Su cantante favorita

Luis acaba de ver en Instagram una foto en bañador de su cantante favorita. Tras estudiarla detenidamente, en todos los ángulos posibles, le ha crecido un bulto bajo el calzoncillo que tiene que rebajar con Mari, su mujer...

12/3/20244 min read

Luis entra en Instagram y se va derecho al perfil de la cantante que le gusta. Está de suerte. Hace solo una hora que ha subido nuevo carrusel de fotos, y, entre ellas, ha incluido un posado en bikini allá donde sea que esté pasando sus vacaciones. Es un plano general que la muestra de rodillas sobre la arena fina de una playa. Y Luis hace lo de siempre: captura la imagen y la abre en su galería para ampliarla al máximo.

Aquella nueva diva del pop es insultantemente joven y preciosa. Luis se fija en su bonito bronceado y en las rojeces que el sol le ha coloreado en la nariz y en las mejillas. Se fija en su sonrisa, que pretende parecer casual y ajena a la cercana presencia del objetivo. Se fija en el pelo semimojado que enmarca su cara desordenado, con esos aires relajados del verano. Se fija en cómo la tela de la prenda marca su cintura y acentúa las caderas. Luego desliza el dedo por la pantalla para apuntar a su zona genital y al mínimo rectángulo de traje de baño que cubre su vulva. Y, por último, repasa el modo en que las costuras del escote se ciñen sobre sus pechos, realzando un precioso busto con el que aún no se han cebado la gravedad y el tiempo.

Siempre lo hace así. Le gusta ir poco a poco cuando analiza la imagen, de lo general a lo concreto, desde las zonas que solo auguran hasta las que más sugieren. A veces, deja un comentario, como esa noche: “Si estás muy buena se dice y punto”.

Su imaginación trabaja y cumple su función, así que Luis suelta el móvil enseguida. Hay un bulto debajo de su ropa interior que se muere por quedar liberado, así que va hasta su habitación. Su mujer lee tranquilamente en la cama, tumbada sobre un costado, llevando solo las bragas y tendida frente a un ventilador que abarca toda su longitud en cada medio giro. La luz suave que usa cuando lee le dibuja sombras bajo la curvatura de los pechos.

—Mari, vamos a echar un polvo, anda.

—¿Ahora, Luis?

—Venga, mujer.

Mari suspira, suelta el libro y se tumba sobre la espalda. Mientras tanto, Luis ya ha alcanzado el lubricante del último cajón de su mesita de noche, y ahora unta con él su miembro para ganar fluidez en faena.

Mari abre las piernas. Luis gatea sobre el colchón hasta quedar a su altura y lame uno de sus pezones a modo de primer contacto, apenas erizando la piel de su mujer. No tiene que guiar con la mano su polla embadurnada, que ya conoce el camino. Penetra de una tacada mirando al cabecero y apretando la mandíbula, mientras Mari ahoga un gruñido. Luego entra y sale de ella al ritmo de siempre, primero recreándose en el modo en que la vagina acoge su polla, intentando rodear y hostigar al intruso. Luego con velocidad, jugando con la presión.

Cierra los ojos. Justo entonces se imagina retirando los tirantes del bañador de su cantante favorita para liberar sus bolas perfectas. De pronto, se imagina un pezón rosado e hinchado que, en su boca, hace el efecto de un caramelo, dulce y cálido. Por eso, para acompañar la escena en su cabeza, trata de llegar a una teta real, la izquierda de Mari, que permanece tendida bajo él. No llega bien, no es capaz de abarcar todo el cuerpo de su mujer y todo lo que pasa en su imaginación, así que ella se impacienta.

—¿Qué haces?

Mari saca a Luis de la ensoñación. Él, al moverse, desliza su carne dura fuera de la cueva húmeda de ella, que lo acogía unos instantes antes.

—¿Te puedes poner tú encima?

A la mujer le suena como si le hubiera pedido empujar un vagón de tren, pero, otra vez, resopla y hace como le pide. Mari se desliza con las rodillas sobre el colchón y, a ambos lados de la pelvis de Luis, agarra su miembro y coloca el extremo en su abertura. No está mal esa visión de Mari botándole encima. Sobre los pliegues de su cintura sobresalen unos generosos pechos fofos que, ahora sí, palpa a su sabor.

Otra vez cierra los ojos. Otra vez visita su cantante favorita ese espacio privado, cerrado e infranqueable de su mente. Ahora ya no lleva bañador, pero le salpica la cara con gotas de agua de su pelo mientras le bota encima, y lleva en la cintura la rugosidad áspera de la arena de la playa que se le ha pegado.

—¿Te queda mucho? —pregunta Mari.

—No, ya casi estoy.

No miente. Unos segundos más y se corre entre la confusión propia de la mente, que ahora mezcla imágenes de todas sus cantantes, actrices y presentadoras favoritas. Sin querer, hasta su madre ha aparecido. A Mari solo la ve cuando abre los ojos, ya de espaldas y caminando hacia el baño.

No tiene tanta suerte a la noche siguiente. Le aparecen más fotos de mujeres en bañador, pero, ya no como la que vio ayer. Una de ellas es la de una de esas influencers del body positive, que imita el último posado de su cantante favorita. Incluso lleva el mismo bañador, pero la manera en que lo luce, con ese cuerpo, no se le parece en nada. A pie de foto ha puesto otro de esos manidos mensajes que alaban los cuerpos diversos. “Si tan pocos complejos dices que tienes, deja de compararte con una delgada y acepta cómo estás. O ponte a dieta y haz ejercicio”, escribe.

Y eso que esa semana no tiene tantas ganas de ser borde en redes sociales. Está contento. En su última clase de spinning, se le puso delante una de esas alumnas aventajadas que, por si no se le ha endurecido lo bastante el trasero, también se puso una de esas benditas mallas que aprietan y suben los glúteos. Además, el monitor lo felicitó al final de la clase por su disciplina y su constancia.

—Se te nota ya que has perdido, ¿eh?

—Sí. 25 kg, estoy en 130 ahora. Aún me queda.

—Bueno, bueno, paciencia, Roma no se hizo en dos días.

Entusiasmado, esa noche interrumpe el tiempo de lectura de Mari en la cama.

—Me ha dicho el monitor que se me nota que he bajado.

—Ajá —emite ella, sin retirar la vista del libro.

—Tal vez… Bueno, tal vez tú también podrías venir al gimnasio contigo.

—Sí, tal vez. Cuando tú te pongas pelo, a lo mejor.

A continuación, Mari deja el libro en su mesilla, apaga la luz y se coloca de costado. A Luis no le parece que su mujer tenga hoy muchas ganas de sexo.