Mi toto parece un sapo
A Kati se le ha desbloqueado una nueva inseguridad y ahora su papo le parece feo como un sapo. El examen pormenorizado a los pepes de sus amigas no ayuda, pero quizás sí lo haga Alma, la auxiliar de la clínica estética en la que se presenta pocos días después… [ÚLTIMO DE LA TEMPORADA]
5/29/20246 min read
A Kati le acaba de llamar la atención un titular: “Aumentan los casos de cirugía íntima femenina”. “¿Cómo? ¿Que también hay cirugía estética para el pepe?”, piensa. Después pasa toda una hora buscando información y fotos, viendo vulvas reales o ilustradas de todas las formas y tamaños. El momento clave de su búsqueda es cuando se abre de piernas y examina su zona genital ante el espejo con aumento del baño. Quiere comprobar si su vulva es más parecida a las fotos del antes que a las del después. Nueva inseguridad desbloqueada.
Kati da el visto bueno a sus labios mayores. Tal vez necesita un buen depilado y, quizás, la zona está muy marrón en comparación al tono del resto de la piel, pero son dos almohaditas de carne gruesas simétricas. Hasta ahí, todo bien. El capuchón del clítoris le resulta excesivo, pero nada comparable a sus labios menores. Uno de ellos le parece enorme. Le cuelga como una cortina de ducha hecha de carne y casi no deja ver nada más allá. Tiene que escarbar entre retales de piel para ver lo que intuye que es la uretra, además de la abertura vaginal.
Por si uno no fuera lo bastante grande, el otro es aún mayor. Kati se pregunta cómo la han podido penetrar con normalidad hasta el momento, sin que esos desproporcionados labios hicieran de obstáculo natural y se cerraran en torno a una polla como una planta carnívora. No hay simetría ni hay concierto alguno de tonalidades: blancuras, rojeces, marrones…
—¡Dios, qué asco! ¡Mi chocho parece un sapo!
Está tan rayada que el viernes por la noche, en el encuentro semanal de su aquelarre, lo comenta. Se trata de sus mejores amigas: Carla, Yesi y Olga. Y, con la primera copa de vino, Kati lo suelta:
—¿Sabíais que la cirugía estética del chocho ha aumentado mucho en los últimos años? —dice.
—Algo he leído, sí. Madre mía, otra cosa más con la que presionarnos. Ahora resulta que nuestros coños tampoco están bien —protesta Carla.
—El mío es muy bonito —dice Olga.
—Pues el mío es feísimo, ¡feísimo! Me lo estuve examinando el otro día y, ¡uf! Me estoy pensando someterme a una de esas cirugías.
—Tía, ¿qué dices? —interviene Yesi. —Será como todos, ¿no?
—No sé, yo digo que el mío es feo y esta dice que el suyo es bonito —se indigna Kati, aludiendo a Olga.
Para cuando se ha terminado la copa de vino, Kati se ha cansado de dar explicaciones sobre cómo es su vulva.
—¿Me lo queréis ver? —pregunta.
—Sí —responden al unísono las otras tres.
Ella ríe.
—Vale, pero yo quiero ver los vuestros también.
Así que las chicas van al baño, se limpian con una toallita y vuelven al salón para mostrar sus intimidades, consintiendo el examen visual pormenorizado de las amigas. Se desprenden de las partes de abajo y la ropa interior y se sientan en círculo, como en toda buena reunión de aquelarre. Las cuatro tienen las piernas abiertas, la zona íntima al alcance de la vista y despejada de muslos protectores. Y en esos primeros segundos de observación, Kati ya nota que su chocho acapara más miradas que los demás.
—Tía, pues tenías razón, es feo. El tuyo, Olga, es muy bonito —suelta Yesi, sin tacto alguno.
Olga tiene una vulva rosada, depilada al estilo brasileño, con unos labios mayores con el tamaño justo y completamente iguales, enmarcando unos labios menores que no sobresalen nada. Quizás las de Yesi y Carla no pasarían los filtros de un catálogo de vulvas modelo, pero tampoco tienen las asimetrías ni salientes del de Kati. Ella se levanta y se viste, angustiada.
—Lo sabía, ¡joder!
Carla la sigue.
—Kati, tía, no te rayes por esto, en serio. Es un chocho, ¡punto! Cumple bien su función, que es lo importante, ¡no tiene que ser bonito!
—Mientras no estés pensando en abrirte un Only Fans, todo bien —espeta Yesi, mordaz.
—Ese es el problema, joder —sigue Carla. —¡Se nos ve como mero objeto de consumo! Te dediques a lo que te dediques, tenemos que ser perfectas de principio a fin.
Kati ya no escucha. Se ha bebido de un trago su tercera copa de vino y, sobre la marcha, sin pensarlo, ha agendado una cita en la web de una clínica estética especializada.
—Estás loca —sentencia Carla.
Tiene la cita al martes siguiente. Aún no sabe si quiere hacerse una cirugía o no, pero necesita una opinión profesional sobre el aspecto de su vulva. Se siente con criterio como para intuir si se muestran sinceros o solo persuasivos.
