Sofi (2): Bea, la bruja

Capítulo 11 de Las rosas de Abril.

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Intenté no ceder a la insistencia de mi prima Sole por salir aquel sábado por la noche. Ya me había pegado demasiadas escapadas entre París y Eastbourne, y tenía que estudiar. Aun descartando ir también a Londres, tendría que hacer auténtica ingeniería para cuadrar la preparación de exámenes con eventos a cubrir para el blog. A base de mucho trabajo, había conseguido erigirlo como un portal de referencia en la cultura sevillana. Cada vez tenía más tarea, y ya había empezado a generar algunos ingresos con la publicidad.

—Venga, prima. Tomátelo como una despedida de tu libertad. Mañana, cuando se te pase la resaca, te metes en tu cuarto y ya no sales más —repetía Sole para animarme a salir.

Accedí por no escucharla, aunque el plan tampoco me parecía prometedor: cenar en cualquier taberna y recorrer los garitos de rigor por la Alameda con Sole, Ro y Sara.

Afortunadamente, no me costaba entonarme. Era habitual que los planes me despertaran pereza de inicio, pero luego me enchufaba con facilidad. Tras la cena y las tres cervezas de rigor, ya sentía que me podía comer la noche.

Las chicas me convencieron para ir al Tantra, el nuevo local de moda de la Alameda. El sitio no estaba mal: música variada en el interior y una amplia terraza con veladores para alternar la tranquilidad con la fiesta, según el punto de cada cual.

Entré a pedir algo con Sole, pero mi prima se encontró con alguien en la barra y se puso a charlar hasta que me aburrí de esperar. Siempre me hacía lo mismo.

Cuando volví a la terraza, había una chica sentada en nuestra mesa, junto a Sara y Ro. Solo podía ver su espalda, pero mis amigas tenían los ojos fijos en la mesa y, alternativamente, la miraban a ella con gesto de expectación. Me acerqué sigilosamente por detrás para ver de qué iba la escena antes de interrumpir.

—Esta carta parece indicar que estás muy ilusionada con una nueva relación. Es un nuevo comienzo, y estás entre la emoción y las dudas —decía la chica.

Mis amigas ni siquiera se habían percatado de mi llegada, plenamente concentradas en las cartas del Tarot que llenaban la mesa y la interpretación que la recién llegada hacía de la tirada.

—¡Venga ya! —solté, explotando la burbuja de mis amigas. —¿De verdad os creéis estas mierdas?

Para mi sorpresa, la chica me miró y sonrió con candidez.

—Hola —me saludó.

—Sofi, esta es Bea. Íbamos juntas al instituto —dijo Sara.

—Encantada —dijo la tal Bea.

—Sí, encantada. ¿Hasta cuándo dura la sesión de brujería? ¿Has traído la güija también? —pregunté, mordaz.

Bea rio. No era habitual que los desconocidos me aguantaran el tono corrosivo con tanta entereza. Por menos de eso, me había llevado algún “Que te den, zorra”.

—Bueno, yo ya me iba —dijo Bea.

—No, no, quédate. Termina con ella, luego quiero que me las eches a mí —pidió Ro.

Bea me miró sonriendo, como buscando mi aprobación. Estaba claro que yo era la única fuera de lugar en aquel momento, pero no quería cortarles el rollo. Hice un gesto con la mano para que prosiguieran y me limité a seguir bebiendo y a emitir gruñidos de incredulidad de vez en cuando. El tarot, el horóscopo y otras mierdas por el estilo me parecían cosa de personas desesperadas. Había gente que se dejaba desplumar con verborrea pseudocientífica con tal de escuchar lo que quería oír. Era el caso de Sara aquella noche. Mi amiga llevaba un par de semanas quedando con un tipo, se estaba enamorando y quería que le saliera bien. Por supuesto, las cartas del Tarot no le iban a dar la respuesta.

—No vais a pagarle por esto, ¿no? —dije.

—Lo hago gratis —contestó Bea, sonriendo de nuevo.

—Luego te invito a una cerveza —le aseguró Sara.

—Qué bien. Mañana me traigo yo la bola de cristal, a ver si llego a casa doblada de gratis —intervine, de nuevo con tono mordaz.

Y Bea rio de nuevo.

Unas mesas más allá, había un chico al que había entrevistado hacía poco. Pertenecía a una compañía teatral que haría funciones en un ciclo de teatro del centro, y me acerqué a saludar. Cuando volví a la mesa de las chicas poco después, Bea ya no estaba.

