Yurena, la hippy

Recorre la costa en caravana, dispuesta a seguir las enseñanzas de su madre: disfruta sin ataduras de lo que la vida te da. Entre ellas, el sexo. En Caños de Meca conoce a Ulises, alguien con quien Yurena puede reforzar sus posiciones...

2/7/20246 min read

Yurena tuvo la desgracia de nacer en un pueblo de la España profunda, de esos en los que la videovigilancia la ejercen ojos humanos que no solo registran, también juzgan. Su suerte en la vida fue su madre. Sin pareja ni familia, la crio sola, trabajando a destajo y rehusando la ayuda condescendiente y lastimosa. Y le enseñó algo: sé independiente siempre, pásate por el forro los mandamientos sociales y el qué dirán, y, mientras no hagas daño a nadie (menos aún a ti misma), disfruta cuanto quieras de lo que la vida te da.

Yurena también supo pronto que nadie, ni siquiera su madre, la atarían a un único lugar. Menos aún las amigas, la mayoría de ellas ya plegadas a los convencionalismos. Por eso a los 20 años se compró una furgoneta, la equipó con lo esencial y se fue a recorrer la costa andaluza ocupando trabajos temporales. Ha sido camarera y cocinera, y hasta ha dado masajes en la playa alguna vez.

Disfruta de sus soledades, pero tiene facilidad para conocer gente. Por eso ha hecho amigos allá donde ha ido, y con algunos conserva un contacto estrecho, pero nunca renuncia a ese estilo de vida nómada, libre y solitario. Quien se quiera sumar a sus planes de ocio, bien. Si no, tan a gusto que va sola.

Yurena también disfruta los placeres carnales del sexo. Le gusta compartir intimidad con otras personas, una o más, siempre con seguridad. Cree que, cuando mejor se conoce a alguien, es en un contexto de total intimidad, más incluso que la convivencia. Sabe cómo es la otra persona por la forma en que se inhibe o desinhibe sin ropa y en las distancias cortas, por cómo responde a los estímulos, si acapara la iniciativa o cede espacio, por lo que le gusta y lo que no, por los gestos, las palabras, la forma de tratarla y hasta la de correrse. El lenguaje del sexo es, sin duda, su favorito.

A base de práctica y de un desarrollo excepcional del autoconcepto, Yurena ha aprendido a discernir lo que quiere de lo que no, y a poner límites. Esas experiencias han arrojado resultados reveladores: tratar bien a alguien no tiene nada que ver con sus valores personales. Los episodios más violentos que Yurena ha sufrido durante el sexo han venido de feministas lesbianas y declarados “rojos” que resultaron no ser tan aliados como presumieron.

Es el mes de mayo. Yurena acaba de llegar a Caños de Meca, donde prevé pasar toda la temporada estival, como ha hecho los últimos tres años. Tiene suficientes contactos como asegurarse un puesto y, en el ambiente relajado y bohemio que ofrece la localidad costera gaditana, ella se siente cómoda. Comenzará el lunes en el mismo chiringuito para el que estuvo trabajando el verano pasado, que ya le ha asegurado vivienda compartida y manutención. Ese fin de semana lo pasará en su furgoneta, pero no le importa en absoluto. Piensa pasárselo bien.

Está la noche agradable en el entorno del Parque Natural. Yurena está apoyada en la barra con una cerveza en la mano. No llama la atención por sus chanclas, sus pantalones bombachos o el top de croché negro que le hizo su madre, ni siquiera por su cabello enmarañado moreno y suelto que remata ese aspecto boho. Ella ya sabe que lo que resulta un reclamo es que no está en compañía de nadie. Cuando quiere estar sola, se sienta mirando a la barra con los codos bien estirados a ambos lados. Cuando acepta acompañantes, se queda de pie y no rehuye miradas. Si alguien le parece interesante, sonríe.

Aquella noche hay, al menos, tres despedidas de soltero. Una de ellas es de treintañeros de Getafe que parecen majos. No están alborotando ni sexualizan a las camareras, algo muy básico que, lamentablemente, es todo un hito en realidad. El primero que habla con ella, cuando se acerca a pedir a la barra, es Ulises. La mitología griega que origina el nombre les da para una breve conversación introductoria. A Yurena le gusta. Es elocuente, sonríe con frecuencia, suelta risotadas aleatorias a comentarios que no pretenden ser graciosos y, cuando lo hace, achina tanto los ojos que se le quedan en una rayita, como cuando dormitan al sol los gatos de su pueblo.

El grupo se ha ido disolviendo entre ligoteos y recogidas precoces, por los estragos del alcohol, así que prácticamente nadie se ha percatado de que Ulises ha aceptado la invitación de Yurena. Y los dos se dirigen a montárselo en su furgoneta.

