Lorena está en Sex Channel
Lorena ni siquiera sospecha todo lo que va a desencadenar un vídeo inocente, de menos de medio minuto y grabado por alguien de su entera confianza. Hasta que, un día, un amigo insiste en ir a su casa para contarle algo y conoce la existencia de Sex Channel…
4/3/20248 min read
Lorena casi no tiene espacio entre Isaac y la pared. Se sentía presa en un sentido figurado, presa del deseo, pero ahora lo está literalmente. Su cuerpo está algo inclinado hacia delante y trata de mantener el equilibrio, apoyando sus manos sobre la pared. Cada vez le cuesta más porque su chico la está embistiendo analmente con un brío creciente, buscando una culminación que parece a punto. Ahora, en cada golpe de pelvis, el pubis y los huesos de la cadera de Lorena chocan contra la pared. Y ella, con la cara pegada al papel pintado, casi nota la vibración.
Él la sujetaba por la cintura, pero en algún momento le han podido las ansias y le ha pegado el pecho a la espalda. Lorena ve su espacio tan reducido que teme terminar formando parte del estampado de la pared, pero le está gustando. Él jadea en su oído, de forma irregular y agitada, pero casi acompasada a sus propios gemidos. “Mmm… Ohhh”. Sabe, después de seis años, cuándo Isaac está a punto. Los sonidos que emite entonces le anuncian que enseguida terminará su encierro momentáneo o, de lo contrario, se producirá una fusión de cuerpos.
—Lorena… Lorena, me corro ya… Uf…
Unos segundos permanece tomando aliento en su cuello mientras ella retiene cada una de las sensaciones: la presión en su trasero, la bajada de intensidad, su respiración, el roce de las manos sobre la piel y la textura fría del suelo, que parece que va desaparecer de debajo de sus pies.
—¿Bien? —pregunta él en cuanto recupera el aire.
Ella se vuelve, rodea su cuello con las manos y lo empuja hasta una cama que, hasta entonces, solo ha sido parte del decorado. Ambos se colocan de costado y se besan, cómplices, tras otro excelso momento de intimidad.
Hace unos meses que Lorena e Isaac se propusieron innovar en el sexo para mantener prendida la chispa. Ya pueden poner un tic verde en otra de sus ideas geniales: la de tener sexo contra la pared.
—¿Y si un día nos grabamos? —pregunta Isaac cuando los dos están aún sobre la cama.
—Mmm… No sé… —contesta ella, reticente.
Isaac sonríe. Acaba de tener una idea. Busca su móvil en la mesita de noche, abre la aplicación de la cámara y comienza a grabar a su chica.
—¡Guau! Cómo le gustas a la cámara, nena. Casi tanto como a mí —dice, tan metido en el papel de director de erótica casera que Lorena ríe.
Retira el pelo de la cara de su chica y susurra.
—Qué guapa eres. Eres preciosa. Gírate.
Ella sigue el juego de su novio, se gira para quedar bocarriba y apoya los antebrazos sobre el colchón. Él acaricia su piel desde el escote hasta llegar al pezón, mientras la cámara, sujeta en la otra mano, sigue de cerca el movimiento.
—Estás increíble. Buf, te comería cada día, cariño.
Un leve pellizco en el pezón y, después, los dedos de Isaac abandonan los pechos de su chica para incursionar hasta la zona genital, poco a poco. Pero, a la altura del pubis, Lorena se tapa y le pide que pare.
—Déjate de rollos, anda.
Él, sin discutir, bloquea el móvil, sonríe y se vuelve a tumbar a su lado.
Lorena apenas se acuerda de aquel episodio cuando, unos nueve meses después, un buen amigo la llama por teléfono. Le pide pasar por su casa, que le tiene que decir algo importante, y ella, extrañada y algo asustada, no puede mas que acceder.
—Lore, lo que te voy a decir es fuerte. Quiero que sepas que te apoyo en todo y te ayudaré en lo que necesites.
—¡Por Dios, Gabi, dime! ¡Me estás asustando!
Su amigo suspira.
—Hay un vídeo sexual tuyo en Sex Channel.
