Poliamando (Parte 1)

Amanda estaba bien con Rafa hasta que descubrió que también sentía conexión y deseo hacia otras personas. Cuando conoce a Dioni, se convence de que la monogamia tiene los días contados.

10/25/20235 min read

¡Hola! Soy Amanda. Tengo 30 años y, desde hace unos meses practico el poliamor. Ya sabéis, es ese modo de relacionarse a nivel sexo-afectivo con otras personas, pero sin el rollo de la exclusividad. No la hay, ni en lo físico ni en lo emocional.

Llevaba un año saliendo con Rafa cuando me di cuenta de que, además de él, me gustaban otros chicos. También me excita el cuerpo femenino, pero, al margen de algún rollo tonto con alguna amiga un sábado de borrachera, a las tantas de la mañana, no he vivido experiencias lésbicas. Creo que estoy sugestionada por la cosificación de las mujeres, pero ese es otro tema.

El caso es que llevaba un año con Rafa cuando me di cuenta de que sentía deseo hacia otras personas. Fantaseaba con frecuencia con otros chicos, e incluso llegaba a tener conexión con ellos. La química, ya sabéis. Me los imaginaba en mi cama, sí, pero no solo eso. También me los imaginaba dando un paseo por el centro, agarrados de la mano, o tomando algo en cualquier garito y que me presentara a todos sus amigos.

La situación me hacía sentir muy culpable. ¿Cómo podía pensar tanto en ello, si yo estaba enamorada de Rafa? ¿Si es un tipo genial, dulce, cariñoso y que está por mí? Con el tiempo aprendí que no había nada malo en mí, sino en los aprendizajes que había tenido a lo largo de mi vida. Se nos ha inculcado que la monogamia es la única vía posible de felicidad en una relación sexo-afectiva. Es más, dentro de ella, se nos ha hecho creer que la mejor opción es la de mujer y hombre. Todo muy cisheteronormativo, ¿no?

Le confesé a una amiga lo que me pasaba y me contó la historia de una conocida a la que le sucedía algo similar. Ella se puso en contacto con una asociación de mi ciudad que promueve las relaciones poliamorosas. “¿El qué?”, pregunté la primera vez que oí aquel concepto. Mi amiga me explicó por encima y, juntas, movidas por la curiosidad, nos apuntamos a una pequeña charla sobre poliamor que la misma asociación organizó un jueves por la noche.

Aquel evento fue un punto de inflexión en mi vida, una verdadera transformación. Descubrí que hay más personas como yo. Descubrí que es normal sentir atracción hacia más de una persona a lo largo de una relación, y que solo había que fomentar la comunicación y trabajar la gestión emocional.

Hablé con Rafa al día siguiente. Yo intuía que no estaría preparado para aquella conversación,

pero, igualmente, la debíamos tener. Porque él no es que sea celoso tóxico, ¿sabéis? No ha llegado a montarme un numerito de celos, pero, cuando nos hemos metido en el coche después de alguna salida, me ha confesado haberse sentido incómodo al verme hablar con otros tíos.

Cuando le expliqué todos los pormenores de la charla, le dije que quería probar.

—Amanda, no es lo que quiero. Estoy bien contigo, sin nadie más. Tal vez deberíamos hacer un viaje juntos, o dar un paso más en la relación. No sé, trabajar en nosotros.

—Cariño, no es eso. Es que me siento atraída por otras personas. ¡Va, no pongas esa cara! También me siento atraída por ti. Es que creo que la monogamia es una cárcel para el amor.

—Estábamos bien, has ido a una charla y vienes queriendo cambiar tu estilo de vida y el mío.

—Sí, cariño, estábamos bien. Pero tampoco puedo reprimir lo que siento. Y, precisamente, tener una relación sana y estable es el primer requisito para decidir abrirla. Podemos empezar como swingers y luego… ya vemos.

