Saynata (Parte 1)

Lili acaba de recibir la crítica de arte a su obra más dura de su vida. Y no viene de cualquiera, sino de alguien a quien ha querido: su exnovio, Marc. Sabe que cada palabra nace del despecho. Afortunadamente, Josep aparece en el mejor momento…

10/1/20248 min read

Liliana no puede parar de llorar. Lleva años trabajando en aquella colección de esculturas, la mejor valorada de su carrera como artista hasta el momento. Y, ahora, una simple crítica de arte en la revista con mayor difusión del sector ha bastado para hundirla.

“Al margen del estilo de las obras, con una narrativa algo pueril, la autora falla a la hora de construir patrones simbólicos sórdidos. Su intención se queda en las serias dudas sobre su percepción de las proporciones”.

Lo peor no son las palabras. Lo peor no es el desprecio que se nota en cada una de ellas. Lo peor es que están escritas por la persona a la que más ha querido en los dos últimos años.

Lili conoció a Marc en la inauguración de una exposición. Ella acudía en calidad de amiga del autor. Él como crítico de arte. Pasaron la noche hablando, cada conversación era más interesante que la anterior, y parecía inagotable la sorpresa de ambos al constatar lo mucho que tenían en común. Una de esas conexiones astrales que no abundan en la vida.

La primera vez que follaron fue en el taller de ella, entre olores a óleos y disolventes, sin notar el frío del invierno que entraba por la ventana abierta. Para ser el rito iniciático, fue un polvo intenso, uno de esos que rayan la falta de respeto y que apuntan a que encuentros venideros harían saltar verdaderas chispas. Y, aún así, los dos sabían que aquello no iba a ser solo sexo. Los dos sintieron que, aquella noche, habían conocido a su alma gemela. Ella nunca hubiera presagiado un final como aquel.

—Vamos, Lili, tranquila. Ya sabes cómo son estas cosas.

La anima Juanita, su mejor amiga y compañera de profesión.

—¿Y cómo no? Esto no se hace, ¡no se hace!

Y sigue llorando.

Lili está convencida de que aquella crítica no tiene nada que ver con la calidad de su obra. Lo sabe porque estuvo trabajando en el conjunto un año antes, para reformarlo. Por cuidadosa que fue en el empaquetado, el viaje desde Medellín a Barcelona causó algún desperfecto que se apresuró a reparar. Fue entonces cuando Marc contempló el conjunto, y todo fueron halagos.

—Son preciosas, Lili. Me gusta el color y las geometrías. Me traslada a mi infancia, ¿sabes?

Palabras que contrastaban mucho con lo “pueril” y falto de proporciones que Marc había referido en su artículo, así que Lili supo que aquello no era más que despecho.

Llevaban dos años y medio de relación cuando ella decidió terminar. Había ignorado cualquier bandera roja. Había ignorado, demasiadas veces, que Marc la hacía sentir como una reina en la intimidad, pero le gustaba señalar bien su propio protagonismo en la esfera pública.

—Creo que te estás haciendo muchas pajas mentales, Liliana. Ves donde no hay. ¿Quién te ha metido esas cosas en la cabeza?

—Sé lo que siento, Marc, ¿no es suficiente? No voy a seguir ignorando lo que siento.

Él, simplemente, pensó que aquella conexión astral única en la vida que había sentido dos años y medio antes, en el caso de Lili, no era tan única. Se la acababa de despertar otro tío del que ella hablaba mucho últimamente, un fotógrafo de arte que estaba adquiriendo relevancia en redes sociales. Pero la verdad es que Lili solo habló con él cuatro o cinco veces, con el único objetivo de darle detalles sobre su obra para que la valorara y le diera difusión.

La artista deja de llorar, respira hondo y le pide a Juanita que la acompañe a Grasú, la sala de exposiciones del Poblenou en la que se expone su obra. Ha sentido esa burda crítica, despechada y vengativa, como si hubiese borrado sus preciadas figuras. Así que quiere verlas otra vez.

En la sala se queda mirando su favorita, una escultura de cerámica que, como las demás, no pasa de los 15 centímetros. Posee un pequeño cuerpo con forma humana y, como remate, una pieza poliédrica de la que sobresalen dos orejas puntiagudas. Con el conjunto quiso representar, de un modo simbólico, el engaño.

Lili pasa el dedo por una de las orejas de su figura.

