

—Tienes la llave. Entra cuando quieras —me dijo mi hermana.

Me pasaba las tardes y las noches allí, a veces también en el piso de Sofía en la Macarena, hasta que calculaba la hora en la que David se habría acostado. Siempre se iba a la cama temprano.

Eran las 2 h de la mañana de un lunes y yo estaba durmiendo en la habitación de invitados, como había hecho la última semana. Fue entonces cuando recibí la llamada de Jessi, la chica que hacía el turno de noche en la recepción. Le tenía dicho a todo el personal que, si se trataba de algo urgente, me llamasen sin importar la hora que fuera. Me vibró la cabeza sobre la almohada, porque debajo de esta tenía el móvil, y el corazón me dio un vuelco cuando vi que la llamada provenía del hotel. Respondí de inmediato.

—¿Sí?

—Lola, soy Jessi. Perdona que te moleste a estas horas, pero ha pasado algo. Ha habido un accidente, una chica se ha cortado. Está aquí la ambulancia.

—¿Que se ha cortado? —pregunté sin comprender. —Que se ha cortado, ¿cómo?

—Se ha rajado una mesa justo cuando ella estaba encima.

Me quedé atónita, sin habla. Miles de preguntas se me atragantaban en la garganta, pero en vez de retener más tiempo a Jessi al teléfono, decidí presentarme allí.

—Voy para allá —dije, decidida.

Me puse el mismo pantalón, camisa y blazer que había llevado el día anterior, lo primero que pillé para evitar entrar en el cuarto donde dormía David. Desde mi apartamento en Viapol al hotel, en la avenida de la Borbolla, no hay ni 15 minutos andando. Completaba todas las mañanas un paseo tranquilo hasta allí, pero aquella madrugada tardé la mitad del tiempo en cubrir la distancia. Alcancé a ver la ambulancia en la puerta. Acababan de subir a una chica en camilla, pero no pude verla bien. Cerraron la puerta justo detrás y salieron pitando. Me tranquilizaba saber que estarían en el hospital Virgen del Rocío en solo unos minutos.

Al entrar, la recepción era un caos. Jessi hablaba con dos policías locales, había inquilinos despiertos y en pijama hablando con un chico de seguridad y alguien con bata blanca tomaba notas en un bloc. No sabía a quién acudir primero, y casi sin pensarlo me dirigí a Jessi. Le toqué un hombro para tranquilizarla, pues se la veía sobrepasada.

Uno a uno, logré disolver todos los grupos. Me detuve especialmente en el de los huéspedes, con el que lidiaba Pepe, uno de los chicos de seguridad que hacía turno de noche. Un hombre de mediana edad elevaba el tono y gesticulaba a solo unos centímetros de su cara. Una mujer permanecía a su lado, con gesto de enfado, y un tercer hombre presenciaba la escena en silencio unos pasos por detrás. Me presenté y, viendo que alguien se hacía cargo de la situación, los huéspedes se tranquilizaron casi de inmediato.

—Pueden retirarse a descansar, está todo bajo control —dije. —¿Necesitan que llevemos algo a sus habitaciones?

Los huéspedes rehusaron. Estaban a punto de seguir mi sugerencia y retirarse cuando dije:

—Mañana estarán cansados, no tienen que bajar al desayuno antes de las 10 h si no quieren, pueden hacerlo más tarde. Díganle a la recepcionista sus nombres y número de habitaciones, que descontaremos el desayuno de la cuenta. Por las molestias.

Los tres se retiraron aparentemente satisfechos.

Con la recepción ya despejada, me dirigí a Jessi. Comenzó a llorar en cuanto nuestras miradas se cruzaron. Los nervios acumulados se resolvieron con lágrimas, y entre ella y Pepe me contaron qué había pasado. Pepe estaba en la habitación de las cámaras cuando le llamó la atención un chico que corría a toda velocidad por un pasillo, llevando solo una toalla para cubrir sus partes íntimas, y parecía que estaba gritando.

—Vi que venía a la recepción y me pareció que tenía sangre en las manos, así que me levanté –me explicó.

—Llegó aquí gritando. “Socorro, socorro, mi novia, mi novia” —continuó Jessi.

Jessi salió corriendo tras él y lo siguió hasta la habitación. La joven, entre sollozos, siguió explicando.

—Al llegar, ella estaba tirada en el suelo sobre un montón de cristales rotos, desnuda y llorando. Hay sangre por todas partes, parece aquello un matadero. Cuando la vi, se me cayó el alma a los pies.

—Madre mía. Llevadme a la habitación, por favor.

Jessi y Pepe obedecieron y me acompañaron hasta la 221. Fue ella quien usó la llave maestra para abrir, y yo casi no pude contener un grito de espanto cuando entré, seguida por los empleados.

—Madre del amor hermoso —dije.

La habitación parecía la escena de un crimen. Todas las del hotel tenían un escritorio de cristal pegado a la pared, apoyado en una sola pata. Al equipo de decoración y a mí misma nos pareció que tenía un corte vanguardista, y lo cierto es que estéticamente quedaba muy bien. Pero, en la 221, el cristal estaba hecho añicos en el suelo, pegados entre sí por una capa de sangre roja aún fresca.

—Por Dios santo —exclamé de nuevo. —¿Cómo ha podido pasar esto?

—El chico le ha explicado a la enfermera que estaban teniendo relaciones sexuales. Todo pasó muy rápido. Cuando se quiso dar cuenta, su novia estaba en el suelo, con el culo y las piernas llenas de cortes, y quién sabe qué más. A saber si no se le ha atravesado un cristal ahí.