El doctor Galán le ha relatado todo lo que está mal en su zona genital. Le ha dicho que haría falta una labioplastia de reducción, una lipoescultura láser en el monte de Venus y un blanqueamiento vulvar. Si lo hace, la clínica le regalaría también el blanqueamiento anal, ¡qué generosos! Y, dado que está en edad de merecer, quizás le interese también hacerse una ampliación de la zona G. “Madre mía, ¿hasta eso pueden hacer?”, piensa Kati.
Pese a la retahíla de imperfecciones con la que la acaban de coser, Kati no se va triste. Y no se debe a que el doctor haya tenido la deferencia de usar un tono neutro, al menos. Se debe a la auxiliar. Alma, se llama. Se lo dijo al entrar, justo al tiempo que le dedicaba una sonrisa preciosa. Kati juraría que Alma le ha trasladado una mirada cómplice mientras el doctor repasaba todas sus taras vulvares. Solo con los ojos le ha dicho seis palabras: “No hagas caso a este imbécil”.
Kati ha revisado las publicaciones en redes sociales de los últimos tres años de la clínica nada más salir de allí. En 2021 dedicaron un post a la presentación de la nueva integrante del equipo, Alma Durán, a la que Kati tarda dos segundos en encontrar en Instagram. Le escribe:
—Hola, guapa. No quería ponerte en un compromiso, pero acabo de estar en la clínica y quería preguntarte si de verdad merece la pena operarse. Soy Kati.
Alma le contesta un par de horas más tarde y, para alegría de Kati, recoge el guante.
—Hay mucho que contar. Si quieres, nos tomamos algo y me explayo cuanto quieras.
Así que Kati la invita a unas tapas con vino en casa a la noche siguiente.
Alma le pareció sexy con la trenza de raíz en la que había recogido su pelo moreno el día antes. La austeridad de una bata blanca impoluta resaltaba su tez morena y sus preciosos ojos marrones. Pero, al verla llegar con su pelo suelto a la altura del hombro y sus vaqueros ceñidos, a Kati se le ha concentrado el calor en ese chocho-sapo que cree que tiene.
Su invitada no ha escatimado en opiniones sobre la clínica y el equipo con el que trabaja, ni las buenas ni las malas. El vino le ha soltado la lengua y ya no dice “vulva” o “zona genital”, sino “coño” y “chocho”. Ha confesado que la clínica le parece un agente creador de inseguridades. Está harta de encontrarse con mujeres con complejos creados de la nada y propensas a ser desplumadas por sentirse menos válidas. Como Kati, quien, por cierto, tiene un chocho precioso.
Su anfitriona se ha quedado embobada con el alegato y con su confesión final, la de lo bonita que le parece su vulva. Lo ha dicho casi susurrando y mirándola a los ojos, los que aún no ha apartado. Así que Kati solo ha podido decir:
—¿A ti te gusta?
Y Alma, lejos de sentirse incómoda, ha contestado:
—Los coños, como los vinos, hay que catarlos primero para saber si le gustan a una.
Y, después de tal declaración de intenciones, la auxiliar le ha arrancado la ropa y ahora se está llenando la boca con el chocho presuntamente feo de Kati. Le abre los labios como una flor, los atrapa con su boca, los besa y los lame. Juega con la lengua sobre el clítoris, acaricia el pubis con la nariz y, cuando Kati cree que no puede más, siente dos dedos penetrar la vagina y moverse dentro de ella. Si no estuviera secuestrada por su propio placer, tampoco tendría que preocuparse por la diferencia de tonalidades de su vulva, que ahora brilla cubierta de sus propios jugos mezclados con la saliva de Alma.
Ella se convence de lo mucho que le gusta el coño de Kati al recrearse con la mirada en sus espasmos cuando alcanza el orgasmo. Observa de cerca la belleza del baile de contracciones en esa vulva preciosa, de la que sobresale un clítoris rebelde que se ha crecido, ufano, ante los golpes de dedos y lengua. Y, de fondo, los jadeos de su portadora.
Kati recupera el aliento.
—Desnúdate, ¿no? —le pide. —Te lo quiero hacer yo a ti.
Alma obedece con una sonrisa pícara. Se quita la ropa entre lo juguetona y lo elegante mientras Kati, con la entrepierna llena de flujos, la observa sobre el sofá. Su expectación va en aumento hasta que, por fin, se queda en bragas y sujetador. Lentamente, se quita lo primero y deja ver una vulva rosada, depilada, recogida y perfectamente simétrica.
—¡Guau! ¡Lo tienes perfecto! —se le escapa a Kati.
Alma sonríe avergonzada.
—Bueno, es que… Me quisieron incluir en catálogo y me dejaron la operación a mitad de precio. Aún estaba en prácticas, luego ya me hicieron el contrato.
Kati se queda boquiabierta. Tras unos segundos en shock, piensa que aquello es una estrategia macabra de marketing visual pornoso y espeta:
—Vete de mi casa.

