Selene, la asistenta

A Selene el reconforta saber que ayuda a personas con problemas para acceder a su propio cuerpo. Pero, a veces, se sume en la duda.

10/18/20235 min read

“Bien. Estaré allí a las 9”.

Selene acaba de confirmar su tercera cita de la tarde. Está contenta. Parece que el negocio ha despegado, y está logrando sacar una media de 100 euros los días que trabaja, siempre de martes a sábado. Nada mal. La cifra le da argumentos contra sus propias reticencias, que afloran de cuando en cuando. Hoy será uno de esos días.

A las seis de la tarde llega a casa de Héctor. Tiene tetraplejia. Le ha contado que, cuando era adolescente, tuvo un accidente mientras practicaba parkour en la calle, una actividad a la que se había aficionado y que, inicialmente, vio en sus videojuegos favoritos.

No es la primera vez que está con Héctor, así que no hay que hacer presentaciones ni dar explicaciones. Es un hombre culto y con inquietudes que quiere aprovechar sus capacidades, a fin de lograr la máxima independencia. Desde su silla, lo ayuda a colocarse el arnés, que lo eleva, lo desplaza y lo posa en la cama. Después le quita la camisa, los pantalones y la ropa interior.

—Como el otro día, ¿vale, Selene? —le pide Héctor.

Así que, mientras Héctor permanece con los ojos cerrados, ella agarra su mano y la guía sobre su propia piel, para sentir las caricias. Insiste en el abdomen, donde tiene más sensibilidad. Sigue por el pubis, la cara interior de los muslos, vuelve al abdomen y al pubis. Suena “Telepatía” de Kali Uchis, de la playlist que Héctor ha preparado. La luz es cálida y tenue, y la fragancia que emite el popurrí de hojas secas otoñales impregna el ambiente.

Selene sabe qué es lo siguiente y, por si no, él ya abierto los ojos y la mira. No hace falta que se lo pida. Con las caricias, el miembro de Héctor ha pasado de estar flácido y encogido a ganar vigor y tersidad. Necesita las manos de Selene para la estimulación, así que ella lo sujeta desde el tallo y lo masturba, primero con suavidad, luego con energía. Así es como a él le gusta.

Selene presta atención al gesto y a los gemidos de Héctor, que ha vuelto a cerrar los ojos. Su jadeo es intenso cuando va a llegar, y siempre emite un elocuente “¡Oh!” casi al final. Ella suaviza el movimiento y observa los calientes fluidos de Héctor salir despedidos, manchando sus dedos.

Lo ayuda a limpiarse, a vestirse y a usar el arnés para volver a la silla. Después, se despide cordialmente hasta la próxima y se marcha a su cita siguiente.

Se siente bien al salir de la casa de Héctor. Es reconfortante sentir que ayuda a alguien con limitaciones, que ni siquiera puede acceder a su propio cuerpo y a su placer. En la formación que recibió, le explicaron que ella solo actúa como instrumento, como la silla de ruedas de Héctor o como la persona que lo ayuda a asearse y vestirse por las mañanas.

La siguiente visita es a Silvio, un joven con un síndrome que conlleva retraso en el desarrollo y problemas motores, de lenguaje y habla, entre otras cosas. Será la primera vez que lo asista, y lo cierto es que siente nervios. La han informado de su situación, pero no sabe qué le van a solicitar ni si tendrá que establecer límites.

Es la madre de Silvio quien abre la puerta. “Pasa, hija”. La mujer no parece contenta, y Selene averiguará enseguida el motivo.

No la esperaban en casa, pero, 10 minutos antes que ella, ha llegado la hermana de Silvio, una mujer normotípica de 35 años. Selene pasa a la cocina, donde, al parecer, está teniendo una discusión de la que, ahora, se convierte en testigo.

—Mira, no me parece bien que estés aquí —dice la hermana. —No por ti, ¿eh? Que conste. Es que no me parece bien que se utilice de esa manera a una persona para… para eso. Por deseo, ¡deseo! Porque necesidad... no es.

—Pero, ¿qué te crees que va a hacer? —interviene la madre. —Solo la hemos llamado esta vez para que le explique cómo tiene que tocarse.

—¿Y eso no lo puede ver en Internet? ¿O que se lo explique algún amigo?

