Unas pajas con Alexa Pro
Nilo tiene todo lo que necesita: su trabajo, su cocina y un androide actualizado a la última que cubre sus necesidades. La llama Alexa, como esos viejos asistentes de voz, y tiene una bonita silueta en forma de reloj de arena. Pero una vez a la semana tiene que ir a la sede de su empresa, y allí se encuentra con Nani…
2/21/20245 min read
A Nilo le ha quedado genial aquel plato de pasta boloñesa. Cocinar es de las pocas tareas cotidianas que no delega en sus aparatos domésticos. El procesado de alimentos tiene algo de alquimia, alguna vieja magia que lo relaja. Y, probablemente, es la única tarea para la que le basta con la intuición, sin más intervinientes.
Está disfrutando tanto que quiere elevar la experiencia.
—Alexa, ¿por qué no me haces una paja?
—Enseguida, Nil.
Su androide se coloca junto a él, que ya está desnudo. En verano ni siquiera lleva calzoncillos en casa, y el de 2074 está siendo especialmente intenso.
A base de muchas órdenes de voz, un nivel de aprendizaje automático muy avanzado y una amplia base de datos personales, Alexa sabe cómo le gusta. Su mano de plástico reciclado, con acabado atorciopelado, se enrosca alrededor de su falo. Se oye un leve zumbido mientras ejecuta esa acción, salido de las entrañas metálicas de Alexa, como siempre que realiza una tarea repetitiva. Suman artificialidad, pero a Nil no le molesta. Hay música de fondo que lo atenúa.
La realización resulta casi perfecta. Su mano robotizada genera la presión justa, desliza el prepucio con ritmo cambiante, se afana más en la base que en la punta. Pero, en algún momento, Alexa susurra:
—Mmm… Qué rico, ¿verdad?
—Cállate —espeta Nil.
No siempre le gusta que ella hable, pero, afortunadamente, obedece sin rechistar.
Alexa continúa hasta que Nil se corre. Su esperma salpica sus muslos y, cuando va a limpiarse, descubre que también ha llegado al filo del plato de pasta que ha dejado a medias. Con un tenedor, la empuja hasta dentro y la revuelve con la comida.
—Boloñesa con carbonara —dice, y devora el plato.
Alexa se retira sin decir nada. No quiso cambiarle el nombre, le suena vintage. Así era como se llamaban aquellos viejos asistentes de voz.
Nil está muy contento con la última actualización del robot. La compañía fabricante ha logrado un rango mayor de movimiento, que ya no solo se supedita a lo lineal. En cuanto a morfología, no tiene ninguna queja. Alexa tiene una bonita silueta estándar en forma de reloj de arena. Con buenos muslos y trasero, como a él le gustan, pero cintura estrecha y unos pechos no excesivos. La ha ajustado para que no mueva la boca al hablar, porque aún no le parece muy natural el movimiento, algo desincronizado. Pero sabe que, al ritmo que lleva la tecnológica que la fabrica, esa mejora no tardará en llegar. Tal vez, para entonces, Alexa pueda colocar la boca en modo Felación Básica. Sin grandes movimientos de labios o lengua, pero suficiente para tratarse de un robot.
Nil podría trabajar desde casa, mientras la buena de Alexa realiza sus tareas. Le basta su equipo de última generación para detectar amenazas de ciberseguridad al gobierno de su ciudad. Pero una vez a la semana debe ir a la sede de la empresa, una nave a las afueras hasta la que se desplaza en dron. Tener que personarse allí responde a viejas costumbres de la era pasada que, según el departamento de Recursos Humanos, tiene su utilidad. Ayuda a hacer equipo.
Los jueves, cuando acude a la nave, se encuentra con Nani. Realiza la misma función que él y que otros 20 compañeros y compañeras de la empresa, pero ella no es como el resto. Sonríe siempre, habla con dulzura, pregunta a todos que tal están y presta verdadera atención a las respuestas. Incluso plantea cuestiones para tener detalles más precisos. Se acuerda de lo que le cuentan. Si alguien llega con mala cara, Nani se da cuenta. Pregunta, atiende, empatiza y anima. Si le dices que tu gato está enfermo, te escribirá al día siguiente para interesarse por él, y también la próxima vez que te vea. El resto de personas, en cambio, se limita a fórmulas de cortesía y permanecen callados y a lo suyo la mayor parte del tiempo.
