Yerai

No es la primera vez de Alicia, pero sí la primera vez con alguien como él. Ha tenido que superar muchos prejuicios antes.

11/22/20234 min read

Es la primera vez. Alicia ya siente su propia humedad, derramada en su ropa interior por los besos y las caricias de Yerai. Besa tan bien. Encuentra la combinación perfecta entre lengua y labios, la dosis justa de saliva. Le provoca un hormigueo en algún punto entre el pecho y el abdomen, cosquillas que se intensifican y quieren explotarle dentro. Hoy será el día.

Mientras lo besa, de costado sobre el colchón, a Alicia le gusta acariciar su barba. Y también, de cuando en cuando, separarse para mirarlo a los ojos, con ese iris marrón verdoso que evoca jardines otoñales. En esos breves momentos de calma, a veces se sonríen, otras solo se miran. Pero también son instantes de unión.

Alicia ha sentido lo suficiente las yemas de Yerai deslizarse por su piel, de sus costados al trasero, del cuello al pecho, de muslos a brazos. Ha resuelto, por fin, que quiere avanzar. Quiere llegar más lejos de lo que han llegado hasta el momento, y es un deseo genuino que nace de dentro, sin presiones. Así que baja por el pecho de Yerai, marcando el camino con besos suaves. En sus cicatrices, apenas roza los labios. Lo mira. Y Yerai, con los ojos, le pide que siga, que todo está bien.

Se detiene brevemente a besar y lamer sus pezones, aprovechando para inhalar su aroma. Y luego sus dedos se siguen deslizando por el abdomen, sirviendo de avanzada a sus labios, hasta llegar al pubis.

Alicia suspira y mira a Yerai, que, en una mueca, le traslada un ápice de inseguridad. Ella lo pasa por alto y continúa. Está decidida. Ha visto antes el clítoris de Yerai, pero esa es la primera vez que lo toca. Tiene un tacto blandito y suave, como nunca ha notado al tocar el suyo propio. No es lo mismo tocarse a sí misma que tocar a otra persona. Con Yerai está notando unas texturas que, en ella misma, nunca ha percibido.

Además, el clítoris de él es mucho más grande. Es tan diferente que ella, al principio, no sabe cómo aproximarse. Se reincorpora levemente sobre el colchón para alcanzar el botecito de lubricante sobre la mesita de noche, y se embadurna los dedos de su mano derecha. Decide colocar el índice y el corazón en V, entre los labios mayores y la protuberancia, y deslizarlos arriba y abajo para abarcar toda su extensión. Yerai gime con los ojos cerrados, pero ella quiere asegurarse.

—¿Te gusta así? —le pregunta.

—Sí, mucho —dice él.

Es la primera vez que Alicia toca una vulva que no es la suya. En contra de lo que pensaba, no le provoca reparo ni repulsión. Al contrario. Le gusta su tacto y su apariencia. Y, sobre todo, le gusta ver disfrutar a su novio.

Con ese paso clave ya superado, Alicia acerca sus labios al sexo de Yerai. Se detiene a pocos centímetros, pero no porque tenga que pensarlo más, sino por examinar brevemente las suaves formas para augurar los puntos calientes. Lo mejor, se convence, será probar.

Comienza rozando la punta de la lengua por el contorno del clítoris, a modo de sorbo de prueba. Tal y como le han gustado las texturas y las formas, también le gusta el sabor de Yerai. Se siente aliviada. Tiene un ligero sabor salado, que contrasta con los matices dulces que proporcionan los ingredientes del lubricante. Es otro paso superado. Tampoco le da reparo lamer lo más íntimo de Yerai, así que se aventura a meterse en la boca todo su clítoris. Es agradable. Alicia tiene la sensación de estar chupando una tetina, como la de un biberón. Los jugos de Yerai y el lubricante lo han convertido en un apetitoso caramelo.

Alicia se recrea en el clítoris dejando que sea su imaginación la que guíe su boca. Lo hace como cree que le gustaría a ella y, a juzgar por los gemidos de Yerai, acierta.

Pero quiere seguir explorando, así que se aparta ligeramente, y, sin mirar a su chico, introduce un dedo en su vagina. Yerai responde sin querer con un ligero espasmo.

—Usa lubricante ahí —le pide, entre susurros.

Alicia recuerda que la terapia hormonal que Yerai sigue hace que su vagina se reseque, así que se afana en ser cuidadosa. Introduce el dedo índice, de forma lenta y profunda, tratando de llegar a la zona interior del clítoris. Luego un segundo dedo.

Yerai la observa, parece que con menos gozo, así que ella vuelve al clítoris. Se entusiasma con su caramelito hasta que él emite la palabra clave: su nombre propio.

—Oh, Alicia, Alicia, Alicia.

Se queda observando las pequeñas contracciones de Yerai, esas vibraciones incontrolables que deja la explosión del orgasmo. En cuanto él abre los ojos, vuelve a su lado y lo abraza.

—Ha sido increíble —le dice. —¿Cómo te has sentido? ¿Te ha gustado?

—Sí. Mucho —responde ella, con convicción.

Ambos se abrazan en silencio. Disfrutan ese mutismo, porque es el colofón final. Supone un agradable vacío que, antes, llenaban las preguntas y los temores. Alicia se lo preguntó todo, incluyendo los clásicos que Yerai ya había oído antes: “Entonces, si me gustas tú, ¿soy lesbiana?”. Asumió hace tiempo que la transexualidad lleva asociada la pedagogía, porque hay mucha desinformación y mucha incomprensión. A él le gusta tomárselo como activismo.

Aquella sesión les ha unido, y no solo por la intimidad de las caricias y los besos. Ella siente sus prejuicios superados, él siente su aceptación. Han asentado un nuevo pilar en su relación.