—¿Sabes que Andy Warhol dijo que había que ignorar lo que los demás escriban de ti, y limitarse a medir la longitud del comentario en centímetros? —dice.

—Mmmm… interesante. “Que hablen mal o bien, pero que hablen” —apostilla su amiga.

Lili suspira.

—No están tan mal, ¿verdad?

—Ya sabes que a mí me encantan.

Su amiga no es la única que lo piensa, porque, la siguiente vez que Lili mira el móvil, tiene un correo electrónico en su dirección profesional. Es de alguien que se presenta como Josep, ha visto su obra en medios y redes sociales y quiere hacerle una propuesta. En qué buen momento escribió el señor.

Lili se reúne con él esa misma tarde en una galería de arte que apenas tiene un mes de trayectoria en la ciudad. Josep es el encargado y, según le ha explicado, a ella le parece prometedora. Hasta el momento, solo han acogido dos exposiciones, pero de artistas incipientes que ya han expuesto en Europa. Propone a Lili ser comisario de una exposición que estará en la sala un mes y, como único requisito, tiene que ser inédita.

—Tómate el tiempo que necesites. Y recuerda que estoy aquí para ayudarte.

Algo en los ojos y en el tono del hombre hacen a Lili sospechar que, además de su creatividad en el moldeado de materiales, Josep está interesado en el modelado natural de las formas de su cuerpo. Lili sabe que llama la atención su cabello largo y negro, sus ojos andinos, su tez morena y esa cintura estrecha que contrasta con un busto generoso y unas caderas prominentes. Compone una figura reloj de arena que, siendo XL, ha girado las cabezas de muchos a lo largo de su vida.

Lili duda un segundo y luego sonríe. Las armas con las que Dios dota a sus soldados no están para cuestionarse, sino para usarse. Así que, consciente del interés que le despierta, se asegura de controlar al máximo su lenguaje corporal. El coqueteo sutil puede enloquecer más que el acercamiento. Que al día siguiente le dé los buenos días por Whatsapp, motivando una conversación que se mantiene viva a saltos hasta las buenas noches, confirma que sí, Josep tiene interés.

Lili lo cita en su casa-taller tres días después para mostrarle alguna de las últimas obras en las que está trabajando. Quiere enseñarle una que cree que le gustará, en la que combina trazos abstractos al óleo con un dispositivo tecnológico que busca la interacción del espectador.

—Guau, me gusta —dice Josep, y a Lili le parece sincero.

—A ver, estoy buscando un nuevo color que, en mi cabeza, se parece a tu tono de piel.

Para comparar tonos, la artista le pone el pincel junto a la cara y, entre sin querer y queriendo, le tiñe la piel de un óleo anaranjado que no, no se parece nada a su color natural.

—Uy, disculpa.

Josep sonríe, pero se la devuelve. Desliza dos dedos por la paleta, haciendo que se mezclen varios tonos, y dibuja un par de trazos horizontales en el pómulo de Lili que la hacen parecer una guerrera tribal.

—¡Oye! —exclama ella, aunque ni su tono ni su gesto reflejan enfado real.

Es la guerra. Ambos, jugando, buscan la paleta para impregnarse las manos y usarlas de pincel sobre el cuerpo del otro. Pero Josep detiene a Lili cuando ella ya se le acerca de modo amenazador, mordiéndose el labio.

—Espera, espera. No quiero mancharme la camisa y el pantalón.

Lili asiente y Josep se desnuda, lentamente y mirándola a la cara. Ella espera y observa su piel con expectación a medida que la va descubriendo: los hombros anchos, el tórax impreciso, los muslos prietos. Se queda en ropa interior. Y Lili, en un susurro y moviendo las manos, para recordarle que lleva pintura, le pregunta:

—¿Me ayudas?

Josep solo tiene que quitarle una prenda, el vestido, que saca por arriba sin dificultad por la entrega cooperadora de ella. Ya va descalza, así que, por todo vestuario, le deja un conjunto de sujetador y braguitas burdeos y un pelo negro que le resbala por el escote. Josep se lo recoloca tras los hombros y deja de mirarla un segundo para llenarse las manos de pintura.

