Paloma solo va con chicos

Paloma tiene 17 años y las chicas de su clase le parecen aburridas y superficiales. Por eso solo sale con otros chicos, se ha vuelto una apasionada al FIFA y repele los comportamientos típicamente femeninos. Sin embargo, un viernes cualquiera descubre un remedio que no esperaba para dejar de ser una “pick-me girl”.

3/13/20246 min read

Paloma tiene 17 años. Está en primero de Bachillerato y, desde que empezó el curso, solo sale con chicos. Los considera más auténticos. Está harta de las chicas de su edad, que se la pasan cotilleando, hablando de amoríos, pensando modelitos para el sábado y retocándose el “eyeliner” entre clase y clase.

Ellos, en cambio, hablan de fútbol y de videojuegos, aficiones interesantes. Hasta integrarse en aquella pandilla, los conocimientos de Paloma de fútbol se reducían a: juegan 11 contra 11 y hay que meter el balón en la portería. Ahora es una hincha acérrima del Sporting de Gijón. Y ya ha llegado a varias semifinales de los torneos caseros al FIFA.

—Tsss… Tías, en serio, no sé cómo os podéis pasar el día hablando de ropa. ¿No tenéis nada mejor que hacer? ¡Qué superficiales sois! —le comenta a sus compañeras un viernes a última hora, una clase libre por la ausencia del profesor. Se ha asegurado, por supuesto, de que sus amigos están delante para oír el comentario.

—Cada una habla de lo que le da la gana —le contesta Sandra, campeona de voleibol con el equipo local. Un dato que Paloma ignora a propósito.

Ese viernes por la noche, ha quedado con los chicos para dar una vuelta por el centro. Pero no van los seis de siempre, ella y sus cinco amigos. Aquella noche se les une Tania, una chica de segundo del mismo instituto, prima de uno de los amigos. Es él mismo, Iván, quien presenta a las dos. Paloma musita un “encantada” sin mucho afán.

No parece que Paloma esté acostumbrada a que los chicos la interrumpan constantemente, o a que nunca rían sus chistes como hacen entre ellos. Una vez incluso la dejaron sola en una cafetería cuando ella fue al baño. Cuando los encontró, ya a medio kilómetro del local, le pidieron disculpas: “Tía, perdona, creíamos que te habías quedado saludando a alguien y venías justo detrás”. No parece acostumbrada porque ahora, además, rabia con las atenciones que recibe Tania, que es la novedad. Hasta ahora, ha intentado que no le afecte, dispensando una indiferencia grosera a la chica nueva.

El grupo camina por Jovellanos hacia una de sus cafeterías favoritas. Por el camino, alguien dice algo que hace a Paloma gritar de la risa.

—Tía, qué escandalosa eres, joder. ¿Nos tiene que ir mirando todo el mundo?

A Paloma se le aposta un nudo en la garganta porque aquella reprimenda, hecha con toda la inquina del mundo, no viene de cualquiera, sino de Enol. Su Enol. El que menos caso le hace del grupo, y el que a ella más le gusta. Paloma sabe que Tania ha registrado su gesto compungido, pese a que se ha esforzado porque solo le dure un instante. En algún momento, la chica nueva logra acercarse a ella sin la presencia de los demás.

—Es un capullo, no le prestes atención. Él y todos, incluyendo a mi primo. No debería gustarte tanto —espeta, para el estupor de Paloma.

—¿Cómo? ¿Te ha dicho algo? —pregunta, estupefacta.

—No, pero se nota. Va, no pongas esa cara, no diré nada. Pero esta tarde tú y yo lo vamos a pasar bien.

Paloma sonríe y se reprende en su fuero interno por haber juzgado a Tania con tanta prisa. La chica es divertida, locuaz y una confidente estupenda, tal y como comprueba a lo largo de la tarde. No recuerda cuando fue la última vez que lo pasó tan bien. Porque Tania, a diferencia de los chicos, le dedica atención con conversaciones, risas y, ya que tiene 18, con chupitos de contrabando que pide en la barra, solo para ellas dos. Se los beben al otro lado del local, sin que los chicos las miren.

Paloma, que no está acostumbrada a beber, está tan achispada en una de sus visitas al baño que no puede desabrocharse el botón del pantalón. Intentándolo, cae de culo sobre la taza del váter, que está abierta, y le entra un ataque de risa que casi hace que se lo haga encima.

—Anda, ven, te voy a ayudar —anuncia Tania.

La chica nueva sí desabrocha su botón con éxito, pero Paloma se ha quedado petrificada. No recuerda ni la presión de la vejiga. Está secuestrada por el olor a frutas del pelo caoba de Tania, por el marrón de sus labios gruesos y esa sombra de ojos naranja que ya no le parece excesiva, como al principio, sino original.

—Mea, mujer.