Lorena no sabe ni por dónde empezar a procesar la información. De todo lo que había imaginado que querría comunicarle su amigo, esto no lo vio venir. Está tan sobrepasada que solo balbucea.
—¿Cómo? ¿Un vídeo cómo? ¿Qué dices? Yo nunca…
Gabi amplía detalles.
—Sex Channel es una web con contenido porno de todo tipo. Hay desde porno de productoras consolidadas a sexo casero y… vídeos robados. Chicas haciendo top-less en las playas y cosas así. Anoche me encontré un vídeo en el que salías tú. Te vi en la previsualización, me pareciste y... Lo siento, no me siento orgulloso de entrar en páginas así. Y menos después de esto.
Unos instantes de negación con la cabeza y palabras inconexas, y luego Lorena se tapa la cara y llora hasta vaciarse el aire. Gabi se acerca a ella y le acaricia la espalda, intentando consolarla con nulos resultados. Cuando minutos después ella puede volver a articular palabra, un silabeo apenas, pregunta.
—¿Qué es lo que aparece en el vídeo?
—Pues… Alguien te graba desnuda en la cama, tú sonríes. Se corta al llegar a la parte de abajo, eso no se te ve. No reconozco la voz, él solo susurra.
Mientras centra una atención exhaustiva a cada palabra de Gabi, la cabeza de Lorena logra identificar el momento exacto entre millones de piezas de información. Al fin, desbloquea el recuerdo.
—Hijo de la gran puta. ¡HIJO DE LA GRAN PUTA! —grita. —¡Ha sido mi ex! Enséñame el vídeo.
Aunque reticente, Gabi hace lo que le pide. Lorena ve exactamente dos segundos del clip, que dura 28 en total. Tiene la información que necesita y alguna otra muy preocupante, como que se subió hace ya un mes y cuenta con 900.000 visualizaciones. Casi un millón de veces las que ha sido observado su cuerpo desnudo, en primer plano, sin su consentimiento. Se siente humillada y violentada, vulnerable, frustrada y triste. Pero también siente una ira descomunal que sabe exactamente en quién va a descargar.
Por eso sale con precipitación de su apartamento, seguida por Gabi, que le pregunta en vano a dónde va. No quiere dejarla sola, así que ocupa el asiento del copiloto cuando ella ya está arrancando su coche. Ella conduce y aparca en la puerta del restaurante donde trabaja su ex. Dos horas después, dos horas llenas de llanto y miles de preguntas sobre cómo actuar, lo ven salir, solo.
Lorena se dirige a él con decisión y le da un empujón que hace que se trastabille, mientras le grita improperios de toda clase. No hay transeúntes en la calle a esas horas, así que nadie se detiene a observar la escena, pero los gritos han llamado la atención de vecinos, que miran por la ventana.
—Has subido el vídeo que me grabaste a una web porno, ¿verdad, hijo de la gran puta? ¡No te atrevas a decir que no!
Isaac no lo hace. Parece tan sorprendido como ella cuando lo supo.
—Yo no… Yo no he…
Ella le deja espacio, sin dejar de llorar ni de mirarlo con desprecio.
—Lore, yo no he subido nada tuyo a Internet, te lo juro. Ni siquiera he hablado de ti desde que lo dejamos, ¡con nadie! ¿Cómo puedes pensarlo siquiera? ¡Terminamos bien!
—¿Entonces cómo es que está en Internet el vídeo que TÚ me grabaste desde TU propio móvil? —grita ella, poniendo énfasis en el pronombre y en el posesivo.
—Alguien me lo habrá cogido. No sé, cualquier noche de borrachera en mi casa, que me quedara dormido en el sofá, o…
Isaac no atina a decir nada más porque Lorena le propina una patada en los huevos con la fuerza que emplea en sus clases de strong fitness. Gabi se ha contenido de rematarlo con un puñetazo que le desmonte la nariz, porque está tirado en el suelo, casi sin aire. Cree que ha tenido suficiente. Ambos se montan en el coche y se van, dejándolo tirado en la acera con las manos en la entrepierna.