Un escalofrío me subió por la espalda desde mi zona íntima, como si hubiera sido yo la víctima.

—Dios, calla. Esperemos que no —dije.

—Yo, de verdad, no sé lo que estaban haciendo. El chico se cortó las manos, no sé si al ayudarla o al momento de romperse el cristal. O ella tenía las manos apoyadas en la mesa y él le estaba dando por detrás, o ella estaba sentada sobre el cristal mientras él le daba por delante.

Al desarrollar sus teorías, Pepe adoptó posiciones y realizó movimientos para ilustrar el relato. Yo me había quedado sin habla, y me estaban pareciendo frívolas las cavilaciones de Pepe en aquel momento.

Las cuestiones legales del hotel las llevaba un bufete con el que me puse en contacto al día siguiente a primera hora.

—Si quieren responsabilizar al hotel, tendrán que probar que fuisteis vosotros quienes actuasteis de manera negligente, y no creo que sea el caso, por lo que me cuentas —me comunicó el abogado.

—¿Pueden denunciar? —pregunté.

—Como poder, pueden. Si lo hacen, habría que tomar acción.

Javi y yo estuvimos de acuerdo en que había que evitar que la chica denunciara. Lo mejor era tender la mano a la pareja para evitar que iniciaran trámites legales, lo que podría haber trascendido más allá de las paredes del hotel. Justo al día siguiente por la mañana, mi primo y yo visitamos a la pareja en el hospital Virgen del Rocío.

La chica estaba dolorida, pero bien. La habían cosido por todas partes y las curas la obligaban a permanecer ingresada, no sabía por cuanto tiempo. Estaba intentando tramitar la baja en su trabajo en Toledo, de donde eran ambos.

—¿Podemos ayudarte en algo? Si tiene que venir tu familia, se pueden quedar en el hotel sin coste alguno el tiempo que necesiten —dije.

—Gracias, muchas gracias. No he informado a mi familia, la verdad. Mi padre es un hombre muy tradicional y no quiero, ni por asomo, que se entere de que lo ha pasado. Le he dicho que me voy a quedar unos días más por cosas del trabajo y ya está.

Tanto él como ella eran amables y no dieron visos de querer emprenderla con el hotel en ningún momento. Nos estábamos despidiendo con la promesa de volver en un par de días, cuando él, medio en broma medio en serio, nos dijo:

—¿No sois familiares de Lara Martín? A ver si viene de visita también para la próxima.

Javi y yo reímos y nos despedimos. Se me pasaron por la cabeza las palabras de David, cuando acusó a Lara de dejadez y de tenerme sola al frente del hotel. No sé si fue eso lo que me llevó a hablar con ella, pero estaba segura de que, si aquellas palabras no me hubieran afectado, no la habría llamado. Lo hice.

—Ostras, ¿en serio? Madre mía, Lola —dijo Lara cuando se lo conté.

Le relaté los pormenores, incluyendo mi preocupación por que denunciasen y la petición que me había hecho el chico entre risas.

—Voy a Sevilla pasado mañana. Tengo unos días de descanso y Harry estará rodando en Gales. ¿Estarán ahí por entonces?

—Yo creo que sí.

Mi prima había entendido mi preocupación y lo primero que hizo cuando llegó a Sevilla, antes siquiera de ver a su familia, fue visitar a la pareja en el hospital. Yo la acompañé. Ninguno de los dos daban crédito cuando la vieron. Estaban cortados, con la sonrisa tonta que se nos pone cuando vemos a nuestros ídolos o a la persona que nos gusta. Lara firmó autógrafos, se hizo selfies y se llevó media hora hablando con ellos, contestando preguntas aleatorias sobre su carrera y su vida personal. Algunas fueron un poco intrusivas, pero Lara las resolvió bien. La chica recibió el alta a los pocos días y no solo no denunció, sino que escribió una reseña muy favorable y me regaló un ramo de rosas que ella misma trajo al hotel.

La mañana que Lara y yo estuvimos en el hospital, aprovechamos para desayunar juntas, a solas. Queríamos ponernos al día de todo antes de que Sole llegara arrasando, recriminándole que aún no hubiera traído a su novio de visita y cosiéndola a preguntas sobre su relación. Yo no le conté nada de David. Hicimos planes aquellos días, incluyendo el cumpleaños de Sole, y entre la presencia de Lara y el trabajo en el hotel logré desconectar de mi situación sentimental. Solo sus referencias a Harry me hacían pensar en mi relación.

—Él es muy atento conmigo, se preocupa por mí. Quiere que esté bien, me hace sentir bien. Es muy dulce y muy cariñoso.

A mi prima se la veía enamorada de un hombre increíble que, además, la correspondía. Pero ella era Lara Martín, probablemente la mujer más brillante del mundo. Ella podía aspirar a tener a un hombre como Harry, pero yo no era tan inteligente, carismática, exitosa ni atractiva. Quizás yo tenía que reconocer que, para ser feliz en una relación, no tenía que exigirle mucho a la otra parte.

Me sumía de nuevo en la melancolía después de la marcha de Lara, y rumiaba esos pensamientos de que no merecía más cuando me llegó otro mensaje de David:

“Ya sé que no vas a perdonarme y no me lo merezco. Pero quiero que sepas que te quiero y que te voy a esperar siempre. Ninguna de las tías a las que he conocido, conozco o conoceré te llegan a la suela de los zapatos”.