Lo hace, incómoda por el descenso repentino a tierra. Cuando se limpia y se viste, Tania le ofrece su lápiz de labios.

—¿Quieres?

—No, gracias.

—Ya, claro. Con esos labios tan bonitos no te hace falta color.

Paloma mira embobada la imagen de Tania en el espejo mientras ella se define el “eyeliner”. Abre la boca sin querer, como ella hace. Tania termina y la mira a los ojos. Antes de que Paloma reaccione, tienen sus labios pegados.

No recuerda haber sentido deseo hacia una chica antes, pero el beso de Tania la está deshaciendo. Por eso cierra los ojos y deja que la guíe. Abre su boca con la lengua, la enreda con la suya, pega su cuerpo y sujeta su cabeza desde la nuca. Pero unos toques secos en la puerta deshacen la magia del momento. Alguien se impacienta para usar el baño.

Las chicas ríen y salen. Los chicos, por supuesto, siguen tan enfrascados en su conversación sobre no sé qué streamer que casi ni advierten la reincorporación de Paloma y Tania al grupo. Mucho menos intuir que se han caído más que bien. Y eso que han pasado de ignorarse, aparentemente, a sentarse pegadas y hablar entre susurros.

La noche ha caído por completo cuando el grupo abandona el local. Los chicos se van en direcciones distintas, de vuelta a casa, y no dan importancia alguna a que Paloma y Tania hayan decidido quedarse un rato más. Ellas ni siquiera les han sugerido que las acompañen.

Caminan solas hacia algún punto intermedio entre las casas de ambas. Paloma se pregunta qué será eso que se le ha quedado dentro del estómago, porque, desde luego, no es nada parecido a lo que creía que le provocaba Enol. Se muere por que Tania vuelva a besarla, más aún desde que ella camina cubriéndole los hombres con su brazo. Hasta que, por fin, en la soledad y la luz tenue de un callejón, lo hace.

Ese beso es aún más húmedo y caliente que el del baño, sin prisas, sin interrupciones. Tania se repliega tan bien entre sus labios y su lengua, en una sincronía perfecta, que ha empujado las manos de Paloma hacia su trasero, involuntarias. Y, ya que se anima una, lo hace también la otra. Una acaricia culo sobre pantalón. La otra ha insertado una mano por debajo de la blusa, y ahora se recrea en la suavidad de la tela del sujetador.

Paloma ya ha dejado de pensar en lo raro que es aquello, en lo sorprendentemente cómoda que se siente besando a una chica. Es como si hubiera deseado a Tania desde antes de conocerla. Llevan minutos en esa intimidad, y las dos saben que quieren más.

—¿Puedo desabrocharte el pantalón otra vez? —pregunta Tania.

—Vale, pero ahora no me estoy meando —replica Paloma, naíf.

Tania sonríe y hace lo que se propone. Mira un segundo a Paloma.

—¿Te lo han hecho alguna vez?

Paloma titubea.

—Ehhh… Bueno, hasta el final no. Hasta el final solo me lo he hecho yo —dice.

Tania la besa de nuevo. Lo hace tan bien que logra abstraer a Paloma en su juego de seducción. Todo su ser lo está pidiendo. Toda ella está clamando por esa mano entre su piel rojiza y sus braguitas.

Tania hace una primera incursión. Luego extrae su mano, para exasperación de Paloma, que quiere que siga. Lleva sus dedos a la boca y los lame sin dejar de mirarla. Después continúa donde lo dejó.

Tania mueve los dedos bajo las braguitas de Paloma, mientras ella sigue reclamando su boca. No quiere que pare, ni de besarla ni de acariciarla. Tiene la espalda contra la pared y desea que Tania se apriete, que no haya ni un resquicio de aire entre las dos.

La presión del pantalón ceñido no es obstáculo para Tania, que ha abandonado la boca de Paloma en favor del cuello para tener mejor ángulo. Presiona el clítoris y mueve los dedos con una habilidad que indican a Paloma que no es su primera vez. Sigue, insiste, lame su cuello, muerde su lóbulo, respira sobre su pelo. Escucha el jadeo sordo de Paloma, se recrea en sus texturas y en sus jugos, asalta de nuevo su boca.

—Oh, oh, Dios…

Tania la observa mientras se corre. Le parece tan tierna en ese viaje al éxtasis. Se ha alegrado de ser ella la que le regale esas primeras caricias íntimas ajenas, y no Enol. Le coloca el pelo detrás de la oreja y le da un beso.

—¿Nos vamos a casa, preciosa?

Las chicas caminan de la mano hasta que, con un último beso, separan sus caminos hasta casa.

Paloma se mete en la cama sonriendo, intentando procesar todo lo que ha pasado esa noche. Ha vuelto a quedar con Tania al día siguiente. De repente, y contra todo pronóstico, la única compañía de otra chica le parece lo más maravilloso del mundo.