—¡Él no lo entiende! ¡Y casi todos los vídeos esos son porno! ¡No quiero que vea porno! ¡Y es violento que lo haga delante de alguien!

—¿Y delante de ella sí?

—¡Ella se dedica a eso!

—Ya. Seguro que estaría aquí si tuviera otra opción, vamos, seguro —dice la hermana, con ironía.

—¿Acaso no es una mujer adulta capaz de tomar decisiones? ¿Tienes que decidir tú por ella, que ni la conoces?

—Yo no sé cómo es ni por qué está aquí, es verdad. Lo que sí sé es que va a tener sexo, o algo que se le parece mucho, sin sentir deseo ni placer. ¡Qué casualidad que sea una inmensa mayoría de hombres las que llaman a chicas como ella! Ellos, como siempre, ejerciendo control sobre nuestros cuerpos. Y encima justificándolo con que tiene una diversidad funcional, ¡claro! ¡Eso sí que es paternalista!

Las mujeres discuten mientras Selene se limita a seguir la conversación, sin intervenir ante las suposiciones ni hacer aclaraciones. Silvio no ha aparecido y, 10 minutos después, sale de la casa sin conocerlo. Las mujeres han decidido prescindir de sus servicios esa tarde, pero han insistido en pagarle la mitad por el desplazamiento y las molestias.

—Lo siento, hija —se despide la madre. Luego baja significativamente el tono. —A ver si te llamo otro día, que no esté esta, que es una radical.

No hacía falta que la hermana mencionara los conceptos vetados para que Selene supiera lo que estaba pensando: que está siendo explotada sexualmente. Entiende que lo piense. Lo que hace es un tipo de trabajo sexual, sí. Selene cree que no es prostitución, porque la otra persona no accede a otra parte de su cuerpo distinta a sus manos.

Pero, pese a ello, no le ha dicho a sus familiares ni amigos lo que hace. Se ha puesto Selene para preservar el anonimato, aunque ella se llama Sonia. También le ha dado vueltas al sobrenombre. Ha elegido uno con demasiadas vocales abiertas que ahora le suena muy nasal. Sofi hubiera resultado más suave, más fino.

Pero eso no le preocupa tanto como el temor al rechazo y la incomprensión. No quiere deshacerse en explicaciones para, al final, obtener palabritas condescendientes. Como mucho. Ella lo hace porque quiere. ¿O no?

Su última visita del día es a Rocío, a quien también conoce. Tiene atrofia muscular espinal de nacimiento. Como su enfermedad causa una debilidad progresiva en los músculos, cada vez le ha ido costando más llegar a ciertas partes de su cuerpo y estimularse. Su madre, pese a ser una mujer comprensiva y con la mente abierta, siente apuro al ayudarla en esas tareas, así que Rocío se ha visto en algún aprieto con sus aparatos. En cierta ocasión, se le quedó un dildo vibrando en la vagina durante horas.

Su madre la invita a pasar a su habitación. Ella ya está en la cama, desnuda, con una sábana por encima. Con cuidado, Selene la retira y abre las piernas de Rocío.

—Hoy quiero probar este —dice, risueña, señalando un aparato que sirve como succionador y para la estimulación interna.

Selene la ayuda a colocárselo. Cuando Rocío le indica que está lista, sale de la habitación, cierra la puerta y aguarda tras ella. Al aviso, entra de nuevo en la habitación para ayudar a Rocío a retirar sus aparatos, que luego lava y mete en el cajón.

—Gracias, preciosa. Eres la mejor —dice Rocío.

Es una de las chicas más dulces y amables que Selene ha conocido. Todos los días que ha ido a su casa le ha dedicado, al menos, una sonrisa sincera. Sabe que Rocío es una luchadora nata y desprende un carisma que resulta magnético.

Contagiada por la arrolladora vitalidad de su última cliente, y con 150 euros a buen recaudo en su bolsillo, Selene se convence de que ha sido un buen día. Intenso por el episodio en casa de Silvio, pero un buen día.

Cuando se ve como persona que asiste y ayuda, su labor le parece encomiable. ¿Acaso no tiene todo el mundo derecho a disfrutar su sexualidad? ¿O, al menos, a acceder a su propio cuerpo?