—¿Qué? ¿Ya os ha engañado lo suficiente la tal Bea? —pregunté.

—Qué borde eres, Sofi. La chavala es buena gente. Además, ha acertado en un montón de cosas —contestó Sara.

—Ya. Eso es porque somos poco originales, en general. Todos tenemos los mismos problemas, así que te quedas con tres palabras clave y aciertas seguro. ¿Y Sole? ¿No ha venido?

—No —contestó Ro. —Seguro que ya lleva ojo caminante, ya sabes cómo es.

—Voy a entrar, anda, a ver si la veo. Y pido otra ronda, de paso.

Entré de nuevo en el local, pero no vi a Sole. Me prima debía de haber hecho mutis por el foro y, a esas horas, ya estaría cabalgando sobre cualquier pobre alma a quien ella hubiera vislumbrado como semental apto para una noche.

Estaba esperando las tres cervezas que había pedido cuando, al otro lado de la barra, vi a Bea mirando el móvil. Es cierto que había sido borde con ella, y ni siquiera la conocía, así que algo me impulsó a acercarme.

—Así que eres bruja, ¿no? ¿Te hubiera gustado tener minutos en la madrugada del Canal 47? —le dije.

Ella sonrió de nuevo. Estaba sentada en un taburete, sobre el que caía su falda larga. Era ancha y tenía un prominente pecho, de manera que el canalillo sobresalía de su camiseta.

—No, solo que me gustan estas cosas —me respondió.

Tenía piercings en la nariz y en el labio inferior. No era especialmente guapa, aunque tampoco de mala apariencia. Y no sé si fueron los efectos del alcohol, la quinta sonrisa que me había dedicado en la noche o su escote, pero sentí deseos de quedarme hablando con ella.

—Mira, yo no creo en esas cosas, pero no tenía que ser borde contigo. Si me haces una tirada, una de estas es para ti —le dije, en alusión a una de las dos cervezas de más que llevaba en aquel momento.

—Te la echo y no hace falta que me invites —contestó Bea. —¿Cuáles son tus preguntas?

—Quiero saber si terminaré la carrera bien y si tendré éxito con el blog como para vivir de ello —le dije.

No me reconocí con aquella petición. De algún modo, sentí que estaba compartiendo con aquella desconocida mi temor al fracaso.

Me quedé observando las manos de Bea y su expresión mientras manejaba las cartas. Después colocó algunas sobre la barra y comenzó a compartir su interpretación.

—Mira, el Sol está sobre la cúspide de la cruz, iluminando tu camino. Tienes bastante ya recorrido. De hecho, a la izquierda tienes la carta de El Juicio, que quiere decir que ya has tenido crecimiento personal en un pasado cercano. Debajo de la cruz está la Reina de Oros, lo que puede indicar que tienes una relación peculiar con el dinero.

—¿Como que peculiar? —pregunté, sorprendida.

—No sé. Puede que se trate de algo relacionado con la gestión.

—Bien. Sigue, por favor.

—Todas las cartas que te han salido son oros, lo que indica éxito. El caballero indica que sigues adelante con paso firme, así que estás en un bueno momento para tu proyecto. Yo creo que tendrás éxito.

—Vale, te las has ganado —dije, acercándole una cerveza a Bea.

—Gracias —agradeció ella.

—¿Dónde se aprenden estas cosas? ¿En Hogwarts? —pregunté, y Bea volvió a sonreír.

—Tengo curiosidad y busco mucha información al respecto, solo eso —contestó.

—¿Y hasta qué punto crees en ello? —inquirí.

—Creo en las energías. Creo que las personas tenemos una historia que influye en nuestra personalidad y en cómo nos relacionamos con los demás. Las energías tienen más poder del que creemos, hasta el punto de ser capaces de sacar cartas concretas.

Evidentemente, lo que decía me parecían estupideces, pero no se lo dije. Se me habían quitado las ganas de ser borde con Bea.

—¿Y qué energía te doy yo? —pregunté.

—Creo que utilizas la ironía como escudo, pero eres buena gente —contestó ella.

—Qué clásico.

En el interior del local, habían subido la música. Era sábado por la noche y muchos clientes tenían ganas de fiesta, por lo que comenzaban a dejar las mesas de la terraza para agolparse en el interior y bailar.

Me acerqué a Bea para seguir hablándole.

—¿Quieres venirte fuera un rato con Sara, Ro y yo? —le dije.

Ella me contestó, pero no la oí.

—¿Cómo dices? —pregunté.