Él alaba la buena disposición del habitáculo, asegura que no aventuraba tanto espacio interior. Y, sin duda, la decoración boho-chic que ha empleado Yurena, con los tubitos de luz, terminan de darle el toque. También le gusta el amargor de los besos de Yurena, que tiene labios y lengua impregnados de sabor a cerveza. Y le gusta ese espíritu indómito que le ha trasladado con su conversación y su actitud a lo largo de la noche.

Lo que no le gusta, una vez que le baja los pantalones y las bragas, es el “felpudo” que, a su juicio, Yurena luce en la zona genital. Ella le ha notado la incomodidad en la cara y en el cambio repentino de posición: de repente, prefiere tocar a lamer su vulva. Así que el chico baja la mano hasta el clítoris, pero resulta algo tosco. Lo sacude como si le quisiera quitar arena de la playa pegada a la piel. Y ella, nunca dispuesta a conformarse con un mal polvo, guía su mano para que ejerza una leve presión y toque con más suavidad. Él le sonríe y sigue como a ella le gusta.

Yurena toma una posición relajada, estirando el brazo sobre su cabeza mientras está tumbada en el colchón de la furgoneta. Es entonces cuando Ulises ve, en primer plano, el vello de su axila, que ya había intuido en el bar. Con ánimo de no desconectarse del momento y alejarse de ese hueco oscuro bajo el hombro, se decide a lamer sus pezones. En la lengua nota unos hilillos tersos que restan suavidad a la piel de Yurena. También es una mujer de pelo en pecho.

—Tía, vale que te vaya el rollo hippy y que lleves moñetes en la chirla y en los sobacos, pero, joder, ¿en las tetas también?

Yurena apenas se inmuta. Casi ni altera su postura. Con toda la parsimonia que le da su alta seguridad en sí misma, contesta:

—Mi cuerpo es perfecto como es, querido, con sus pelos. Me paso por el forro la tiranía de los modelos impuestos.

Ulises, ojiplático, tarda unos segundos en procesar la información.

—Ehhh… Bueno…

Suspira.

—¿Podrías…? ¿Podrías chupármela un ratito? —le pide.

Yurena le contesta igual que a todos los tíos que se lo piden:

—No me siento cómoda con las felaciones, lo siento. Me dan arcadas.

—Te la meto, entonces, ¿no?

—Sí, en un ratito, cariño, cuando esté más lubricada.

Yurena no se ha movido. Permanece tumbada esperando las caricias y besos de Ulises, aún paciente, casi sin abrir los ojos. Pero él tampoco se mueve.

—Tía, no sé… Se me está cortando el rollo, ¿sabes?

Es entonces cuando ella se incorpora. Sabe que el sexo es deseo y consentimiento, pero también consensos, y está dispuesta a alcanzar uno.

—¿Quieres usar algún juguete? Tengo varios aquí.

De algún recoveco del mobiliario minimalista que tiene en la furgoneta, Yurena saca varios dildos y un Satisfyer. Ulises se queda mirando aquel pequeño arsenal de placer, contrariado, como si en lugar de juguetes sexuales hubiese sacado los planos de un puente que tienen que construir en dos horas. Ella suspira.

—Lo que quieres es meterla, ¿verdad? —pregunta.

—Ehhh, me gustaría, la verdad.

—¿Solo eso? ¿No hay ninguna otra cosa que quieras hacer?

—No sé, tía, es que… Es tarde, ¿sabes? He bebido, está amaneciendo y… no te molestes, pero algunos de tus pelos me dan… cosita.

Yurena le sonríe, condescendiente. No está enfadada con él, pero no siente presión hacia la promiscuidad solo por haber renunciado a la monogamia. No tiene tantos que apuntarse. Va a follar, sí, con quien le dé la gana. Siempre que la respete, la trate bien y sea generoso y atento. Quiere una experiencia sensorial completa, no ser tratada como una muñeca hinchable.

—¿Sabes qué, amor? Si no me vas a dar nada mejor que uno de estos, puedes largarte ya —espeta, moviendo en la cara de Ulises los juguetes sexuales que aún lleva en la mano.

Para cuando él va a replicar, ella ya ha abierto de par en par las puertas traseras de la caravana, desnuda y todo, y, desde fuera, le hace con el brazo un gesto para que salga de inmediato. Él, resignado, lo hace y se va sin decir nada.

Yurena está tan cansada que ni usa los dildos esa noche. Le basta un poco de lubricante y su mano para regalarse un orgasmo que, minutos después, la induce a un sueño reparador. Seguro que pronto tiene más suerte y, si no, ella sola se la procura. Ya hace tiempo que comprobó que no es verdad que se puedan separar cuerpo y emociones. Es imposible que le dé placer quien se muestra incapaz de tratarla como merece.