La pausa y el deseo naciente han sosegado sus ánimos y ahora quieren seguir jugando, pero no por la broma, sino por pura sensualidad. Por eso se turnan brevemente para traspasar la pintura desde sus propias manos al pecho, el vientre, la cara y las piernas del otro. Lento, que se note la caricia más que el frío de la mezcla, recreándose en cada trazo como si solo hubiera que adornar con cuidado una obra de arte natural ya creada.

Pronto suman argumentos creativos. En medio del juego de dedos, los dos se abalanzan sobre la boca del otro al mismo tiempo, ella con las manos en torno a su cuello, él apretándola contra sí mismo desde su cintura. Intercambian saliva y, a la vez, mezclan sin concierto los tonos con los que previamente han teñido sus pieles. Lili ya nota la dureza de él, su pincel listo. La llama. Así que da el paso y lo despoja de la poca ropa que le queda, mientras él, pasivo, concede.

Lili le da la mano para guiarlo hasta el centro de la estancia, donde se extiende una sábana que fue blanca, y hoy recoge gotas de pinturas de colores hasta hacer que el blanco solo se intuya. A él no le importa tumbarse allí y mimetizar su cuerpo con la sábana. Ella, indómita, se desprende de su poca ropa, se coloca sobre él y lo besa. Lo hace con mimo, marcando con ternura, porque sabe que esos primeros son los besos que mejor recordará cuando no esté con él.

Pero la ternura es momentánea. Lili quiere mostrarle, en esa primera vez, todas sus personalidades del sexo. Así que su dulzura da paso al exceso. Se yergue sobre su pelvis, rodillas al suelo, cabeza alta, mirada en picado. Es ella quien está por encima. Y así lo monta, sintiéndolo dentro, subiendo y bajando, con brío, sin escatimar ni en jadeos ni en gritos, desbocada, arrebolada, arrebatada. Ofreciéndole a él el espectáculo digno de una artista, pero solo para disfrutar en la intimidad y en una performance exclusiva que tiene un único espectador.

—¡Dios, Dios!

La plegaria del orgasmo indica a Lili que Josep se ha corrido y subido al cielo del gusto. No le deja tiempo de volver a la vida. La artista se mueve y, al hacerlo, el miembro de su invitado se desliza fuera de su cuerpo. Él ha abierto brevemente los ojos, pero, apenas un segundo después, se vuelve a cernir sobre él una oscuridad. La del coño de Lili, que se acaba de sentar sobre su pecho y, sin delicadeza ni reparos, le sujeta la cabeza para que la boca le caiga a la altura del clítoris. Quiere placer oral, y él no se lo va a negar.

Pero, como la postura es incómoda, el comisario toma la iniciativa, la levanta desde el pecho y, con cuidado, deja caer su espalda ya no sobre la tela, sino sobre el suelo. Y Lili, abierta al placer, se limita a descubrir al tacto y al gozo todas las habilidades de la boca de Josep, que se esmera con la nariz posada sobre su pubis. Tanto lo hace que, en unos minutos, le vuela la mente hasta el cosmos del delirio.

“¡Qué polvazo!”, piensa ella. Y parece que él cree lo mismo, porque, en cuanto ella recobra el sentido, los dos ríen a la vez.

—Uf, brutal —confirma él.

Ella vuelve a darle la mano para que se levante, esta vez para guiarlo hacia la ducha, donde los dos, entre juegos y caricias, se ayudan a desprenderse de las manchas de pintura.

La primera visita también es la primera noche que Josep se queda a dormir. Hechas las presentaciones oficiales, se pusieron a trabajar, así que les han dado las tantas. Pero Lili se despierta a eso de las 2 de la mañana, porque ya hacía tiempo que no dormía con nadie y ha perdido la costumbre. Josep descansa a su lado, sin problemas aparentes de sueño, y ella se queda mirándolo. Le parece atractivo, con sus cejas pobladas, sus labios gruesos, su nariz aguileña y esa media melena castaña peinada hacia atrás que, en un cuerpo a cuerpo con la almohada, ha terminado alborotada hasta lo cómico.

Se abstrae observando los haces de luz que filtran las persianas, el color cálido de las farolas que cae sobre el pecho de Josep. Y así, en penumbra, asemeja su figura al llamativo logo de neón de un club de carretera.

Sabe, justo en ese momento, que ya no podrá volver a dormirse. Acaba de tener una idea que puede ser la mejor o la peor de su vida, y quiere comenzar a ejecutarla de inmediato.