Rafa rehuyó la conversación durante días. Optó por la estrategia de ignorar la realidad para no tener que enfrentarse a ella, y yo me cansé y le exigí que tuviera en cuenta lo que siento. Acabamos discutiendo, ¿sabéis? Tuvimos una discusión fuerte en la que le dije que era un retrógrado, que no podía reprimir lo que siento y que estaba desaprovechando una oportunidad excelente para conocerse mejor a sí mismo, deconstruirse y desarrollarse.

Nos llevamos dos días sin hablar, y yo casi daba la relación por rota, pero al tercer día me pidió que hablásemos y me dijo que lo quería intentar. Que había estado pensando y que sí, quizás fuera hora de abrir la relación.

A la semana siguiente, tuve sexo por primera vez con otra persona teniendo novio, pero sin que se pudiera considerar infidelidad, porque todo era consensuado. Fue con Dioni, un repartidor que frecuenta la tienda en la que trabajo y que me tiró la caña desde la primera vez que me vio, hacía ya meses. ¡Dios, y cómo me ponía! Aquel primer polvo fue apoteósico.

Estaba sola en la tienda, porque mi jefa había tenido que salir al banco y dijo que ya no volvería antes del cierre de mediodía. Dioni me hizo un comentario de los suyos y yo, ya sin la presión de la monogamia, le seguí el rollo.

—¿Te has puesto esa faldita porque sabías que yo venía hoy?

—Pues… A lo mejor.

—Sobre tus caderas se ve bien. Pero se vería mejor en el suelo de la trastienda.

Como toda respuesta, me dirigí a la puerta, colgué el cartel de “Vuelvo en cinco minutos”, le di la mano y lo guié hasta la parte de atrás.

El tiempo apremiaba, nos comían las ganas y nos desvestimos con prisas. Tiré el teclado de mi jefa, me senté sobre el escritorio y atraje a Dioni hacia mí para que me penetrara, agarrándolo por la cintura. Entre la conversación sucia y los besos salvajes mientras nos desvestíamos, él iba durísimo y yo muy mojada.

Me penetró con brío. Enredó sus manos en mi pelo a la altura de la nuca, como buscando un punto de apoyo, y yo envolví su trasero con mis piernas mientras él daba enérgicas embestidas que hacían que la mesa se moviera.

—Oh, oh —gemí

Dos minutos tardó en correrse. Y, como yo no había terminado, no esperó a tomar aliento para ponerse de rodillas y deleitarse con mi coño. Labios, lengua, saliva y dedos, sin parar, con ritmo, insistiendo. Hasta que un poderoso orgasmo me atravesó entera.

Cuando terminamos, me preguntó:

—Oye, no es que sea asunto mío, pero, ¿tú no tenías novio?

—Sí, pero tenemos una relación abierta.

—¡Vaya! Yo siempre he estado en relaciones no exclusivas, ¿sabes? De hecho, la chica con la que salgo ahora es poliamorosa.

¡Bingo! Me alegró saber que Dioni estaba en la misma sintonía que yo, y que era tan abierto de mente. Nos intercambiamos los números de teléfono, quedamos un par de veces más y, decidimos empezar una relación. A Rafa no le hizo gracia. Él pensó que comenzaríamos de modo más gradual, limitándonos a algún trío o a tener sexo con otras personas, pero viviendo la experiencia juntos. Como en un club swinger. Pero Dioni se cruzó en mi vida y todo se precipitó.

Creo que la monogamia tiene los días contados, ¿sabéis? Es insostenible, va contra la naturaleza curiosa y activa del ser humano. Y, si lo aceptáramos, habría muchos menos problemas de celos, infidelidades y rupturas traumáticas.

Yo quiero a Rafa, pero me encanta Dioni. Los dos me ponen, con los dos me gusta enrollarme bajo las mantas para ver una serie un domingo por la tarde, ir a cenar o salir de fiesta. ¿Qué puede haber de malo en ello?