Si Nani no fuera amable con todo el mundo, Nil estaría convencido de que ha intentado ligar con él. Hace dos semanas, sin ir más lejos, le preguntó que si solía salir a tomar café.
—¿Dónde? —quiso saber, en cuanto Nil le confirmó que lo hacía a veces.
Él le habló de una de esas cafeterías en las que puedes pedir tu café con órdenes de voz dadas a un micro en la puerta, o desde tu propio móvil. En 10 segundos tienes tu bebida lista en una pequeña barra del interior, si no quieres que te la lleven a casa con un mini “iron bird”. Te lo puedes tomar dentro o llevártelo. Él se queda, solo por cambiar de aires unos instantes. A los 20 minutos vuelve a estar en casa.
Ante su respuesta, Nani asintió sonriendo y se quedó mirándolo, como esperando algo. Pero él no añadió nada más.
A veces, piensa en ella. Quizás podría escribirle e invitarla a cenar algún día. Pero, a nada que se detiene a pensarlo unos segundos, no. No, es demasiado complicado. Las chicas son volubles, volátiles. Requieren atención y tiempo. Y el sexo con ellas es… guarro. Mucho flujo, muchos fluidos, incluso cuando no tienen la regla.
Un jueves de team building, a Nilo le toca hacer equipo con Nani y con Ginés, otro compañero. Ese día, no se han conformado con la realidad virtual en el centro y los han llevado a un bosque real, uno que diseñaron hace un lustro al otro lado de la ciudad. Nilo no recuerda cuando fue la última vez que estuvo en uno. Por equipos, deben ir resolviendo pistas hasta encontrar el mapa que les guiará a una cabaña en la que se reunirán todos los compañeros. Hay premios especiales para el primer grupo que llegue, pero comida y bebida para todos. Por lo visto, el equipo de Recursos Humanos ha recuperado una práctica que se hacía con frecuencia hace varias décadas.
Nani ha resuelto la primera pista con pasmosa facilidad. Era una sucesión de pruebas matemáticas que han dado números aparentemente aleatorios, pero ella pronto ha sabido que son coordenadas. Según cuenta, suele escoger juegos de ese tipo en el multiverso.
Es la espontaneidad y la creatividad de Nani, que va sugiriendo ideas sin importarle lo locas que parezcan, quien posibilita encontrar la cabaña solo media hora después de empezar la prueba. Son los primeros, claro. El segundo grupo ha tardado una hora en aparecer.
Durante el juego y mientras esperaban, a Nilo le ha parecido que Nani y Ginés compartían cierta complicidad. Bromean y se sonríen con frecuencia. Si aquello fuera una de esos libros románticos que ya no le interesan a nadie, seguro que la narradora hubiera referido el brillo en los ojos de ambos.
Nilo no está muy familiarizado con esos lances de la seducción que le parecen de otro siglo, pero confirma que entre los dos hay algo a la semana siguiente. Faltan cinco minutos para entrar al trabajo y él los está aprovechando al aire libre, ante la puerta de entrada. A lo lejos, un coche autónomo atraviesa la verja y de él, a unos metros de su ubicación, se bajan Nani y Ginés. No se ha enterado de lo que ella ha dicho, pero él ríe, le pasa un brazo por la cintura y le da un beso fugaz en los labios.
“¡Bah! Que se complique él”, se fuerza a pensar Nilo. De algún modo, quiere contradecir a eso que ha sentido en el pecho cuando ha visto su beso.
Nilo pasa la jornada de trabajo evitando cruzarse con los enamorados, y apartando la mirada cuando no le queda otra.
De vuelta a casa, se afana en la elaboración de uno de sus platos favoritos: esferificaciones de patata sobre lecho de ternera deshilachada. No sabe por qué, pero, cuando come algo rico, se le sube la libido. Y este plato le ha quedado tan bien que quiere completar la ceremonia de degustación.
—Nani, hazme una paja —pide.
Finalmente, ha decidido cambiarle el nombre a su robot.