Lorena comienza un periplo de trámites legales, terapia y ayuda de amigos y familiares que le cuestan horas de llanto, más frustración, más sensación de vulnerabilidad y un serio deterioro de su confianza para las relaciones sexo-afectivas. También de su propia autoestima. Se siente vulnerable y expuesta. Se siente vulnerada. Le cuesta dormir por las noches. Imagina todo tipo de escenarios en los que el vídeo puede salir a la luz y las cientos de maneras en que podría perjudicarla. Plantea decenas de posibilidades distintas en su cabeza a lo que sucedió aquel día: que ella le hubiera quitado el móvil sin dejarle abrir la cámara, que se hubiera tapado, que hubiera salido de la habitación o que le hubiera obligado a borrar el clip. Cualquier cosa hubiera sido mejor que no hacer nada, algo que motiva que la atormente la culpa. Llora hasta que su cuerpo no puede más y se duerme.
Cada pequeño hito que celebra trae un nuevo revés. A petición suya, pero con insistencia y amenazas de acciones legales, la web retira el vídeo, pero lo descubre semanas después en una cuenta de Twitter. Lo peor no es sentir que nunca se acaba, sino la sensación de estar marcada para siempre. Tiene miedo al reconocimiento y al juicio social.
Cuatro meses después de aquel episodio, Lorena se está tomando una cerveza en la barra de un bar, mientras espera a una amiga. Alguien se aposta a su lado para pedir, presuntamente, pero se ha pegado tanto y la mira con tal intensidad que la está intimidando.
—Por favor, ¿te importa moverte un poco y respetar mi espacio? —le pide.
El chico borra la sonrisa de inmediato.
—Vaya. Me mola más tu versión sin ropa.
A Lorena, otra vez, se le aposta un nudo en la garganta. ¿Es que esa pesadilla la va a atormentar siempre? Invadida por la congoja, mira en la dirección en la que se ha ido el chico y lo avista en una mesa con otra persona, una chica que está de espaldas y que, seguramente, no ha visto nada de lo que acaba de ocurrir. Aprieta los dientes. Otra vez se le colman las entrañas de ira.
No lo piensa. Se levanta y se dirige a donde ellos están.
—Hola, soy Lorena —se presenta, sin que a ellos les dé tiempo siquiera a interrumpir su conversación. —¿Es este tu novio? —pregunta a la chica.
—Ehhh… Bueno… —tartamudea la interrogada.
—Ya, no lo habéis hablado. Puede que esta sea tu segunda o tu tercera cita, ¿no?
La chica está tan sorprendida por esa intromisión repentina que no responde, así que Lorena aprovecha la ocasión y recita sin pausa alguna:
—Hace más de cuatro meses que alguien subió un vídeo mío a Sex Channel sin mi consentimiento, una web porno. Llevo todo este tiempo haciendo una cruzada contra webs y plataformas para que lo retiren, sintiendo vergüenza y asco, y sabiendo que nadie se va a hacer cargo de la vulneración de derechos que he sufrido o del dineral que llevo gastado en terapia. Por si no lo sabías, al tipo con el que estás le gusta ver ese tipo de vídeos. Y, además, ha tenido la desfachatez de venir a la barra y decirme que le gusto más sin ropa. Para lo que sepas.
Dicho esto, se retira. Ni siquiera está nerviosa, al contrario, se siente liberada. No teme una reacción ni de ella ni de él. Es hora de cambiar de estrategia y asumir el control. Dejar de esperar que el vídeo desaparezca o que pase el tiempo y nadie la reconozca, como si de eso dependiera su honor y su dignidad. Porque tiene más que cualquiera de los cerdos que filtran vídeos de ese tipo.
Cuando minutos después observa a la chica abandonar el local, sola, saborea su pequeño triunfo. No sabe si la ha creído o no, pero sí que ha sembrado en ella una duda que, probablemente, a la larga, germine en empatía y autocuidados. Se gira hacia la mesa, donde el chico que la increpó se ha quedado solo. Levanta la cerveza y se bebe un trago a su salud.

