Multisensorial

A veces, la vida aprieta. Pero, ni cuando la esperanza se desvanece, el sexo deja de ser todo un cosmos que explorar. La pareja del relato de hoy lo ha aprendido, y la condición de él no les impide disfrutar ¡y vivir!

3/20/20243 min read

Comienzo a distinguir sus sombras en la penumbra. Le gusta así, en la semioscuridad. Viendo apenas, dice, hay más espacio para imaginar. Las velas parpadean a nuestro alrededor. Una varilla con olor a jazmín se consume sobre una pequeña bandeja. Todo nos induce al deseo.

Estoy desnuda y, pese a la oscuridad, observo en sus ojos las ganas y en sus labios el beso que ya me quiere dar. Sonrío con picardía, porque tendrá que esperar, y alargo la mano para alcanzar un pequeño bote con aceite esencial de nuez moscada. Vierto un poco de su contenido en la palma de mi mano y froto, mirándolo con intensidad y anhelo.

Quiero que se recree en mis manos recorriendo su piel ensimismadas, deseosas de aumentar su calor. Y recorro cada centímetro de su cuerpo mientras él, extasiado, se concentra en el deslizar de la mano que el aceite facilita. Apenas siente las caricias en pantorrillas, rodillas y muslos, pero arquea suavemente la espalda y deja escapar un suspiro cuando llego al pecho, el abdomen y el pubis.

—Oh, cariño. Me encanta.

Podría pasarme horas recorriendo todos sus ángulos y pliegues. Horas perdiéndome en sus curvas, sus cicatrices, discontinuidades y variaciones de pigmentación. Pero, en algún momento, él agarra mi muñeca para detener mi movimiento y me indica con los ojos que quiere que me tumbe a su lado. Sentir y hacer sentir, para él, es lo mismo.

Se coloca de costado sin apenas dificultad y me pide que cierre los ojos. Él no usa el aceite de nuez moscada, pero desliza los dedos por todo mi ser, dibujando pequeños surcos imaginarios que persisten segundos después de que pase su mano. Debe ser esto a lo que se refieren cuando dicen que la piel tiene memoria. Yo, incluso en la lejanía, noto sobre mí sus caricias varios días después.

Respiro profundo. Quiero enviarle a cada célula de mi cuerpo la orden de que se abra al placer. Él lo ha notado, así que decide sumar un sentido más a la experiencia y me susurra al oído.

—¿Te gusta? Me encanta tocarte. Me encanta tu cuerpo y ver cómo disfrutas.

Y sigue.

—A mí también me encanta, ¿sabes? Disfruto tanto de tu tacto, de tu olor y tu sabor.

Es entonces, ya en el punto álgido de la excitación, cuando abro los ojos, lo agarro por la nuca y le doy un beso largo y lento en el que nuestras lenguas se enredan armónicas. Es momento de que las sutilezas dejen paso a lo más explícito. De las delicadezas a la triple X. Porque en estos años hemos aprendido a no reducir el sexo a la genitalidad, pero seguimos explotando por el mismo sitio.

Quiero llevar la iniciativa porque necesito licuarme por completo sobre él. Por eso coloco ambas rodillas junto a su cabeza, sobre la almohada. Y, apoyada en el cabecero, coloco mi sexo a la altura de su boca. Labios y lengua recorren toda mi vulva, pasan apenas por la abertura de la vagina para intercambiar humedades y se recrean en el botón de placer que es el clítoris. Insiste, se enciende con mis gemidos, atiende mi deseo de no cesar en el empeño hasta que el éxtasis me atraviesa de arriba a abajo. Es una energía desbordante que siento desde la cabeza, me baja por la garganta, me calienta el estómago y se libera a través de pequeños espasmos en mi vulva.

Él también quiere liberarse ya. Cuando abro los ojos, expirado el último de mis gemidos, lo encuentro con un gesto casi suplicante. No lo hago esperar. Me coloco a horcajadas sobre él y guio su polla tersa mi interior, que le ofrece una cálida y apretada acogida. Me mira con la boca entreabierta y el pelo revuelto. Coloca sus manos en mis caderas y yo, voluntariosa y obediente, inicio el movimiento. Arriba, abajo. Arriba, abajo. En vertical, apoyando mis antebrazos. Otra vez en vertical. Completando círculos con la pelvis. Y otra vez arriba y abajo.

Hay cierta sucesión mecánica de acciones al final: me susurra varios “Sigue, sigue, sigue”, aprieta las manos sobre mis caderas para que pare y gime del gusto. Lo siento correrse dentro de mí, sonrío y desmonto su pelvis para tumbarme a su lado y darle un beso en la mejilla. Aún quiero sentirlo, aunque de otro modo, y me sigue sobrando espacio en el colchón.

Desde que tuvo el accidente, hemos probado sitios en los que ambos nos sintiéramos cómodos para dejar fluir el deseo. Nos gusta sobre su silla, con los reposabrazos bajados, pero también aprovechar la amplitud de nuestro lecho. Redescubrir el sexo ha sido una revelación continua, como volver a la adolescencia.

Se acabó la pesarosa resignación, la condescendencia, la lástima y la horrible convicción de no poder. Su lesión medular no era el final. Podemos seguir viviendo con intensidad, y el sexo es una vía. Es una experiencia multisensorial que antes enfocábamos como mera descarga de la tensión, y ahora disfrutamos de principio a fin. Nos queda todo un cosmos por explorar.