Bea se levantó y, despacio, me retiró el pelo del cuello y me dijo al oído:

—No. Me bebo esta y me voy. Mañana quiero estudiar.

Me volví a acercar a su oído para preguntarle qué estudiaba, y me dijo que Filología Hispánica. Yo conocía a un chico que estudiaba la misma carrera, así que continuamos hablando. Nos habíamos acercado mucho para hacernos oír y, sin saber cómo, mi mano ya se posaba sobre la cintura de Bea. En algún punto de nuestra conversación, hubo un momento de confusión. Una tenía que poner el oído y la otra debía hablar, pero equivocamos roles y nuestros labios se rozaron. Me aparté y me quedé mirando a Bea, que volvió a sonreír. Me lancé y comenzamos a enrollarnos en el interior del local, con la música a toda pastilla.

Puse las manos sobre su trasero, bastante bien despachado, y seguí besándola con los ojos cerrados. Estaba disfrutando cuando oí a unos tíos a mi espalda.

—Joder, tío, qué desperdicio. Cada vez hay más bolleras —dijo uno de ellos.

No tenías ganas de enzarzarme en una pelea con el típico machito hetero unga-unga, así que dije a Bea:

—¿Quieres venir a mi piso?

—Vale —respondió ella.

Cuando salimos a la terraza, dos tíos se habían sentado en la mesa de Sara y Ro, que ya tenían bebidas.

—Espera aquí —dije a Bea.

Me acerqué a mis amigas para despedirme, pero ellas ya intuían que no tardaría en irme.

—Te lo estás pasando bien, ¿no, hija? Al final te ha gustado el tarot más que a nosotras —dijo Sara.

—Me voy, ¿vale? —me limité a decir.

Había unos 10 minutos andando desde la Alameda hasta mi piso, en la Plaza del Pumarejo. Bea y yo completamos el trayecto charlando, aunque en un par de ocasiones le pasé la mano sobre los hombros para besarla.

Mis compañeros habían salido, así que el piso estaba vacío. Guié a Bea hasta mi habitación, y nos seguimos besando sobre la cama.

—No sabía que entendieras —le dije. En la jerga LGTBI que yo manejaba, entender quería decir que te gustaban las tías.

—Soy bi —dijo Bea.

—¿Te han dicho tus cartas lo perra que me estabas poniendo? —pregunté.

—Para ver eso no se necesitan cartas.

Seguí besando a Bea hasta que comencé a desnudarla, cada vez más excitada. Le quité su camiseta y el sujetador para descubrir sus generosos pechos, que manoseé con ganas. Después le quité la falda para desnudar sus piernas. Era muslona y poseía un trasero bastante pasado de la media. Su cuerpo era como dos o tres veces el mío, pero me excitaban las chicas grandes. En las relaciones sexuales, me gustaba tener dónde agarrar.

Lamí los pezones de Bea, que gemía con los ojos cerrados. Después bajé sus bragas para ver su sexo por primera vez. No iba depilada pero, al contrario de lo que hubiera hecho cualquier otra chica esclava de los cánones, no se disculpó. Abrí sus labios mayores para tocar su clítoris e introducir mis dedos en su vagina, mientras ella se dejaba hacer. Me gustaba la visión: tocaba su coño mientras ella gemía con la boca entreabierta, aunque apenas le veía la cara tras las montañas de sus pechos.

Me recreé en el juego de manos hasta que pasé al de lengua. Lamí toda su vulva con éxtasis, y Bea no tardó en correrse.

—Ahhh —gimió.

Volví junto a ella y la besé.

—Ahora te toca a ti, ¿no? —dijo.

—Hazme lo que quieras —respondí.

Bea me desnudó y acarició con sus labios mis pechos, mi abdomen y mi vientre. Ella también desplegó su juego de manos sobre mi sexo, pero con una habilidad pasmosa que me indicó que tenía más experiencia que yo con mujeres. La forma en la que movió sus dedos dentro de mi vagina señalaban un nivel superior, así que ni siquiera tuvo que usar la lengua.

—Joder, joder —dije jadeando, justo antes de alcanzar el orgasmo.

Bea me dedicó la enésima sonrisa de la noche, derrochando calidez. Sin pensarlo, le hice una petición que no acostumbraba a hacer:

—¿Quieres quedarte a dormir?

—Vale.

—Mañana por la mañana me echas otra vez las cartas, si quieres. O mejor: me echas otro polvo.

Volvió a sonreír, ya con los ojos cerrados.