Poliamando (Parte 3)
Dioni es el tercer vértice de un triángulo amoroso que no afecta por igual a todos los implicados. ¿Qué piensa él de Amanda y de Rafa?
11/8/20234 min read
Mi nombre es Dioni. Dioni, sí, tal cual. Ni siquiera mi madre me reconoce ya por Dionisio, aunque es lo que consta en mi DNI. Tengo 33 años y trabajo como repartidor. Fue así como conocí a Amanda, mi novia. Ella es una de mis parejas, porque mantengo relaciones poliamorosas. Llevo dos años en una relación abierta con Raquel, que solo es sexual, y ella, a su vez, sale con otra chica con la que no me une nada. Lo de Amanda, en cambio, sí va más allá y llega al plano afectivo.
Mis amigos dicen que me gusta tirar la caña, que sé cómo dar palique y que, con mi atractivo, me las llevo de calle. Es más sencillo que todo eso. Es que no me cuesta nada ser amable, sonreír, interesarme de forma genuina por la gente, conocerlas y hablar. Ellos siempre se comparan conmigo y consideran que no triunfan, pero no tengo ningún secreto. Simplemente, evito tratar a las chicas solo como potenciales objetos para mi placer.
Amanda me cayó bien desde el primer día que entré en su tienda a dejar un paquete. Es una chica simpática y tiene una sonrisa espléndida. A mí me gusta ir tanteando el terreno, no lo niego, y siempre, SIEMPRE, respeto los límites. Pero, si una chica me gusta, voy a llegar tan lejos como ella me deje. Más no, pero aprovecharé todo el espacio que tenga. Fue lo que pasó con Amanda, que el primer día se mostró tímida y retraída, pero, cinco o seis visitas a su tienda después, me siguió el juego con la charla subidita de tono. Hasta que terminamos “frungiendo” en la trastienda, en un rato lleno de placer y de morbo.
Ella había dejado caer que tenía novio en alguna conversación anterior, pero, aquel día, me contó que habían abierto la relación. De hecho, fue ella quien me pidió mi número de teléfono y, a nada de empezar a hablar de forma más asidua, me propuso iniciar una relación. Y yo accedí.
En los dos años que llevo con Raquel, he aprendido mucho sobre relaciones poliamorosas. Ella es una mujer sensata y con una inteligencia emocional por encima de la media de lo que he conocido hasta ahora. Cuando estoy con ella no solo follamos, aunque el sexo es increíble. Hablamos, claro, hablamos mucho. Me contó sus inicios en el poliamor y me dijo que fueron difíciles, que tuvo que gestionar celos e interiorizar muy bien la importancia de una buena comunicación, de alcanzar acuerdos y de respetarlos.
“Tú eres poliamoroso para tener barra libre de follercio”, me dicen mis amigos. Ni en el cuarto oscuro de un local para swingers he encontrado eso, y sé de alguno que se ha llevado un buen rapapolvo por no respetar los límites de los demás. ¡Y con razón! Simplemente, no quiero ni deseo a una única persona. Pero, con cualquiera que decida tener una relación de pareja, tengo que tener responsabilidad afectiva. La misma que deben mostrarse los componentes de una pareja monógama, ni más ni menos.
No sé si Amanda ha interiorizado esto que digo, la verdad. Yo no quiero meterme mucho en su relación con Rafa, porque eso es cosa de ellos dos. Pero es mi novia, hablamos de todo y me cuenta cosas de su chico. Yo le sugiero que tenga paciencia, que lo escuche, que le hable con cariño y qué le dé tiempo para asimilar los cambios y comprobar si la nueva relación le encaja o no. El poliamor no es para todo el mundo.
Entiendo la posición en la que está Rafa porque yo también he tenido relaciones monógamas. No fueron ni mejores ni peores que lo que tengo ahora, solo diferentes. Una opción más para que la practiquen las personas a las que les encaje ese estilo de vida. En aquellas relaciones experimenté celos y hubo cierta toxicidad, pero no lo achaco a la monogamia, sino a la falta de autoestima y a la inmadurez. Andaba entre los diecilargos y los veintipocos por entonces, pero aprendí algo: si quieres que una relación funcione, tienes que trabajar mucho en ti mismo primero. Y después también.
No podría elegir entre Amanda o Raquel y, afortunadamente, no tengo por qué hacerlo. Amanda me gusta porque es intensa y apasionada. Raquel es racional, inteligente e intuitiva. Me inspira. Son muy diferentes, sí. En el sexo también. Me gusta recrearme en esas diferencias entre las dos cada vez que nos vemos después de varios días sin hacerlo.
Si visito a Amanda tras tres o cuatro días sin verla, me cogerá de la mano para guiarme a su habitación y me desnudará con prisas. Seguramente, me regalará una felación riquísima de inicio, porque le gusta esmerarse conmigo. Creo que ella, que aún están en los inicios del poliamor, siente que tiene que competir con Raquel.
Raquel, en cambio, irá con más calma. Al principio optará por conservaciones aparentemente lejos de lo erótico, pero, poco a poco, me dedicará miradas sugerentes y gestos que me pondrán a mil. Me irá llevando a su terreno, pero yo tendré que esperar hasta que ella quiera. Siempre es así, pero termino deshecho del gusto. Será un encuentro más equitativo, porque es una mujer que sabe lo que quiere y merece. Y entrega lo mismo.
Ya no podría estar con una chica monógama si solo quisiera estar conmigo. Porque no podría concederle exclusividad, eso no. Tendría el compromiso de hacerla feliz, pero ella no sería la única. Como digo, me gusta la gente, siento atracción con facilidad y no creo que me tenga que reprimir. Ni soy yo ni es mi estilo de vida. No me considero ningún moderno, solo me alegra que esta fórmula se esté normalizando y haya tanta gente dispuesta a cuestionarse y hacer ver a personas que se sienten confusas y culpables que no hay nada de malo en ellas. Son buenos tiempos y pienso vivir al máximo.

